/ viernes 7 de septiembre de 2018

Cenando con dos grandes

Fue una cena con dos grandes:

Fuentes Mares y Cortez;

y aunque fue una sola vez…

son momentos memorables.



Un caluroso saludo y mayor felicitación al Lic. Luis A. Fierro Ramírez, rector de la UACh, por su atinada decisión de homenajear a don José Fuentes Mares, en el centenario de su natalicio, con un concierto de su viejo amigo Alberto Cortez.

Intención publicada, que trajo a mi memoria que allá por el año 1980, siendo rector de la UACh el Lic. Reyes Humberto de las Casas Duarte (q.e.p.d.), y que fuera un buen amigo, decidió traer para un concierto patrocinado por la mencionada universidad nada menos que al cantante de talla internacional Alberto Cortez; comisionando al proveedor de la UACh, mi entrañable amigo Ing. José Ma. Aguirre Morales, por su amplia sensibilidad y criterio -lamentablemente también fallecido- para que organizara la recepción y atención del señor Cortez. Cabe mencionar que Chema fue un ingeniero civil ampliamente conocido, catedrático de la Facultad de Ingeniería de la UACh, y jefe de Obras Públicas Municipales, durante la administración del Lic. Óscar Ornelas K., y el que tuvo a su cargo la construcción del Auditorio Municipal; y siendo ambos, Chema y su servidor, funcionarios municipales, cultivamos una amistad que hasta hoy perdura en mi memoria. Así las cosas, Chema planeó para después del concierto una cena exclusiva en el hotel Presidente –hoy Congreso del Estado-, donde Alberto Cortez compartiría la mesa con su gran amigo José Fuentes Mares y su apreciable esposa Emma Pereda de Fuentes, además con la distinguida señora Ma. Elena Silva de Aguirre, su esposa; él, por supuesto, y una tercera pareja… la hermosa señora Alma Esther Ortega de Visconti, y el que esto escribe. La invitación fue una sorpresa y me satisfizo, pues desde mi niñez admiré a don José, símbolo de intelectualidad, y por supuesto al hoy octogenario Alberto Cortez, a quien seguían “peñas de admiradores en todo el mundo”; a casi cuarenta años de distancia rememoro con afecto aquella cena. Debieron ser las diez de la noche cuando inició la tertulia después de las presentaciones de rigor, los protagonistas principales llevaron la interlocución, los demás éramos casi “convidados de piedra”; Cortez se quejaba del mal servicio del ferrocarril Chihuahua al Pacífico, pues teniendo varios vidrios rotos el carro en que viajaba, dejaba pasar el aire frío de la sierra, que le perjudicó la garganta; mientras enfadado –según su relato- rechazó cantar a los pasajeros del tren, que casi se lo exigían. Nuestras esposas intercambiaban comentarios pertinentes, don José recordaba España y nosotros… Chema y yo, interveníamos poco. Tuve ganas de decirle a don José que yo iba a escribir muchos libros, pero no me atreví, porque hasta ese momento no había escrito ninguno; y también tuve deseos de expresarle a Alberto Cortez que yo escribiría muchos poemas, y tampoco me atreví, pues hasta ese momento tampoco había escrito ninguno.

Sólo yo creía que verdaderamente era un escritor y un compositor en ciernes, pero no había forma de probarlo. Los minutos volaron, disfrutamos de veras la presencia de ambos “grandes” y cerca de las doce de la noche, como la Cenicienta hubimos de retirarnos. Muchos kilómetros de tinta y letra impresa después, recuerdo aquellos buenos momentos que jamás regresarán para permitirme demostrarles que también era compositor y escritor; pero la vida no son complacencias, y esto hay que aprender a entenderlo y aceptarlo con madurez, sin embargo pude tratarlos y en lo esencial modelarlos sin siquiera analizarlo o proponérmelo conscientemente.

Debemos ir el viernes 14 de septiembre al gimnasio Manuel Bernardo Aguirre, a ver y a escuchar a Alberto Cortez; yo voy a romper el cochinito, y a lo mejor acabalo para los dos boletos, el de mi consorte y el mío; pues recordar es volver a vivir; y hasta puede que la UACh me envíe unas cortesías –se vale soñar-.



