/ martes 2 de octubre de 2018

2 de octubre: impunidad y autoritarismo

Terminó septiembre con sus “idus” y sus “hados”.

Sin embargo, empieza octubre con la fecha 2 del mes, lo cual para muchos, incluyéndonos, ha sido y sigue siendo una fecha sombría, imborrable, nefasta, por los sucesos violentos y luctuosos que entonces ocurrieron.

El mes anterior fue portador de horas, asimismo, execrables: terremotos, tormentas, crímenes sin fin; secuestros políticos y no políticos.

Octubre comienza con una de las fechas indecibles del calendario.

Las muertes colectivas claman aún por su esclarecimiento. En busca de culpables, se declaran responsables anónimos. Los crímenes semejantes encubren a los verdaderos causantes de tragedias como la susodicha.

No hubo, en aquel torbellino, héroes sin nombre.

No obstante, el 2 de octubre ha quedado en la memoria colectiva como expresión de lo que no se debe repetir, de aquello que habrá de evitar con provocaciones sin sentido.

Mujeres, ancianos y niños indefensos fueron objeto de esa revuelta social, sin que hasta ahora haya luz suficiente para poder ver con visos de realismo todo lo ocurrido. Mención aparte merecen los estudiantes provocados y enviados al atropello cruento.

El “yo acuso” se sobrepone a los sujetos o corresponsables de los dolorosos hechos. No hubo, no hay, por lo tanto, lugar para la imputación.

Así, el pasado 2 de octubre se convierte en horrenda pesadilla, en una inmensa cruz que no admite, en principio, por el cruento suceso, explicación satisfactoria para los analistas, menos para el ciudadano común.

A pesar de lo anterior, habrá que intentar el esclarecimiento de los hechos con el propósito de prevenir; es decir, con el fin de impedir la comisión de actos destinados a causar heridas incurables y zozobras sin remedio alguno.

La impunidad proveniente de tribunales y entidades creadas para fincar penas y castigos ejemplares, genera invariablemente resultados adversos como los de Guerrero.

La autoridad se convierte en vacío insondable y es sustituida por el autoritarismo, agente político capaz de incurrir en sucesos innombrables como los que dan lugar a la fecha lúgubre del 2 de octubre.

Se asocia el nombre de la UNAM en este crimen sin nombre como si fuese el sujeto promotor de las movilizaciones durante aquel nefasto año 1968. La autonomía universitaria ha servido a villanos y a personas con nombre y dignidad.

Hoy se rememora la fecha en términos de una batalla sin caudillos, sin responsables y sin autoría; es decir, sin presuntos héroes y sin imputables o responsables.

Pero el fenómeno social, por calificarlo de algún modo, muestra lo siguiente: a mayor impunidad, a más recurrencia de los delitos sin penas ni castigos, el autoritarismo se impone con el torvo propósito de ocultar las omisiones y evasiones.

Lo anterior quiere decir que en la medida que entran y salen de las cárceles los presuntos y directos imputables, los autores de crímenes por sus fechorías, el autoritarismo se impone a fin de cubrir o solapar la ausencia de actos legítimos por parte de tribunales y entidades justicieras creadas para imponer las sanciones que correspondan a los delitos o crímenes cometidos.

Se deja, entonces, en manos de la arbitrariedad y lo que podría entenderse como ejemplo a seguir con la finalidad de que dicha acción sea merecedora de pena y castigo, así como para evitar su reincidencia.

En consecuencia, emerge el autoritarismo y hace valer su látigo violento que desconoce la “otreidad”, al otro, como persona y como semejante.


http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx



Terminó septiembre con sus “idus” y sus “hados”.

Sin embargo, empieza octubre con la fecha 2 del mes, lo cual para muchos, incluyéndonos, ha sido y sigue siendo una fecha sombría, imborrable, nefasta, por los sucesos violentos y luctuosos que entonces ocurrieron.

El mes anterior fue portador de horas, asimismo, execrables: terremotos, tormentas, crímenes sin fin; secuestros políticos y no políticos.

Octubre comienza con una de las fechas indecibles del calendario.

Las muertes colectivas claman aún por su esclarecimiento. En busca de culpables, se declaran responsables anónimos. Los crímenes semejantes encubren a los verdaderos causantes de tragedias como la susodicha.

No hubo, en aquel torbellino, héroes sin nombre.

No obstante, el 2 de octubre ha quedado en la memoria colectiva como expresión de lo que no se debe repetir, de aquello que habrá de evitar con provocaciones sin sentido.

Mujeres, ancianos y niños indefensos fueron objeto de esa revuelta social, sin que hasta ahora haya luz suficiente para poder ver con visos de realismo todo lo ocurrido. Mención aparte merecen los estudiantes provocados y enviados al atropello cruento.

El “yo acuso” se sobrepone a los sujetos o corresponsables de los dolorosos hechos. No hubo, no hay, por lo tanto, lugar para la imputación.

Así, el pasado 2 de octubre se convierte en horrenda pesadilla, en una inmensa cruz que no admite, en principio, por el cruento suceso, explicación satisfactoria para los analistas, menos para el ciudadano común.

A pesar de lo anterior, habrá que intentar el esclarecimiento de los hechos con el propósito de prevenir; es decir, con el fin de impedir la comisión de actos destinados a causar heridas incurables y zozobras sin remedio alguno.

La impunidad proveniente de tribunales y entidades creadas para fincar penas y castigos ejemplares, genera invariablemente resultados adversos como los de Guerrero.

La autoridad se convierte en vacío insondable y es sustituida por el autoritarismo, agente político capaz de incurrir en sucesos innombrables como los que dan lugar a la fecha lúgubre del 2 de octubre.

Se asocia el nombre de la UNAM en este crimen sin nombre como si fuese el sujeto promotor de las movilizaciones durante aquel nefasto año 1968. La autonomía universitaria ha servido a villanos y a personas con nombre y dignidad.

Hoy se rememora la fecha en términos de una batalla sin caudillos, sin responsables y sin autoría; es decir, sin presuntos héroes y sin imputables o responsables.

Pero el fenómeno social, por calificarlo de algún modo, muestra lo siguiente: a mayor impunidad, a más recurrencia de los delitos sin penas ni castigos, el autoritarismo se impone con el torvo propósito de ocultar las omisiones y evasiones.

Lo anterior quiere decir que en la medida que entran y salen de las cárceles los presuntos y directos imputables, los autores de crímenes por sus fechorías, el autoritarismo se impone a fin de cubrir o solapar la ausencia de actos legítimos por parte de tribunales y entidades justicieras creadas para imponer las sanciones que correspondan a los delitos o crímenes cometidos.

Se deja, entonces, en manos de la arbitrariedad y lo que podría entenderse como ejemplo a seguir con la finalidad de que dicha acción sea merecedora de pena y castigo, así como para evitar su reincidencia.

En consecuencia, emerge el autoritarismo y hace valer su látigo violento que desconoce la “otreidad”, al otro, como persona y como semejante.


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