/ lunes 4 de marzo de 2024

López Obrador y el aislamiento diplomático: Una política exterior en riesgo

La gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador en el ámbito de las relaciones internacionales ha sido, cuanto menos, cuestionable, especialmente en lo que respecta a la diplomacia con potencias que no alinean perfectamente con su ideología política. Ha mostrado una inclinación a descuidar las relaciones con países vecinos y socios comerciales clave como Estados Unidos y Canadá, a pesar de la importancia estratégica que estos tienen para México tanto en términos geográficos como económicos. Esta tendencia no sólo desatiende décadas de esfuerzo diplomático destinado a fortalecer la cooperación y el comercio, sino que también ignora la realidad de que es posible mantener relaciones sólidas y respetuosas sin caer en el servilismo.

Resulta irónico que, durante el mandato de Donald Trump, un líder con quien compartía un cierto aire populista, López Obrador eligiera mantener un silencio estratégico, evitando confrontaciones y críticas que muchos esperaban dada la retórica de Trump hacia México y los mexicanos. Este contraste se hace aún más evidente ahora que, enfrentado a líderes de Canadá y Estados Unidos que gozan de mejor percepción en la esfera internacional y cuyas políticas se consideran más progresistas, López Obrador opte por la posibilidad de ausentarse de encuentros diplomáticos clave, como la Cumbre de Líderes de América del Norte en Quebec.

Esta actitud se percibe no sólo como un rechazo a entablar diálogo con quienes difieren ideológicamente, sino también como una señal de debilidad en la política exterior mexicana. Al tomar esta postura, López Obrador no sólo desaprovecha oportunidades vitales para abogar por los intereses de México en el escenario internacional, sino que también compromete la continuidad de las relaciones diplomáticas que han sido cuidadosamente cultivadas durante años.

A medida que se acerca el final de su mandato, el legado de López Obrador en materia de relaciones internacionales se tiñe de incertidumbre. La preocupación no termina con su salida; queda la inquietante pregunta de si su sucesor dentro del mismo partido político continuará por este camino de aislamiento y tensión diplomática. Si así fuera, México podría enfrentarse a un futuro en el que las relaciones con sus vecinos más cercanos y con otras potencias globales se vean aún más deterioradas.

Esta perspectiva es especialmente alarmante considerando los múltiples desafíos globales que requieren de una cooperación internacional estrecha y efectiva, desde el cambio climático hasta la seguridad regional y el comercio internacional. El enfoque de López Obrador, marcado por la ideología sobre la pragmática diplomática, no solo limita las capacidades de México para enfrentar estos desafíos, sino que también lo margina en un momento en que la colaboración global es más crucial que nunca.

En conclusión, la aparente indiferencia de López Obrador hacia la construcción de relaciones diplomáticas sólidas y respetuosas con países que no comparten su visión política no solo es una oportunidad perdida, sino también un riesgo para el futuro de México en el ámbito internacional. Es imperativo que la próxima administración reconozca y rectifique este curso de acción, buscando restablecer y fortalecer lazos con todos los socios internacionales, por el bien del país y su gente. La diplomacia no puede ni debe ser rehén de la ideología.


La gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador en el ámbito de las relaciones internacionales ha sido, cuanto menos, cuestionable, especialmente en lo que respecta a la diplomacia con potencias que no alinean perfectamente con su ideología política. Ha mostrado una inclinación a descuidar las relaciones con países vecinos y socios comerciales clave como Estados Unidos y Canadá, a pesar de la importancia estratégica que estos tienen para México tanto en términos geográficos como económicos. Esta tendencia no sólo desatiende décadas de esfuerzo diplomático destinado a fortalecer la cooperación y el comercio, sino que también ignora la realidad de que es posible mantener relaciones sólidas y respetuosas sin caer en el servilismo.

Resulta irónico que, durante el mandato de Donald Trump, un líder con quien compartía un cierto aire populista, López Obrador eligiera mantener un silencio estratégico, evitando confrontaciones y críticas que muchos esperaban dada la retórica de Trump hacia México y los mexicanos. Este contraste se hace aún más evidente ahora que, enfrentado a líderes de Canadá y Estados Unidos que gozan de mejor percepción en la esfera internacional y cuyas políticas se consideran más progresistas, López Obrador opte por la posibilidad de ausentarse de encuentros diplomáticos clave, como la Cumbre de Líderes de América del Norte en Quebec.

Esta actitud se percibe no sólo como un rechazo a entablar diálogo con quienes difieren ideológicamente, sino también como una señal de debilidad en la política exterior mexicana. Al tomar esta postura, López Obrador no sólo desaprovecha oportunidades vitales para abogar por los intereses de México en el escenario internacional, sino que también compromete la continuidad de las relaciones diplomáticas que han sido cuidadosamente cultivadas durante años.

A medida que se acerca el final de su mandato, el legado de López Obrador en materia de relaciones internacionales se tiñe de incertidumbre. La preocupación no termina con su salida; queda la inquietante pregunta de si su sucesor dentro del mismo partido político continuará por este camino de aislamiento y tensión diplomática. Si así fuera, México podría enfrentarse a un futuro en el que las relaciones con sus vecinos más cercanos y con otras potencias globales se vean aún más deterioradas.

Esta perspectiva es especialmente alarmante considerando los múltiples desafíos globales que requieren de una cooperación internacional estrecha y efectiva, desde el cambio climático hasta la seguridad regional y el comercio internacional. El enfoque de López Obrador, marcado por la ideología sobre la pragmática diplomática, no solo limita las capacidades de México para enfrentar estos desafíos, sino que también lo margina en un momento en que la colaboración global es más crucial que nunca.

En conclusión, la aparente indiferencia de López Obrador hacia la construcción de relaciones diplomáticas sólidas y respetuosas con países que no comparten su visión política no solo es una oportunidad perdida, sino también un riesgo para el futuro de México en el ámbito internacional. Es imperativo que la próxima administración reconozca y rectifique este curso de acción, buscando restablecer y fortalecer lazos con todos los socios internacionales, por el bien del país y su gente. La diplomacia no puede ni debe ser rehén de la ideología.