/ domingo 10 de mayo de 2020

Enfrentan crisis con pandemia o sin ella

Aproximadamente 920 familias que viven en las colonias Cerro Grande y Vistas Cerro Grande se enfrentan a la pobreza extrema

Aproximadamente 920 familias que viven en las colonias Cerro Grande y Vistas Cerro Grande se enfrentan a la pobreza extrema, por lo que para ellos la crisis económica derivada de la contingencia por el Covid-19 no es algo nuevo, pues sin excepción han padecido durante años un virus llamado pobreza.

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Mujeres cargando galones para conseguir un poco de agua, hombres juntando fierro, niñas y niños asomándose por las ventanas de pequeñas chozas son el retrato de sólo dos de las 29 colonias más vulnerables en la ciudad y a decir de sus mismos habitantes “olvidadas por el Gobierno”.

En Vistas Cerro Grande las casas son cuartos hechizos de lámina y cartón, la comida es una bendición que no llega a diario, y los servicios básicos como el agua entubada, son un lujo inalcanzable, por lo que seguir las medidas de higiene en plena pandemia del Covid-19 resulta imposible.

Estas colonias se encuentran ubicadas en las faldas del Cerro Grande, por lo que además, a lo largo de los años, ha representado un riesgo sobre todo en época de lluvias en que puede haber deslizamientos o derrumbes.

Sin embargo, la realidad que día con día padecen los moradores es una situación de pobreza extrema, al grado de que hay días en los que no tienen qué comer, por lo que para ellos con pandemia o sin pandemia no hay recursos.

No tienen un trabajo seguro, los hombres que habitan este lugar y son único sustento de sus familias, trabajan juntando fierros, o botes, pero también laboran temporalmente en la obra, donde llegan a percibir unos 500 pesos semanales, con jornadas de no menos de nueve horas diarias.

Los hombres que viven en esta ubicación son en su mayoría jóvenes, muchos de ellos indígenas, no sólo de la Sierra Tarahumara, sino también de otros estados, y decidieron buscar suerte en Chihuahua, aunque la realidad con la que se han topado no es muy alentadora.

La mayor parte no ha concluido la educación primaria, muchos dicen que asistir a la escuela no les beneficia, y por el contrario, sí llega a representar un gasto, además de que prefieren buscar dinero a muy temprana edad.

Por su parte, muchas de las mujeres de este lugar son amas de casa, pero también salen a trabajar, al menos tres días a la semana, aunque para ellas tampoco hay muchas oportunidades, por lo que se suman al grupo de habitantes que buscan latas o fierro para poder venderlas.

Además, son madres de familia, muchas con dos o más hijos, es decir en una pequeña choza conviven cuatro personas, duermen entre un par de cobijas en el suelo, o en el mejor de los casos en algún colchón regalado, porque si bien la mayor parte refiere que no cuenta con apoyo de las autoridades, otros reconocen que en algún momento se les ha entregado algo de despensa y cobijas, pero esto no les resulta suficiente para subsistir.

Asimismo, no se puede decir que las familias sean muy numerosas, la mayor parte se conforma entre tres y cuatro integrantes, al menos dos de ellos menores de 15 años, a quienes sus padres no siempre pueden darles de comer.

Hay quienes esperan ayuda de la ciudadanía, de asociaciones o personas que trabajan de manera altruista para alguna iglesia, pues son éstas quienes más apoyan a los cientos de familias que viven en la pobreza.

De parte de los gobiernos no esperan mucho, pues no son muchas las ocasiones que (ellos recuerden), se han acercado para ayudarlos, o preguntarles qué les hace falta, y aunque las autoridades llevan alimentos en determinadas fechas del año como Navidad, lo cierto es que toda persona necesita comer a diario, no cada 48 o 24 horas, tampoco una vez al día.

Las niñas y niños que viven en las colonias más marginadas son igualmente especiales a quienes tienen otra condición de vida; son pequeños que sueñan con un juguete, una muñeca o un balón, serían suficientes para dibujar una sonrisa en su rostro.

Carlitos recorría ayer unos cuantos pasos afuera de su casa, pero finalmente el incandescente sol lo hizo optar por volver a su vivienda.

El pequeño entró y se asomó por una ventana que es su televisor, pues desde ahí se entretiene con la gente que ve pasar, y ve cómo pasan los días, y al igual que él, otros niños, niñas, adolescentes, hombres y mujeres de todas las edades, albergan la esperanza de que sus condiciones de vida sean un poco más llevaderas.


“Aquí siempre hay hambre”: Antonia

Antonia Villa no encuentra la diferencia entre pasar apuros económicos antes, durante, o después de la pandemia, pues desde que tiene uso de razón ha vivido entre carencias y preocupación por conseguir algo para comer.

“Aquí siempre hay hambre, no sabemos si hay virus o no, para nosotros es igual, desde chica junto fierro para vender y eso cuando hay, de otra forma no comemos”, dijo Antonia, quien a la fecha comparte un pequeño cuarto con su cuñada y una amiga.

