/ viernes 19 de octubre de 2018

Populismo

Pueden ser definidas como populistas aquellas fórmulas políticas por las cuales el pueblo, considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y objeto constante de referencia.

Se ha dicho que el populismo no es una doctrina precisa sino un “síndrome”. En efecto, al populismo no corresponde una elaboración teórica orgánica y sistemática. Ordinariamente el populismo está más latente que teóricamente explícito. Como denominación se adapta fácilmente, no obstante, a doctrinas y a fórmulas articuladas de manera diferente y divergente en la apariencia, pero unidas en el propio núcleo esencial por la referencia constante al tema central y por la contraposición encarnizada a doctrinas y fórmulas de derivación distintas.

Es todo credo y movimiento basado en la siguiente premisa principal: la virtud reside en el pueblo auténtico que constituyen las mayorías aplastante y en sus tradiciones colectivas (como el caso del proceso electoral pasado con Morena, Primor), el populismo es “la ideología de las pequeñas gentes del campo amenazadas por la alianza entre el capital industrial y el financiero”, el populismo se basa “en dos principios fundamentales: la supremacía de la voluntad del pueblo y la relación directa entre el pueblo y quien la liderea”.

Un líder argentino comentó, sabiamente, que habiendo recorrido el país de punta a punta y habiendo conocido todas sus bellezas y maravillas se encontró al fin con su más grande y alta belleza: el pueblo (el caso se repitió con Andrés Manuel López Obrador, nuestro próximo presidente); ojalá aproveche tan benigna y honrosa oportunidad, el pueblo es asumido como mito, más allá de una exacta definición terminológica, a nivel lírico y emotivo. El populismo tiene de ordinario una matriz más literaria que política o filosófica y, en general, sus realidades históricas están acompañadas o presididas, por iluminaciones poéticas, por un descubrimiento y por una transfiguración literaria de reales o supuestos valores populares.

El elemento campesino y rural aunque son privilegiados generalmente no son prioritarios constitutivos: en países con fuertes índices de concentraciones urbanas, donde el pueblo está formado por la masa de los trabajadores. No sólo esto, más aún, como prototipo, como síntesis simbólica de las virtudes populares puede ser escogido un elemento social marginal como el “chulo” madrileño para algunos teóricos de la falange, o un soldado de las tropas especiales como el ardite para el fascismo italiano o simplemente el “combatiente” para diferentes movimientos populistas.



Pueden ser definidas como populistas aquellas fórmulas políticas por las cuales el pueblo, considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y objeto constante de referencia.

Se ha dicho que el populismo no es una doctrina precisa sino un “síndrome”. En efecto, al populismo no corresponde una elaboración teórica orgánica y sistemática. Ordinariamente el populismo está más latente que teóricamente explícito. Como denominación se adapta fácilmente, no obstante, a doctrinas y a fórmulas articuladas de manera diferente y divergente en la apariencia, pero unidas en el propio núcleo esencial por la referencia constante al tema central y por la contraposición encarnizada a doctrinas y fórmulas de derivación distintas.

Es todo credo y movimiento basado en la siguiente premisa principal: la virtud reside en el pueblo auténtico que constituyen las mayorías aplastante y en sus tradiciones colectivas (como el caso del proceso electoral pasado con Morena, Primor), el populismo es “la ideología de las pequeñas gentes del campo amenazadas por la alianza entre el capital industrial y el financiero”, el populismo se basa “en dos principios fundamentales: la supremacía de la voluntad del pueblo y la relación directa entre el pueblo y quien la liderea”.

Un líder argentino comentó, sabiamente, que habiendo recorrido el país de punta a punta y habiendo conocido todas sus bellezas y maravillas se encontró al fin con su más grande y alta belleza: el pueblo (el caso se repitió con Andrés Manuel López Obrador, nuestro próximo presidente); ojalá aproveche tan benigna y honrosa oportunidad, el pueblo es asumido como mito, más allá de una exacta definición terminológica, a nivel lírico y emotivo. El populismo tiene de ordinario una matriz más literaria que política o filosófica y, en general, sus realidades históricas están acompañadas o presididas, por iluminaciones poéticas, por un descubrimiento y por una transfiguración literaria de reales o supuestos valores populares.

El elemento campesino y rural aunque son privilegiados generalmente no son prioritarios constitutivos: en países con fuertes índices de concentraciones urbanas, donde el pueblo está formado por la masa de los trabajadores. No sólo esto, más aún, como prototipo, como síntesis simbólica de las virtudes populares puede ser escogido un elemento social marginal como el “chulo” madrileño para algunos teóricos de la falange, o un soldado de las tropas especiales como el ardite para el fascismo italiano o simplemente el “combatiente” para diferentes movimientos populistas.