Durante las casi tres décadas que tengo como articulista nunca tuve la oportunidad de usar la palabra “grandeza”, que describe a las y los grandes dirigentes, constructores, artistas, estadistas, pueblos y naciones. La grandeza no se renta o se compra a la grandeza se llega. Una gran generación de chihuahuenses lleva buen rato marchándose pero no veo su reemplazo y me sobran dedos en la mano para mencionar los que nos quedan.
Contrario a lo que muchísimos imaginan, don Federico Terrazas Torres no nació entre pañales de seda. Heredó un gran y controvertido apellido y el ejemplo de su padre, don Federico Terrazas Falomir, un ganadero trabajador y esforzado, pero no dueño de capitales y haciendas, y se nutrió de la generosidad y los valores de su madre, doña Margarita Torres Aizpuru, experiencias y ejemplo que formaron su espíritu.
A diferencia de buena parte de muchos empresarios locales, la filantropía no fue para sólo excepción y lustre social, sino vocación de vida, practicando la milenaria consigna de que “nobleza obliga”. A diferencia de muchos encumbrados, con el tacto y la firmeza que lo caracterizaba, hacia saber a palacio su punto de vista cuando el gobernante en turno desbarraba, pero con discreción y prudencia.
Un gran número de las acciones, gestos y generosidad de don Federico jamás será conocido. Quedan como testimonios de su grandeza el ITESM campus Chihuahua; Misiones Coloniales, ocupada en rescatar los adobes que a la inmensa mayoría poco o nada nos importan; Fundación Chihuahua, que apoya a los jóvenes en apuros económicos para terminar sus carreras, así como muchas otras obras y gestos anónimos.
Don Federico estuvo siempre preocupándose por al pasado, el presente y el futuro de Chihuahua, no sólo abría con tino y generosidad su cartera, también convencía a otros o les hacía “manita de puerco” con diplomacia para que contribuyeran y cumplieran con la responsabilidad social del próspero con quienes sufren limitaciones y carencias. En esta nada fácil tarea construyó un liderazgo, mecenazgo y respeto que hoy no tiene parangón en Chihuahua.
Llegó a ser el Don Respeto principal de Chihuahua por mérito propio, así como el referente nacional de lo mejor que sucedía y se incubaba en nuestro estado. Un gran espíritu filantrópico siempre impulsando la innovación organizacional y tecnológica de sus empresas, siempre entusiasmado abriendo y conquistando nuevos mercados, inclusive en los difíciles y competidos espacios de nuestro poderoso vecino del norte, siempre sin detenerse ni amilanarse.
Sin ser gobernador tuvo la capacidad de convocatoria de un presidente y realizó durante la mayor parte de su vida una labor pública y social que empequeñece a la mayoría de nuestros gobernantes. Que don Federico descanse en paz, porque como proclamaban los romanos de sus grandes hombres: “Don Federico ha vivido”. Ojalá que su lugar no permanezca vacío, porque Chihuahua sería un mejor espacio si contáramos al menos con otro don Federico Terrazas Torres.