/ martes 4 de agosto de 2020

La “nueva normalidad”: La moneda está en el aire

La normalidad es una conducta que se repite y se valida de manera mecánica. En muchas tareas de la vida cotidiana nos sirve de sobremanera, en otras tantas se vuelve un obstáculo grande para ser una sociedad equitativa y para formar seres humanos plenos. Mucho se insiste en el regreso a la “nueva normalidad”, cuestión que por supuesto todos anhelamos, en el sentido de que reactive plenamente el sector productivo, turístico, la convivencia familiar y todo aquello que nos hace falta de la convivencia social. Por supuesto, necesitamos una normalidad que logre desterrar el miedo que trae consigo la desconfianza y puede orillar a la violencia. Para ello toca seguir las indicaciones del Sector Salud.

Sin embargo, estos meses de aislamiento nos han suscitado diversas reflexiones, entre ellas el concepto de “normalidad”, ya que realizamos muchas prácticas, ideas e inclusive criterios legales que nos alejan del humanismo. Tristemente hemos normalizado la violencia como forma de resolver conflictos, la discriminación -algunas veces velada-, pero presente, la apatía y la simulación que de manera soterrada minan el trabajo el equipo. La injusticia y la desigualdad que son los enemigos más terribles que tiene todo proyecto civilizatorio. A esa “normalidad” no queremos volver.

La atmósfera de estos días se presta para una visión apocalíptica, la pandemia que parece no frenarse, la economía planetaria paralizada, la infodemia de fake news que lejos de ayudar abona al caos. Toca revisar la historia de la humanidad para saber que de las crisis surgen nuevos paradigmas y respuestas con la posibilidad de levantarse. Una vez superada la pandemia, el regreso no será igual. Esto tiene un lado preocupante y otro que nos puede servir para encontrar áreas de oportunidad. Los universitarios tenemos que pensar en ello a detalle para cuando llegue el momento poner manos a la obra.

Es un hecho: cambiaron de reglas del juego, ni la lamentación, ni el fatalismo paralizante, ni el optimismo simplón nos van a ayudar a ponernos de pie para volver entrar en juego en la vida social, económica y cultura. Sí la templanza, que no descarta los retos y los problemas, pero que no se petrifica ante ellos. Sopesa los problemas y luego de esto emprende el camino de transformación.

Los diversos momentos que ha pasado la humanidad han exigido de las generaciones entender de fondo los problemas y ser capaces de adaptación. Los actores sociales deben ser ejemplo de maleabilidad ante las nuevas realidades. Pero no se trata de una adaptación pasiva, sino crítica. El regreso a la “nueva normalidad” nos significa la posibilidad de volver nuestra comunidad, un entorno más habitable y solidario, o si nos quedamos de brazos cruzados recrudecer la desigualdad. La moneda está en el aire, de nuestra actitud depende de qué lado caiga la moneda.


La normalidad es una conducta que se repite y se valida de manera mecánica. En muchas tareas de la vida cotidiana nos sirve de sobremanera, en otras tantas se vuelve un obstáculo grande para ser una sociedad equitativa y para formar seres humanos plenos. Mucho se insiste en el regreso a la “nueva normalidad”, cuestión que por supuesto todos anhelamos, en el sentido de que reactive plenamente el sector productivo, turístico, la convivencia familiar y todo aquello que nos hace falta de la convivencia social. Por supuesto, necesitamos una normalidad que logre desterrar el miedo que trae consigo la desconfianza y puede orillar a la violencia. Para ello toca seguir las indicaciones del Sector Salud.

Sin embargo, estos meses de aislamiento nos han suscitado diversas reflexiones, entre ellas el concepto de “normalidad”, ya que realizamos muchas prácticas, ideas e inclusive criterios legales que nos alejan del humanismo. Tristemente hemos normalizado la violencia como forma de resolver conflictos, la discriminación -algunas veces velada-, pero presente, la apatía y la simulación que de manera soterrada minan el trabajo el equipo. La injusticia y la desigualdad que son los enemigos más terribles que tiene todo proyecto civilizatorio. A esa “normalidad” no queremos volver.

La atmósfera de estos días se presta para una visión apocalíptica, la pandemia que parece no frenarse, la economía planetaria paralizada, la infodemia de fake news que lejos de ayudar abona al caos. Toca revisar la historia de la humanidad para saber que de las crisis surgen nuevos paradigmas y respuestas con la posibilidad de levantarse. Una vez superada la pandemia, el regreso no será igual. Esto tiene un lado preocupante y otro que nos puede servir para encontrar áreas de oportunidad. Los universitarios tenemos que pensar en ello a detalle para cuando llegue el momento poner manos a la obra.

Es un hecho: cambiaron de reglas del juego, ni la lamentación, ni el fatalismo paralizante, ni el optimismo simplón nos van a ayudar a ponernos de pie para volver entrar en juego en la vida social, económica y cultura. Sí la templanza, que no descarta los retos y los problemas, pero que no se petrifica ante ellos. Sopesa los problemas y luego de esto emprende el camino de transformación.

Los diversos momentos que ha pasado la humanidad han exigido de las generaciones entender de fondo los problemas y ser capaces de adaptación. Los actores sociales deben ser ejemplo de maleabilidad ante las nuevas realidades. Pero no se trata de una adaptación pasiva, sino crítica. El regreso a la “nueva normalidad” nos significa la posibilidad de volver nuestra comunidad, un entorno más habitable y solidario, o si nos quedamos de brazos cruzados recrudecer la desigualdad. La moneda está en el aire, de nuestra actitud depende de qué lado caiga la moneda.