/ martes 11 de agosto de 2020

Ya limpiaron la silla de Palacio

“Subí por los escalones (de Palacio Nacional), hasta el segundo piso y aspiré la noche. Tenía una sonrisa imposible de borrar. En plena oscuridad fui hasta el despacho presidencial y entré… y la silla…, esa silla maldita que parece que confiere poder, pero en realidad es un símbolo de la locura. Ahí me senté, con el pecho inflado, y disfruté el silencio, el poder, el logro obtenido tras años de lucha y ambición…”.

No, estimado lector, no se trata de quien está usted pensando, en realidad son las palabras que Pedro J. Fernández, en su libro “Yo Díaz”, pone en boca de Porfirio Díaz quien fue presidente de México durante un largo periodo, pero lo que quiero resaltar es la imagen de la silla presidencial que Gómez Morín, mi paisano, describió: “Comparada milimétricamente con otras sillas es relativamente pequeña, pero el estuco desportillado de sus tallas, el raído terciopelo guinda de su forro y sus chimuelas guirnaldas doradas acusan un porfiado uso” (P.I. Taibo, Pancho Villa una biografía narrativa).

Taibo menciona que Eufemio Zapata, hermano de Emiliano, había declarado: “Hice yo una solemne promesa a mis soldados, que al tomar la capital de la República quemaría inmediatamente la silla presidencial, porque todos los hombres que ocupan esa silla, que parece tener maleficio, olvidan al momento las promesas que hicieron (…).

Aunque años más tarde, Eufemio confesaría al historiador Martín Luis Guzmán que se dio cuenta de su error, pues siempre había pensado que la silla presidencial era una silla de montar.

Pero esa supuesta maldición no fue obstáculo para que Pancho Villa se sentara en la que se pensaba era la silla presidencial aquellos inicios de diciembre de 1914, quedando el momento plasmado en una icónica fotografía. Aunque mucho se ha cuestionado sobre la autenticidad de la silla donde se sentó Villa, todo parece indicar que Carranza, meses antes, había huido hacia Veracruz, llevando consigo la original silla presidencial.

Así que no se sabe si la leyenda de la maldición de la silla sea cierta y mucho menos cuál es la silla presidencial original; en la famosa fotografía se observa un asiento que, por sus dimensiones pareciera un trono; en la parte alta de su respaldo se observa grabada la imagen del águila propia del Imperio de Maximiliano, luego un recuadro con ribetes y por el brillo que destella pareciera que estaba cubierta con lámina de oro.

Aunque “la maldición de la silla” no pase de ser una leyenda y no existe evidencia alguna que la que actualmente se encuentra en el Palacio Nacional de México sea la original; el presidente decidió “curarse en salud”, como decimos en nuestro país y mandar hacer una limpia a la silla, aunque en la fotografía compartida por Twitter se observa una silla muy distinta a la que recibió las posaderas del Centauro del Norte.

Para el antropólogo Alonso Aparicio, en las culturas tradicionales mesoamericanas, la limpia puede darse cuando los elementos dañinos que proceden del mundo espiritual contaminan hasta el grado de posesión de espíritus malignos; pero también puede tener malos efectos energéticos, los que son eliminados a través del proceso que permite desaparecer energías desagradables susceptibles de ser absorbidas involuntariamente por una persona.

El proceso de limpia puede variar, pero generalmente implica el uso de humos aromáticos que por su densidad suelen absorber las malas energías, acompañado de oraciones que auxilian y en ocasiones el roce de un huevo que tiene la capacidad de asimilar las vibraciones dañinas.

Las limpias son producto de culturas milenarias meritorias de respeto; que, aunque choquen con nuestro pensar occidental no dejan de tener cierta base, las prácticas médicas que tienen orígenes distintos de la nuestra han dado tranquilidad y paz a muchísimas culturas.

Así que, connacionales donde sea que se encuentren, podemos estar tranquilos, la silla presidencial, sea la original o no y haya estado o no sujeta a maldición, fue objeto de limpia.