Antonia permitió el acceso a su casa, ella la llama “mi pobrecito jacal”, pero en él ha pasado muchos años, al lado de una amiga y su cuñada, con quienes decidió compartir techo, para entre las tres buscar un poco de dinero.

Antonia trabaja en lo que puede, a veces junta cartón, otras veces latas, otras fierro, pero muchos de sus días han estado marcados por la falta de siquiera un pan para llevarse a la boca.

Afirma que en donde ella vive “siempre hay hambre”, no distingue entre una temporada de pandemia que los pueda dejar desamparados, pues así se siente la mayor parte del tiempo, y pese a esto no pierde la alegría por vivir.

Antonia sabe que le ha tocado estar en una situación desfavorable prácticamente toda su vida, pero eso no la hace acostumbrarse a dormir con el estómago vacío, con la incertidumbre de qué hará para juntar dinero, cómo hacer para que le alcance con la poca agua que se les reparte por medio de pipas, o con qué se cubrirá el frío, en temporadas de invierno.

“No sé bien qué es ese virus, a lo mejor ya nos dio o nunca nos va a dar, no sabría decirle, aquí la situación es la misma siempre”, dijo al ser cuestionada sobre la contingencia sanitaria por el Covid-19.

Con virus o sin virus, Antonia es uno de los tantos rostros que forman parte de una de las enfermedades más letales, como es la pobreza.


Zonas de atención prioritaria

En el padrón de las 29 colonias más pobres en la ciudad que han dado a conocer los gobiernos municipal y estatal se encuentran las ubicadas en las faldas del Cerro Grande.

En Vistas Cerro Grande y Cerro Grande viven alrededor de 920 familias, y el 40% de sus habitantes es población menor de 15 años, cuya mayoría vive con sus padres y no asisten a la escuela. Muchos de ellos pertenecen a alguna etnia indígena y arriban a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida.

Ambas colonias tienen altos índices de pobreza y baja calidad del medio construido, por lo que desde el 2009 fueron identificadas como zonas de atención prioritaria en el Plan de Desarrollo Urbano 2040.

La principal actividad económica de las colonias más vulnerables, es, en el caso de las mujeres, el comercio, otras han trabajado como obreras en maquiladoras, algunas menos afortunadas sólo han podido juntar plástico y otros objetos reciclables para vender.

Además, de las niñas y niños de 0 a 2 años que viven en pobreza extrema, una gran parte no cuenta con acta de nacimiento, muchos no cuentan con algún servicio de salud, y otros no tienen Cartilla de Vacunación, lo que los hace aún más vulnerables ante una enfermedad.

Cabe señalar que otras de las colonias catalogadas en condición de pobreza extrema son: La Noria, Ampliación La Noria, Las Norias, Ladrillera, Secretaría de la Marina, Benito Juárez, Cuauhtémoc y Ampliación Cuauhtémoc, sólo por citar algunas.


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Mujeres cargando galones para conseguir un poco de agua, hombres juntando fierro, niñas y niños asomándose por las ventanas de pequeñas chozas son el retrato de sólo dos de las 29 colonias más vulnerables en la ciudad y a decir de sus mismos habitantes “olvidadas por el Gobierno”.

En Vistas Cerro Grande las casas son cuartos hechizos de lámina y cartón, la comida es una bendición que no llega a diario, y los servicios básicos como el agua entubada, son un lujo inalcanzable, por lo que seguir las medidas de higiene en plena pandemia del Covid-19 resulta imposible.

Estas colonias se encuentran ubicadas en las faldas del Cerro Grande, por lo que además, a lo largo de los años, ha representado un riesgo sobre todo en época de lluvias en que puede haber deslizamientos o derrumbes.

Sin embargo, la realidad que día con día padecen los moradores es una situación de pobreza extrema, al grado de que hay días en los que no tienen qué comer, por lo que para ellos con pandemia o sin pandemia no hay recursos.

No tienen un trabajo seguro, los hombres que habitan este lugar y son único sustento de sus familias, trabajan juntando fierros, o botes, pero también laboran temporalmente en la obra, donde llegan a percibir unos 500 pesos semanales, con jornadas de no menos de nueve horas diarias.

Los hombres que viven en esta ubicación son en su mayoría jóvenes, muchos de ellos indígenas, no sólo de la Sierra Tarahumara, sino también de otros estados, y decidieron buscar suerte en Chihuahua, aunque la realidad con la que se han topado no es muy alentadora.

La mayor parte no ha concluido la educación primaria, muchos dicen que asistir a la escuela no les beneficia, y por el contrario, sí llega a representar un gasto, además de que prefieren buscar dinero a muy temprana edad.

Por su parte, muchas de las mujeres de este lugar son amas de casa, pero también salen a trabajar, al menos tres días a la semana, aunque para ellas tampoco hay muchas oportunidades, por lo que se suman al grupo de habitantes que buscan latas o fierro para poder venderlas.

Además, son madres de familia, muchas con dos o más hijos, es decir en una pequeña choza conviven cuatro personas, duermen entre un par de cobijas en el suelo, o en el mejor de los casos en algún colchón regalado, porque si bien la mayor parte refiere que no cuenta con apoyo de las autoridades, otros reconocen que en algún momento se les ha entregado algo de despensa y cobijas, pero esto no les resulta suficiente para subsistir.

