/ jueves 6 de febrero de 2020

Existencialista

Descansé.

Yo siempre pensé que era un tarado, pero resulta que no; para mi regocijo, dice Adolfo que soy “existencialista”.

Me explico: el asunto empezó con la pregunta esa de “si creo en Dios”, le dije que sí, que sí creía firmemente en la existencia de Dios, pero que con frecuencia me acometen las dudas; que cuando trato de hallarle un sentido racional a esa fe no hallo los rumbos del cómo. Empero, cuando empiezo a leer cosas como las teorías —jaladas de los pelos (por descabelladas)— que pretenden explicar el origen del Universo en la nada o escucho alguna de esas declaraciones rotundas del tipo: “Uno no puede probar que Dios no existe, pero la ciencia hace a Dios innecesario1 me entran unos arrebatos de fe que rayan en el misticismo (con torcida de ojos y toda la cosa).

Pero creo que me estoy adelantando.

Lo propio sería saludar, preguntarle a mi cada vez más menguante cantidad de lectores (¡y cómo no, si duré sus buenos cuarenta días sin escribir!): “¿cómo les va? ¿Qué tal les fue?”.

Lo cierto es que estuve muy ocupado; ya terminé la tesis del doctorado (¡en caridad de Dios!); recomencé con el trámite de los exámenes de grado (tengo pendientes dos); estoy decidido, ahora sí, a publicar mi primera novela (¿sugerencias? —los graciosos que me van a proponer que no la publique mejor absténganse—); y por fin, ¡por fin!, dichosamente entré a dar clases a la Facultad de Derecho de la UACh.

Claro que lo anterior es un modo de decir que bendito sea el Señor, pero ya estoy de vuelta; y con renovados bríos para seguir escribiendo esto que no sé si es columna, editorial o desahogo semanal.

Como sea, les decía a mis jubilosos lectores —ésos que sí celebrarán mi regreso—, ¡que me habitaron una paz y un gozo cuando escuché decir al Adolfo que soy “existencialista”!

Lo anterior porque esas dudas que me carcomen el espíritu casi a diario, relativas no sólo a la fe, sino a cualquier multitud de asuntos, me hacían dudar de mi sentido común y la mayoría de las veces me quedaba yo como el Héctor Lechuga en ese sketch de: “no tengo manita, no tengo manita, porque la tengo desconchabadita”; pues vino a decirme el benjamín (que no se llama “benjamín” sino “Adolfo Eduardo” —el nombre de telenovela no me lo debe a mí, que conste—) que no es que yo esté tarugo, sino que en ese ser y pensar constantes que desarrollamos en el devenir de nuestra vida no constituye, necesariamente, un protoestadio de interdicción sino una manifestación de una serie de reflexiones de carácter existencialista; es decir, que se afincan en la noción, primero, de que la existencia antecede a la esencia; segundo, que la realidad, como tal, es un fenómeno previo al pensamiento; y tercero, que la voluntad es anterior a la inteligencia; centrándose, los filósofos de esta corriente de pensamiento, en el análisis de la libertad, la responsabilidad y la condición humanas (si digo alguna barbaridad vayan y reclámenle al Adolfo que fue el que me explicó esas cosas).

Como sea, el asunto es este —otra vez Adolfo dixit—: resulta que para los existencialistas cambiar de pensamiento es como cambiar de calzones y hay más corrientes existencialistas que estrellas en el firmamento; de ahí que cuando yo llegué ante su presencia con mi mísero bagaje intelectual y mi costal de dudas, él, generosamente dijo aquello de que no es que estuviera yo idiota… sino que soy existencialista. Y pues ando yo muy contento, y con todo el ánimo para empezar este 2020 en el mes de febrero, pues, total, para empezar nunca es demasiado tarde y es posible que a mis 53 abriles todavía tenga yo remedio.

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

1 Artículo de la BBC titulado: “El Dios ‘innecesario’: por qué Stephen Hawking no creía que el Universo hubiera sido creado por un ser superior”, publicado el 17 marzo de 2018.