Fue una cena con dos grandes:

Fuentes Mares y Cortez;

y aunque fue una sola vez…

son momentos memorables.



Un caluroso saludo y mayor felicitación al Lic. Luis A. Fierro Ramírez, rector de la UACh, por su atinada decisión de homenajear a don José Fuentes Mares, en el centenario de su natalicio, con un concierto de su viejo amigo Alberto Cortez.

Intención publicada, que trajo a mi memoria que allá por el año 1980, siendo rector de la UACh el Lic. Reyes Humberto de las Casas Duarte (q.e.p.d.), y que fuera un buen amigo, decidió traer para un concierto patrocinado por la mencionada universidad nada menos que al cantante de talla internacional Alberto Cortez; comisionando al proveedor de la UACh, mi entrañable amigo Ing. José Ma. Aguirre Morales, por su amplia sensibilidad y criterio -lamentablemente también fallecido- para que organizara la recepción y atención del señor Cortez. Cabe mencionar que Chema fue un ingeniero civil ampliamente conocido, catedrático de la Facultad de Ingeniería de la UACh, y jefe de Obras Públicas Municipales, durante la administración del Lic. Óscar Ornelas K., y el que tuvo a su cargo la construcción del Auditorio Municipal; y siendo ambos, Chema y su servidor, funcionarios municipales, cultivamos una amistad que hasta hoy perdura en mi memoria. Así las cosas, Chema planeó para después del concierto una cena exclusiva en el hotel Presidente –hoy Congreso del Estado-, donde Alberto Cortez compartiría la mesa con su gran amigo José Fuentes Mares y su apreciable esposa Emma Pereda de Fuentes, además con la distinguida señora Ma. Elena Silva de Aguirre, su esposa; él, por supuesto, y una tercera pareja… la hermosa señora Alma Esther Ortega de Visconti, y el que esto escribe. La invitación fue una sorpresa y me satisfizo, pues desde mi niñez admiré a don José, símbolo de intelectualidad, y por supuesto al hoy octogenario Alberto Cortez, a quien seguían “peñas de admiradores en todo el mundo”; a casi cuarenta años de distancia rememoro con afecto aquella cena. Debieron ser las diez de la noche cuando inició la tertulia después de las presentaciones de rigor, los protagonistas principales llevaron la interlocución, los demás éramos casi “convidados de piedra”; Cortez se quejaba del mal servicio del ferrocarril Chihuahua al Pacífico, pues teniendo varios vidrios rotos el carro en que viajaba, dejaba pasar el aire frío de la sierra, que le perjudicó la garganta; mientras enfadado –según su relato- rechazó cantar a los pasajeros del tren, que casi se lo exigían. Nuestras esposas intercambiaban comentarios pertinentes, don José recordaba España y nosotros… Chema y yo, interveníamos poco. Tuve ganas de decirle a don José que yo iba a escribir muchos libros, pero no me atreví, porque hasta ese momento no había escrito ninguno; y también tuve deseos de expresarle a Alberto Cortez que yo escribiría muchos poemas, y tampoco me atreví, pues hasta ese momento tampoco había escrito ninguno.

Sólo yo creía que verdaderamente era un escritor y un compositor en ciernes, pero no había forma de probarlo. Los minutos volaron, disfrutamos de veras la presencia de ambos “grandes” y cerca de las doce de la noche, como la Cenicienta hubimos de retirarnos. Muchos kilómetros de tinta y letra impresa después, recuerdo aquellos buenos momentos que jamás regresarán para permitirme demostrarles que también era compositor y escritor; pero la vida no son complacencias, y esto hay que aprender a entenderlo y aceptarlo con madurez, sin embargo pude tratarlos y en lo esencial modelarlos sin siquiera analizarlo o proponérmelo conscientemente.

Debemos ir el viernes 14 de septiembre al gimnasio Manuel Bernardo Aguirre, a ver y a escuchar a Alberto Cortez; yo voy a romper el cochinito, y a lo mejor acabalo para los dos boletos, el de mi consorte y el mío; pues recordar es volver a vivir; y hasta puede que la UACh me envíe unas cortesías –se vale soñar-.