La mujer fantasma de la calle Niños Héroes

A Fernando le trascendía su fama de libidinoso y acosador, no sabía que esta actitud le llevaría a pasar uno de los peores momentos de su vida

Samuel Sinaloa | El Heraldo de Chihuahua

  · domingo 21 de noviembre de 2021

Foto: Adrián Berrios | El Heraldo de Chihuahua

Entre los muchos relatos de apariciones que hace tiempo atrás se narraban en las calles del Centro de la capital de Chihuahua, destaca aquel que los más veteranos taxistas y trabajadores de transporte público de la Niños Héroes contaban a sus amigos y pasaje; indican que por esas calles eran abordados por una mujer de espectacular belleza que les solicitaba servicio de transporte, pero al llegar a su lugar de destino, esta se desvanecía, dejando con su ausencia un escalofrío que paralizaba el corazón de quien tuviera el infortunio de toparse con ella.

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Los taxistas cuentan que entre los trabajadores de la entonces Calle del Árbol, corrió con más fuerza un relato en torno a estas infames apariciones, en el que se narraba sobre un hombre que había tenido la mala suerte de mantener un encuentro cercano con esta espectral “dama”.

A Fernando le trascendía su fama de libidinoso y acosador. Era un empleado común y corriente que laboraba en las instalaciones del ferrocarril de la Casa Redonda. Sus labores como engrasador le habían dejado ese día con un mal sabor de boca, pues pese a su esfuerzo por sobresalir, no había podido llevar a cabo con éxito una sola tarea, lo que le había valido un enérgico llamado de atención por parte de su superior.

Por tal motivo, Fernando salió exhausto y fúrico esa noche de su trabajo, pasadas de las 22:00 horas, con rumbo a su casa, que se ubicaba a espaldas del Auditorio Municipal. Para llegar hasta su domicilio, era necesario recorrer de extremo a extremo la calle Del Árbol, hoy Niños Héroes, antes de finalmente llegar a su hogar.

Se encontraba caminando sobre dicha calle maldiciendo mentalmente su mala suerte, y al incompetente que tenía por jefe, cuando a la distancia observo a una mujer de curvas prominentes, larga cabellera y sensual paso. Amañado ya con la mala costumbre del acoso, Fernando de inmediato aceleró el paso para alcanzar a la hermosa mujer y gritarle mínimo un vulgar piropo para hacerse notar. Así lo hizo, sin embargo, como era de esperarse, el pervertido cincuentón no tuvo una sola respuesta de aquella dama que ante sus ojos le parecía una diosa…

Sin embargo, lejos de desistir de su intento de ganar al menos una mirada de la joven, el individuó aceleró más su paso para tratar de darle alcance, pero parecía que entre más se esforzaba por llegar hasta donde ella, esta más se alejaba de él. Temiendo que la muchacha finalmente lo perdiera doblando alguna esquina, apretó el paso y comenzó a trotar para llegar más rápido hasta donde la cautivadora joven se encontraba.

A esas alturas, el libidinoso sujeto ya había fraguado mentalmente toda una grotesca escena en la cual, aprovechando que estaban solos en la calle, él la tomaba por la cintura y le ofrecía pasar la noche con él en algún sucio motel del Centro. Con esta idea en la cabeza, Fernando finalmente alcanzó a la espectacular dama, cuyas caderas prominentes y diminuta falda hacían palpitar desbocadamente el corazón de Fernando.

Tal como lo había planeado, sin mediar palabra alguna, el individuo sujetó con un brazo la cintura de la muchacha y la pegó a su cuerpo violentamente para luego girarla y ver su rostro. Repentinamente, aquel gañán de pacotilla cayó al suelo como fulminado por un rayo.

Con miradas de desdén y voces de desaprobación, Fernando despertó al día siguiente tirado en la calle, donde quienes le miraban recostado en el suelo le señalaban con el dedo y se burlaban pensando que se había quedado dormido allí por embriagarse.

Aún desorientado, Fernando se puso de pie y sacudió la cabeza intentando recordar lo que había ocurrido la noche anterior. Entonces, poco a poco los recuerdos llegaron a su memoria, el regaño en el trabajo, su salida rumbo a la casa, la mujer de hermosa figura, su mano en la cintura de la joven y, finalmente, su rostro, la imagen que le había hecho perder el sentido… un esqueleto descarnado que le miraba desde la profundidad de unas cuencas sin ojos.

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Con información de Adrián Berrios