Descansé.

Yo siempre pensé que era un tarado, pero resulta que no; para mi regocijo, dice Adolfo que soy “existencialista”.

Me explico: el asunto empezó con la pregunta esa de “si creo en Dios”, le dije que sí, que sí creía firmemente en la existencia de Dios, pero que con frecuencia me acometen las dudas; que cuando trato de hallarle un sentido racional a esa fe no hallo los rumbos del cómo. Empero, cuando empiezo a leer cosas como las teorías —jaladas de los pelos (por descabelladas)— que pretenden explicar el origen del Universo en la nada o escucho alguna de esas declaraciones rotundas del tipo: “Uno no puede probar que Dios no existe, pero la ciencia hace a Dios innecesario1 me entran unos arrebatos de fe que rayan en el misticismo (con torcida de ojos y toda la cosa).

Pero creo que me estoy adelantando.

Lo propio sería saludar, preguntarle a mi cada vez más menguante cantidad de lectores (¡y cómo no, si duré sus buenos cuarenta días sin escribir!): “¿cómo les va? ¿Qué tal les fue?”.

Lo cierto es que estuve muy ocupado; ya terminé la tesis del doctorado (¡en caridad de Dios!); recomencé con el trámite de los exámenes de grado (tengo pendientes dos); estoy decidido, ahora sí, a publicar mi primera novela (¿sugerencias? —los graciosos que me van a proponer que no la publique mejor absténganse—); y por fin, ¡por fin!, dichosamente entré a dar clases a la Facultad de Derecho de la UACh.

Claro que lo anterior es un modo de decir que bendito sea el Señor, pero ya estoy de vuelta; y con renovados bríos para seguir escribiendo esto que no sé si es columna, editorial o desahogo semanal.

Como sea, les decía a mis jubilosos lectores —ésos que sí celebrarán mi regreso—, ¡que me habitaron una paz y un gozo cuando escuché decir al Adolfo que soy “existencialista”!

Lo anterior porque esas dudas que me carcomen el espíritu casi a diario, relativas no sólo a la fe, sino a cualquier multitud de asuntos, me hacían dudar de mi sentido común y la mayoría de las veces me quedaba yo como el Héctor Lechuga en ese sketch de: “no tengo manita, no tengo manita, porque la tengo desconchabadita”; pues vino a decirme el benjamín (que no se llama “benjamín” sino “Adolfo Eduardo” —el nombre de telenovela no me lo debe a mí, que conste—) que no es que yo esté tarugo, sino que en ese ser y pensar constantes que desarrollamos en el devenir de nuestra vida no constituye, necesariamente, un protoestadio de interdicción sino una manifestación de una serie de reflexiones de carácter existencialista; es decir, que se afincan en la noción, primero, de que la existencia antecede a la esencia; segundo, que la realidad, como tal, es un fenómeno previo al pensamiento; y tercero, que la voluntad es anterior a la inteligencia; centrándose, los filósofos de esta corriente de pensamiento, en el análisis de la libertad, la responsabilidad y la condición humanas (si digo alguna barbaridad vayan y reclámenle al Adolfo que fue el que me explicó esas cosas).

Como sea, el asunto es este —otra vez Adolfo dixit—: resulta que para los existencialistas cambiar de pensamiento es como cambiar de calzones y hay más corrientes existencialistas que estrellas en el firmamento; de ahí que cuando yo llegué ante su presencia con mi mísero bagaje intelectual y mi costal de dudas, él, generosamente dijo aquello de que no es que estuviera yo idiota… sino que soy existencialista. Y pues ando yo muy contento, y con todo el ánimo para empezar este 2020 en el mes de febrero, pues, total, para empezar nunca es demasiado tarde y es posible que a mis 53 abriles todavía tenga yo remedio.

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

1 Artículo de la BBC titulado: “El Dios ‘innecesario’: por qué Stephen Hawking no creía que el Universo hubiera sido creado por un ser superior”, publicado el 17 marzo de 2018.