/ sábado 8 de septiembre de 2018

Don Federico y la grandeza

Durante las casi tres décadas que tengo como articulista nunca tuve la oportunidad de usar la palabra “grandeza”, que describe a las y los grandes dirigentes, constructores, artistas, estadistas, pueblos y naciones. La grandeza no se renta o se compra a la grandeza se llega. Una gran generación de chihuahuenses lleva buen rato marchándose pero no veo su reemplazo y me sobran dedos en la mano para mencionar los que nos quedan.

Contrario a lo que muchísimos imaginan, don Federico Terrazas Torres no nació entre pañales de seda. Heredó un gran y controvertido apellido y el ejemplo de su padre, don Federico Terrazas Falomir, un ganadero trabajador y esforzado, pero no dueño de capitales y haciendas, y se nutrió de la generosidad y los valores de su madre, doña Margarita Torres Aizpuru, experiencias y ejemplo que formaron su espíritu.

A diferencia de buena parte de muchos empresarios locales, la filantropía no fue para sólo excepción y lustre social, sino vocación de vida, practicando la milenaria consigna de que “nobleza obliga”. A diferencia de muchos encumbrados, con el tacto y la firmeza que lo caracterizaba, hacia saber a palacio su punto de vista cuando el gobernante en turno desbarraba, pero con discreción y prudencia.

Un gran número de las acciones, gestos y generosidad de don Federico jamás será conocido. Quedan como testimonios de su grandeza el ITESM campus Chihuahua; Misiones Coloniales, ocupada en rescatar los adobes que a la inmensa mayoría poco o nada nos importan; Fundación Chihuahua, que apoya a los jóvenes en apuros económicos para terminar sus carreras, así como muchas otras obras y gestos anónimos.

Don Federico estuvo siempre preocupándose por al pasado, el presente y el futuro de Chihuahua, no sólo abría con tino y generosidad su cartera, también convencía a otros o les hacía “manita de puerco” con diplomacia para que contribuyeran y cumplieran con la responsabilidad social del próspero con quienes sufren limitaciones y carencias. En esta nada fácil tarea construyó un liderazgo, mecenazgo y respeto que hoy no tiene parangón en Chihuahua.

Llegó a ser el Don Respeto principal de Chihuahua por mérito propio, así como el referente nacional de lo mejor que sucedía y se incubaba en nuestro estado. Un gran espíritu filantrópico siempre impulsando la innovación organizacional y tecnológica de sus empresas, siempre entusiasmado abriendo y conquistando nuevos mercados, inclusive en los difíciles y competidos espacios de nuestro poderoso vecino del norte, siempre sin detenerse ni amilanarse.

Sin ser gobernador tuvo la capacidad de convocatoria de un presidente y realizó durante la mayor parte de su vida una labor pública y social que empequeñece a la mayoría de nuestros gobernantes. Que don Federico descanse en paz, porque como proclamaban los romanos de sus grandes hombres: “Don Federico ha vivido”. Ojalá que su lugar no permanezca vacío, porque Chihuahua sería un mejor espacio si contáramos al menos con otro don Federico Terrazas Torres.




Durante las casi tres décadas que tengo como articulista nunca tuve la oportunidad de usar la palabra “grandeza”, que describe a las y los grandes dirigentes, constructores, artistas, estadistas, pueblos y naciones. La grandeza no se renta o se compra a la grandeza se llega. Una gran generación de chihuahuenses lleva buen rato marchándose pero no veo su reemplazo y me sobran dedos en la mano para mencionar los que nos quedan.

Contrario a lo que muchísimos imaginan, don Federico Terrazas Torres no nació entre pañales de seda. Heredó un gran y controvertido apellido y el ejemplo de su padre, don Federico Terrazas Falomir, un ganadero trabajador y esforzado, pero no dueño de capitales y haciendas, y se nutrió de la generosidad y los valores de su madre, doña Margarita Torres Aizpuru, experiencias y ejemplo que formaron su espíritu.

A diferencia de buena parte de muchos empresarios locales, la filantropía no fue para sólo excepción y lustre social, sino vocación de vida, practicando la milenaria consigna de que “nobleza obliga”. A diferencia de muchos encumbrados, con el tacto y la firmeza que lo caracterizaba, hacia saber a palacio su punto de vista cuando el gobernante en turno desbarraba, pero con discreción y prudencia.

Un gran número de las acciones, gestos y generosidad de don Federico jamás será conocido. Quedan como testimonios de su grandeza el ITESM campus Chihuahua; Misiones Coloniales, ocupada en rescatar los adobes que a la inmensa mayoría poco o nada nos importan; Fundación Chihuahua, que apoya a los jóvenes en apuros económicos para terminar sus carreras, así como muchas otras obras y gestos anónimos.

Don Federico estuvo siempre preocupándose por al pasado, el presente y el futuro de Chihuahua, no sólo abría con tino y generosidad su cartera, también convencía a otros o les hacía “manita de puerco” con diplomacia para que contribuyeran y cumplieran con la responsabilidad social del próspero con quienes sufren limitaciones y carencias. En esta nada fácil tarea construyó un liderazgo, mecenazgo y respeto que hoy no tiene parangón en Chihuahua.

Llegó a ser el Don Respeto principal de Chihuahua por mérito propio, así como el referente nacional de lo mejor que sucedía y se incubaba en nuestro estado. Un gran espíritu filantrópico siempre impulsando la innovación organizacional y tecnológica de sus empresas, siempre entusiasmado abriendo y conquistando nuevos mercados, inclusive en los difíciles y competidos espacios de nuestro poderoso vecino del norte, siempre sin detenerse ni amilanarse.

Sin ser gobernador tuvo la capacidad de convocatoria de un presidente y realizó durante la mayor parte de su vida una labor pública y social que empequeñece a la mayoría de nuestros gobernantes. Que don Federico descanse en paz, porque como proclamaban los romanos de sus grandes hombres: “Don Federico ha vivido”. Ojalá que su lugar no permanezca vacío, porque Chihuahua sería un mejor espacio si contáramos al menos con otro don Federico Terrazas Torres.