Asimismo, no se puede decir que las familias sean muy numerosas, la mayor parte se conforma entre tres y cuatro integrantes, al menos dos de ellos menores de 15 años, a quienes sus padres no siempre pueden darles de comer.

Hay quienes esperan ayuda de la ciudadanía, de asociaciones o personas que trabajan de manera altruista para alguna iglesia, pues son éstas quienes más apoyan a los cientos de familias que viven en la pobreza.

De parte de los gobiernos no esperan mucho, pues no son muchas las ocasiones que (ellos recuerden), se han acercado para ayudarlos, o preguntarles qué les hace falta, y aunque las autoridades llevan alimentos en determinadas fechas del año como Navidad, lo cierto es que toda persona necesita comer a diario, no cada 48 o 24 horas, tampoco una vez al día.

Las niñas y niños que viven en las colonias más marginadas son igualmente especiales a quienes tienen otra condición de vida; son pequeños que sueñan con un juguete, una muñeca o un balón, serían suficientes para dibujar una sonrisa en su rostro.

Carlitos recorría ayer unos cuantos pasos afuera de su casa, pero finalmente el incandescente sol lo hizo optar por volver a su vivienda.

El pequeño entró y se asomó por una ventana que es su televisor, pues desde ahí se entretiene con la gente que ve pasar, y ve cómo pasan los días, y al igual que él, otros niños, niñas, adolescentes, hombres y mujeres de todas las edades, albergan la esperanza de que sus condiciones de vida sean un poco más llevaderas.


“Aquí siempre hay hambre”: Antonia

Antonia Villa no encuentra la diferencia entre pasar apuros económicos antes, durante, o después de la pandemia, pues desde que tiene uso de razón ha vivido entre carencias y preocupación por conseguir algo para comer.

“Aquí siempre hay hambre, no sabemos si hay virus o no, para nosotros es igual, desde chica junto fierro para vender y eso cuando hay, de otra forma no comemos”, dijo Antonia, quien a la fecha comparte un pequeño cuarto con su cuñada y una amiga.

Antonia permitió el acceso a su casa, ella la llama “mi pobrecito jacal”, pero en él ha pasado muchos años, al lado de una amiga y su cuñada, con quienes decidió compartir techo, para entre las tres buscar un poco de dinero.

Antonia trabaja en lo que puede, a veces junta cartón, otras veces latas, otras fierro, pero muchos de sus días han estado marcados por la falta de siquiera un pan para llevarse a la boca.

Afirma que en donde ella vive “siempre hay hambre”, no distingue entre una temporada de pandemia que los pueda dejar desamparados, pues así se siente la mayor parte del tiempo, y pese a esto no pierde la alegría por vivir.

Antonia sabe que le ha tocado estar en una situación desfavorable prácticamente toda su vida, pero eso no la hace acostumbrarse a dormir con el estómago vacío, con la incertidumbre de qué hará para juntar dinero, cómo hacer para que le alcance con la poca agua que se les reparte por medio de pipas, o con qué se cubrirá el frío, en temporadas de invierno.

“No sé bien qué es ese virus, a lo mejor ya nos dio o nunca nos va a dar, no sabría decirle, aquí la situación es la misma siempre”, dijo al ser cuestionada sobre la contingencia sanitaria por el Covid-19.

Con virus o sin virus, Antonia es uno de los tantos rostros que forman parte de una de las enfermedades más letales, como es la pobreza.


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En el padrón de las 29 colonias más pobres en la ciudad que han dado a conocer los gobiernos municipal y estatal se encuentran las ubicadas en las faldas del Cerro Grande.

En Vistas Cerro Grande y Cerro Grande viven alrededor de 920 familias, y el 40% de sus habitantes es población menor de 15 años, cuya mayoría vive con sus padres y no asisten a la escuela. Muchos de ellos pertenecen a alguna etnia indígena y arriban a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida.

Ambas colonias tienen altos índices de pobreza y baja calidad del medio construido, por lo que desde el 2009 fueron identificadas como zonas de atención prioritaria en el Plan de Desarrollo Urbano 2040.

La principal actividad económica de las colonias más vulnerables, es, en el caso de las mujeres, el comercio, otras han trabajado como obreras en maquiladoras, algunas menos afortunadas sólo han podido juntar plástico y otros objetos reciclables para vender.

Además, de las niñas y niños de 0 a 2 años que viven en pobreza extrema, una gran parte no cuenta con acta de nacimiento, muchos no cuentan con algún servicio de salud, y otros no tienen Cartilla de Vacunación, lo que los hace aún más vulnerables ante una enfermedad.

Cabe señalar que otras de las colonias catalogadas en condición de pobreza extrema son: La Noria, Ampliación La Noria, Las Norias, Ladrillera, Secretaría de la Marina, Benito Juárez, Cuauhtémoc y Ampliación Cuauhtémoc, sólo por citar algunas.


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