Delicias.- Héber, migrante hondureño de 16 años de edad que entró al país ilegalmente como parte de la caravana, aseguró no tener miedo de la guardia fronteriza de Estados Unidos, pues en su tierra natal él y su familia supieron lo que es vivir bajo el terror de las maras o pandillas que diariamente asolan a los ciudadanos.
Con su mochila negra sobre los hombros y una gorra en la mano, se encontraba ayer en el crucero de la avenida Tecnológico y vías del ferrocarril el joven en compañía de su hermano menor, donde pedía algunas monedas y comida a los automovilistas para continuar su viaje hacia los Estados Unidos.
Desconfiado cuando este reportero se le acercó, Héber accedió finalmente a contar parte de las venturas y desventuras que ha vivido en su peregrinar de tres meses desde que salió de Honduras.
Narró que su recorrido a través de México ha sido “poco cansado” y difícil, porque varias veces ha pasado hambre y sed. Esto lo ha orillado a recurrir a la buena voluntad de los ciudadanos en cada sitio al que llegan él y su familia. Para su fortuna, no ha faltado quien les dé un poco de alimento, agua o ropa. En ocasiones hubo malvivientes que intentaron agredirlos, pero no pasó a mayores.
Aquí en Delicias –admitió- la gente ha sido muy buena con ellos porque la gente los ha apoyado durante su estadía en la ciudad.
De su Honduras natal salieron huyendo él, su hermano de ocho años y sus padres de las “maras”, quienes se dedican a extorsionar aún a los comerciantes más modestos que ponen un puesto.
A la violencia cotidiana de los pandilleros se suma la carestía, pues en el país catracho “la comida está muy cara” y el dinero no rinde por mucho que la gente trabaje. Es por estas razones que Héber y su familia tomaron la determinación de integrarse a la caravana migrante y llegar al norte.
Señaló que pretenden buscar refugio y trabajo en Texas, aunque en este lugar no tienen familiares ni conocidos, y pese a la presencia de la guardia fronteriza enviada por el presidente Donald Trump para contener a los centroamericanos. Pero para Héber y los suyos, que conocen el terror de vivir bajo la opresión de la “mara salvatrucha”, los militares estadounidenses representan un obstáculo menor.
“Vamos a ver cómo nos las arreglamos, a ver si podemos pasar”, dice despreocupado.
“¿No les tienen miedo a los soldados?”, se le inquiere.
“No, yo no”, asegura sonriente el joven, quien después regresó al crucero para pedir ayuda a los conductores de vehículos.
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