/ viernes 2 de noviembre de 2018

Día de Muertos, en el país de los muertos

Independientemente de los orígenes del Día de Muertos, en el año 2008 la UNESCO catalogó esa celebración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo que dicho ritual está profundamente arraigado en la vida cultural de los pueblos indígenas de México.


De acuerdo con la tradición, cada 1 y 2 de noviembre las almas de los familiares y seres queridos ya fallecidos regresan a casa para fraternizar con los vivos.


Irónicamente, esa festividad que es considerada Patrimonio de la Humanidad por la manera en que se venera a los muertos, carece de sentido cuando, debido a la total falta de respeto y la incompetencia de las autoridades, cientos de cadáveres pueden ser almacenados y abandonados en cajas de tráiler. O cuando, debido a la inédita violencia (en cualquiera de sus manifestaciones) que aqueja a México desde hace varios años, hay miles de almas que, más que veneración y el rencuentro con sus seres queridos (a través de un ritual), merecen justicia.

Sí, puede resultar irónico que en un país donde la muerte ha encontrado el lugar perfecto para residir, se le celebre como si se tratara de algo muy agradable. No obstante, es entendible que el Día de Muertos se asuma como una tradición y una oportunidad anual para reencontrarse con los seres queridos que ya dejaron la vida terrenal y celebrar, no la muerte en sí, sino la vida de las personas fallecidas a través de su recuerdo y su memoria.

Es precisamente en recuerdo y en honor a la memoria de todos los fallecidos, que este Día de Muertos debe servir no sólo para reencontrarnos y convivir -simbólicamente- con aquellos que ya se fueron; sino también para que, los que aún tenemos vida terrenal, exijamos justicia en nombre de y para aquellos que no pueden hacerlo de viva voz.

Que en el país de los muertos, sirva pues el Día de Muertos, no sólo como una de las más grandes y reconocidas manifestaciones de nuestra cultura, sino también como una forma de exigir justicia y manifestar la indignación por tantas muertes causadas por la violencia imparable que prevalece en México.

En esta ocasión, concluyo citando lo dicho alguna vez por la escritora estadounidense Lois McMaster Bujold: “Los muertos no pueden clamar justicia. Es un deber de los vivos hacerlo por ellos”.



laecita@gmail.com


Independientemente de los orígenes del Día de Muertos, en el año 2008 la UNESCO catalogó esa celebración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo que dicho ritual está profundamente arraigado en la vida cultural de los pueblos indígenas de México.


De acuerdo con la tradición, cada 1 y 2 de noviembre las almas de los familiares y seres queridos ya fallecidos regresan a casa para fraternizar con los vivos.


Irónicamente, esa festividad que es considerada Patrimonio de la Humanidad por la manera en que se venera a los muertos, carece de sentido cuando, debido a la total falta de respeto y la incompetencia de las autoridades, cientos de cadáveres pueden ser almacenados y abandonados en cajas de tráiler. O cuando, debido a la inédita violencia (en cualquiera de sus manifestaciones) que aqueja a México desde hace varios años, hay miles de almas que, más que veneración y el rencuentro con sus seres queridos (a través de un ritual), merecen justicia.

Sí, puede resultar irónico que en un país donde la muerte ha encontrado el lugar perfecto para residir, se le celebre como si se tratara de algo muy agradable. No obstante, es entendible que el Día de Muertos se asuma como una tradición y una oportunidad anual para reencontrarse con los seres queridos que ya dejaron la vida terrenal y celebrar, no la muerte en sí, sino la vida de las personas fallecidas a través de su recuerdo y su memoria.

Es precisamente en recuerdo y en honor a la memoria de todos los fallecidos, que este Día de Muertos debe servir no sólo para reencontrarnos y convivir -simbólicamente- con aquellos que ya se fueron; sino también para que, los que aún tenemos vida terrenal, exijamos justicia en nombre de y para aquellos que no pueden hacerlo de viva voz.

Que en el país de los muertos, sirva pues el Día de Muertos, no sólo como una de las más grandes y reconocidas manifestaciones de nuestra cultura, sino también como una forma de exigir justicia y manifestar la indignación por tantas muertes causadas por la violencia imparable que prevalece en México.

En esta ocasión, concluyo citando lo dicho alguna vez por la escritora estadounidense Lois McMaster Bujold: “Los muertos no pueden clamar justicia. Es un deber de los vivos hacerlo por ellos”.



laecita@gmail.com