“Subí por los escalones (de Palacio Nacional), hasta el segundo piso y aspiré la noche. Tenía una sonrisa imposible de borrar. En plena oscuridad fui hasta el despacho presidencial y entré… y la silla…, esa silla maldita que parece que confiere poder, pero en realidad es un símbolo de la locura. Ahí me senté, con el pecho inflado, y disfruté el silencio, el poder, el logro obtenido tras años de lucha y ambición…”.

No, estimado lector, no se trata de quien está usted pensando, en realidad son las palabras que Pedro J. Fernández, en su libro “Yo Díaz”, pone en boca de Porfirio Díaz quien fue presidente de México durante un largo periodo, pero lo que quiero resaltar es la imagen de la silla presidencial que Gómez Morín, mi paisano, describió: “Comparada milimétricamente con otras sillas es relativamente pequeña, pero el estuco desportillado de sus tallas, el raído terciopelo guinda de su forro y sus chimuelas guirnaldas doradas acusan un porfiado uso” (P.I. Taibo, Pancho Villa una biografía narrativa).

Taibo menciona que Eufemio Zapata, hermano de Emiliano, había declarado: “Hice yo una solemne promesa a mis soldados, que al tomar la capital de la República quemaría inmediatamente la silla presidencial, porque todos los hombres que ocupan esa silla, que parece tener maleficio, olvidan al momento las promesas que hicieron (…).

Aunque años más tarde, Eufemio confesaría al historiador Martín Luis Guzmán que se dio cuenta de su error, pues siempre había pensado que la silla presidencial era una silla de montar.

Pero esa supuesta maldición no fue obstáculo para que Pancho Villa se sentara en la que se pensaba era la silla presidencial aquellos inicios de diciembre de 1914, quedando el momento plasmado en una icónica fotografía. Aunque mucho se ha cuestionado sobre la autenticidad de la silla donde se sentó Villa, todo parece indicar que Carranza, meses antes, había huido hacia Veracruz, llevando consigo la original silla presidencial.

Así que no se sabe si la leyenda de la maldición de la silla sea cierta y mucho menos cuál es la silla presidencial original; en la famosa fotografía se observa un asiento que, por sus dimensiones pareciera un trono; en la parte alta de su respaldo se observa grabada la imagen del águila propia del Imperio de Maximiliano, luego un recuadro con ribetes y por el brillo que destella pareciera que estaba cubierta con lámina de oro.

Aunque “la maldición de la silla” no pase de ser una leyenda y no existe evidencia alguna que la que actualmente se encuentra en el Palacio Nacional de México sea la original; el presidente decidió “curarse en salud”, como decimos en nuestro país y mandar hacer una limpia a la silla, aunque en la fotografía compartida por Twitter se observa una silla muy distinta a la que recibió las posaderas del Centauro del Norte.

Para el antropólogo Alonso Aparicio, en las culturas tradicionales mesoamericanas, la limpia puede darse cuando los elementos dañinos que proceden del mundo espiritual contaminan hasta el grado de posesión de espíritus malignos; pero también puede tener malos efectos energéticos, los que son eliminados a través del proceso que permite desaparecer energías desagradables susceptibles de ser absorbidas involuntariamente por una persona.

El proceso de limpia puede variar, pero generalmente implica el uso de humos aromáticos que por su densidad suelen absorber las malas energías, acompañado de oraciones que auxilian y en ocasiones el roce de un huevo que tiene la capacidad de asimilar las vibraciones dañinas.

Las limpias son producto de culturas milenarias meritorias de respeto; que, aunque choquen con nuestro pensar occidental no dejan de tener cierta base, las prácticas médicas que tienen orígenes distintos de la nuestra han dado tranquilidad y paz a muchísimas culturas.

Así que, connacionales donde sea que se encuentren, podemos estar tranquilos, la silla presidencial, sea la original o no y haya estado o no sujeta a maldición, fue objeto de limpia.

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