/ domingo 17 de marzo de 2024

El Sistema Anticorrupción y la República

Por Miguel Salvador Gómez González

Integrante del del Comité de Participación Ciudadana (CPC)


Está firme mi creencia en el modelo institucional que integra el Sistema Anticorrupción, y que permite articular a los tres poderes y a las instituciones con su merecida y justificada autonomía, y por supuesto, a una representación ciudadana que, gracias a este modelo, no solo puede encontrarse adentro, sino al centro de las decisiones que en conjunto, con comunicación, diálogo abierto, en enlace y vinculación, hemos coincidido en una misma convicción en tomar la decisiones que generen pertinencia y sobre todo permanencia, más allá de los que hoy estamos al frente de las instituciones o colegiados que representamos. Modelo único en el mundo cuyo potencial aún no alcanzamos a dimensionar y que, a pesar de algunos, es innegable, siempre y cuando, sigamos sin claudicar y en el entendimiento de que logros en colectivo siempre serán mayores que los logros individuales.

La única forma legítima y eficaz para gobernarnos, es una República integrada por medio de procesos y prácticas democráticas. A pesar del abuso y degradación que ha sufrido el término República (la cosa pública), podríamos coincidir que lo genuinamente es republicano, es la división de poderes, que es la frontera que dificulta que uno de ellos intente someter a los demás, evitando la intención de alcanzar el poder absoluto. No hay nada más republicano que aquellas instituciones que obligan a la rendición de cuentas y a transparentar las acciones y decisiones a aquellos que, temporalmente, ostentamos algún cargo o encomienda pública, desde el más alto cargo de este país, hasta la posición más modesta en la administración pública.

Nada tan antirrepublicano, como la ambición sistemática de la concentración del poder, así como los constantes ataques, injurias y denostaciones a quienes pensamos y actuamos diferente a esas codicias retrógradas tendientes a un símil de un esquema dictatorial. La República, exige como principio basal, como lo mencioné anteriormente, la separación de los poderes, el disentimiento en ideas, creencias y posturas, y que se quebranta al pretender ser patrimonio de uso o usufructo de un grupo, aún si fuera la parte mayoritaria. Respetar la cosa pública es tarea de todos, su vigilancia y defensa también.

El Sistema Anticorrupción está cimentado en un espíritu republicano, al convocar y representar en su colegiado, a los diferentes poderes en calidad de iguales y reconocernos como pares, con responsabilidades, obligaciones, facultades y atribuciones diferenciadas, por lo que, este Sistema es la mejor apuesta de coordinación interinstitucional que tenemos en México y no puede funcionar en ese espíritu, si rompemos su centro de gravedad, quebrantando la libre interacción de los demás integrantes en la pretensión de colocarnos dentro de uno de los poderes.

La conceptualización de este Sistema Anticorrupción no es una concesión graciosa de un gobierno en turno, sino el resultado de la exigencia legitima del genuino soberano: la ciudadanía. Respaldada por convenciones internacionales suscritas por el Estado mexicano, pero, sobre todo, de la misma Constitución y sus leyes secundarias. Hago votos en mejorar, antes que desarticular.


La integridad es primeramente un estado de consciencia, luego un acto en consecuencia.

Miguel Salvador Gómez González / 2024


Por Miguel Salvador Gómez González

Integrante del del Comité de Participación Ciudadana (CPC)


Está firme mi creencia en el modelo institucional que integra el Sistema Anticorrupción, y que permite articular a los tres poderes y a las instituciones con su merecida y justificada autonomía, y por supuesto, a una representación ciudadana que, gracias a este modelo, no solo puede encontrarse adentro, sino al centro de las decisiones que en conjunto, con comunicación, diálogo abierto, en enlace y vinculación, hemos coincidido en una misma convicción en tomar la decisiones que generen pertinencia y sobre todo permanencia, más allá de los que hoy estamos al frente de las instituciones o colegiados que representamos. Modelo único en el mundo cuyo potencial aún no alcanzamos a dimensionar y que, a pesar de algunos, es innegable, siempre y cuando, sigamos sin claudicar y en el entendimiento de que logros en colectivo siempre serán mayores que los logros individuales.

La única forma legítima y eficaz para gobernarnos, es una República integrada por medio de procesos y prácticas democráticas. A pesar del abuso y degradación que ha sufrido el término República (la cosa pública), podríamos coincidir que lo genuinamente es republicano, es la división de poderes, que es la frontera que dificulta que uno de ellos intente someter a los demás, evitando la intención de alcanzar el poder absoluto. No hay nada más republicano que aquellas instituciones que obligan a la rendición de cuentas y a transparentar las acciones y decisiones a aquellos que, temporalmente, ostentamos algún cargo o encomienda pública, desde el más alto cargo de este país, hasta la posición más modesta en la administración pública.

Nada tan antirrepublicano, como la ambición sistemática de la concentración del poder, así como los constantes ataques, injurias y denostaciones a quienes pensamos y actuamos diferente a esas codicias retrógradas tendientes a un símil de un esquema dictatorial. La República, exige como principio basal, como lo mencioné anteriormente, la separación de los poderes, el disentimiento en ideas, creencias y posturas, y que se quebranta al pretender ser patrimonio de uso o usufructo de un grupo, aún si fuera la parte mayoritaria. Respetar la cosa pública es tarea de todos, su vigilancia y defensa también.

El Sistema Anticorrupción está cimentado en un espíritu republicano, al convocar y representar en su colegiado, a los diferentes poderes en calidad de iguales y reconocernos como pares, con responsabilidades, obligaciones, facultades y atribuciones diferenciadas, por lo que, este Sistema es la mejor apuesta de coordinación interinstitucional que tenemos en México y no puede funcionar en ese espíritu, si rompemos su centro de gravedad, quebrantando la libre interacción de los demás integrantes en la pretensión de colocarnos dentro de uno de los poderes.

La conceptualización de este Sistema Anticorrupción no es una concesión graciosa de un gobierno en turno, sino el resultado de la exigencia legitima del genuino soberano: la ciudadanía. Respaldada por convenciones internacionales suscritas por el Estado mexicano, pero, sobre todo, de la misma Constitución y sus leyes secundarias. Hago votos en mejorar, antes que desarticular.


La integridad es primeramente un estado de consciencia, luego un acto en consecuencia.

Miguel Salvador Gómez González / 2024