/ viernes 13 de abril de 2018

Hablando de dignidad

De no ser porque el presidente Enrique Peña Nieto y su gobierno tienen casi seis años atentando -de una u otra forma- contra la dignidad del país y de los mexicanos, el mensaje que emitió hace algunos días (en respuesta a la postura de su homólogo estadounidense, Donald Trump), sería digno de una ovación de pie.

A pesar de que el discurso xenofóbico de Donald Trump no es nada nuevo, sus más recientes declaraciones y su intención de desplegar a la Guardia Nacional (militares) en la frontera con México, causaron la indignación del presidente Peña Nieto quien, a través de un mensaje a la nación (con dedicatoria a Trump), fijó la respectiva postura del Gobierno de la República.

Indiscutiblemente, la forma y el fondo del discurso emitido por el presidente Peña son -en teoría- impecables, de ahí que -en general- las críticas hayan resultado favorables. Es más, tan excelso fue el discurso, que hasta los candidatos (sí, también “ya saben quién”) que buscan relevarlo, elogiaron el monólogo del presidente. Sin embargo, también es indiscutible es que del discurso al hecho (o sea, en la práctica), hay mucho trecho.

Desde que Donald Trump era precandidato, se distinguió por su actitud xenofóbica y racista dirigida, particularmente, hacia los mexicanos. Y a pesar de que, conforme fue pasando el tiempo, esa actitud de Trump fue aumentando hasta el grado de llegar a ser -prácticamente- una política pública del gobierno que ahora encabeza, Peña Nieto no dio muestra real de indignación. Incluso, el año pasado (en marzo, para ser exactos), Peña Nieto manifestó haber observado un cambio en la actitud de Trump.

El caso es, que México requiere de un presidente digno del cargo que el pueblo le confiere. Un presidente que, a diferencia de Peña Nieto, defienda, en todo momento (no sólo a veces) y “a capa y espada”, la soberanía y la dignidad nacional. Pero, además, que sirva con diligencia para que sus dichos y sus actos sean congruentes porque, por ejemplo, de muy poco -o nada- sirve que “defienda” la dignidad del pueblo en los asuntos de política exterior, si en materia de política interior vulnera -consciente o inconscientemente- esa dignidad que en el discurso dice defender.

Finalizo en esta ocasión citando lo dicho alguna vez por el estadista británico Felipe Stanhope de Chesterfield: “Si te propones algún día mandar con dignidad, debes antes servir con diligencia”.



laecita.wordpress.com

laecita@gmail.com


De no ser porque el presidente Enrique Peña Nieto y su gobierno tienen casi seis años atentando -de una u otra forma- contra la dignidad del país y de los mexicanos, el mensaje que emitió hace algunos días (en respuesta a la postura de su homólogo estadounidense, Donald Trump), sería digno de una ovación de pie.

A pesar de que el discurso xenofóbico de Donald Trump no es nada nuevo, sus más recientes declaraciones y su intención de desplegar a la Guardia Nacional (militares) en la frontera con México, causaron la indignación del presidente Peña Nieto quien, a través de un mensaje a la nación (con dedicatoria a Trump), fijó la respectiva postura del Gobierno de la República.

Indiscutiblemente, la forma y el fondo del discurso emitido por el presidente Peña son -en teoría- impecables, de ahí que -en general- las críticas hayan resultado favorables. Es más, tan excelso fue el discurso, que hasta los candidatos (sí, también “ya saben quién”) que buscan relevarlo, elogiaron el monólogo del presidente. Sin embargo, también es indiscutible es que del discurso al hecho (o sea, en la práctica), hay mucho trecho.

Desde que Donald Trump era precandidato, se distinguió por su actitud xenofóbica y racista dirigida, particularmente, hacia los mexicanos. Y a pesar de que, conforme fue pasando el tiempo, esa actitud de Trump fue aumentando hasta el grado de llegar a ser -prácticamente- una política pública del gobierno que ahora encabeza, Peña Nieto no dio muestra real de indignación. Incluso, el año pasado (en marzo, para ser exactos), Peña Nieto manifestó haber observado un cambio en la actitud de Trump.

El caso es, que México requiere de un presidente digno del cargo que el pueblo le confiere. Un presidente que, a diferencia de Peña Nieto, defienda, en todo momento (no sólo a veces) y “a capa y espada”, la soberanía y la dignidad nacional. Pero, además, que sirva con diligencia para que sus dichos y sus actos sean congruentes porque, por ejemplo, de muy poco -o nada- sirve que “defienda” la dignidad del pueblo en los asuntos de política exterior, si en materia de política interior vulnera -consciente o inconscientemente- esa dignidad que en el discurso dice defender.

Finalizo en esta ocasión citando lo dicho alguna vez por el estadista británico Felipe Stanhope de Chesterfield: “Si te propones algún día mandar con dignidad, debes antes servir con diligencia”.



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