/ martes 28 de agosto de 2018

Qué fácil es prometer y...

Pareciera como que ya se está convirtiendo en algo común, en algo cotidiano, el prometer, el establecer compromisos, y con una facilidad tremenda o no cumplirlos, o buscar pretextos para justificarlos.

Podemos verlo desde la forma individual donde día a día existen muchas personas que prometen comportarse de cierta manera, prometen la realización de acciones para lograr algún objetivo. Sin embargo, al llegar el momento, o al pasar el tiempo, no cumplen. Y lo más duro es que sin remordimiento alguno, o sin consecuencias posteriores promesas y más promesas, pasan sin cumplir.

En los últimos años-meses hemos visto cómo un gran número de candidatos, hoy en algún cargo público, prometieron y hasta la fecha no han cumplido. Desde aquellos que prometieron que la universidad sería sin costo, con evidencias en videos promocionales, en discursos, o en reuniones, y ya estando en los cargos, rompen la promesa y “cambian” de opinión. ¿Será que no habían hecho bien los cálculos?, ¿será que sólo era una medida para ganar votos y ya se sabía que no cumpliría? Cualquiera que sea la razón, la confianza en esos personajes se rompió desde que no cumplió su promesa. Y pudieran existir muchos argumentos apoyando el incumplimiento, pero la realidad es que no cumplieron. Así podemos ver qué fácil es prometer y no cumplir. O aquellos que prometen sabiendo que no está en sus manos el cumplimiento, y aun así lo prometen. Y pues puede pasar el tiempo, y como no depende de ellos, no cumplen. O inclusive hacen “maroma y teatro” como si fuera a suceder la promesa, sin embargo, pasa el tiempo y queda sin cumplir. En este caso se encuentran aquellos que prometen “acabar con la corrupción”, o “meter algún gobernante a la cárcel”, o “castigar a corruptos”, en fin, y pasan los días y las promesas hechas fácilmente en el pasado, siguen sin cumplirse. Y pues hay justificaciones de “por qué no”, de “no está en su ámbito”, de “alguien más es el responsable”, pero la realidad es que no cumplen.

A lo largo y ancho de nuestro país, en todos los niveles de gobierno y en muchas organizaciones, día a día prometen y prometen, y finalmente no cumplen.

Es importante no prometer lo que no podemos cumplir. Muchas veces es difícil, pero es mejor, desde el punto de vista ético y de confianza hacia la búsqueda de la verdad. Desde cosas tan sencillas como prometer a los niños cosas que para nosotros son sin importancia, como por ejemplo asistir al cine o comprar algún juguete, hasta prometer sueños como acabar con la corrupción, o acabar con la pobreza. Pero no hay tiempo que no llegue ni plazo que no se cumpla y en ocasiones prometemos sin siquiera pensar y cuando llega el momento de cumplir, no lo hacemos; entonces eso crea una desilusión y aun cuando siempre pensamos que los niños todo olvidan, o que los ciudadanos no exigen, estamos sentando un precedente. Caer en el juego banal es muy común, ejemplos tenemos miles: “Te llamo luego”, “al rato te busco”, “cuenta con ello”, “no se me olvida”, “está entre mi pendientes”, es una innumerable lista de promesas no cumplidas, ya que todos lo hemos hecho alguna vez y al paso de los años, con el pretexto de la vida correteada y las múltiples ocupaciones, estas palabras fluyen como agua por nuestras bocas. El reto es ser sinceros, en algunas ocasiones nos va a costar más que en otras, pero es mejor decir un no que lanzar una falsa promesa. Las falsas promesas a veces se hacen por tratar de quedar bien, por cultivar nuestro propio ego, por salir del paso lo más rápido posible, por querer atraer la atención o plantear esperanzas de un mejor futuro, pero debemos tener conciencia de que sólo tenemos una vida y la tenemos que vivir de la mejor manera, que nuestras palabras valen y que nuestro corazón está en ellas.

Por eso, las promesas no cumplidas llenan de tristeza y son el aliado de la falta de credibilidad y responsabilidad, de la falta de integridad. Así que nunca hagas una promesa que no puedas cumplir; y una vez hecha, es tu responsabilidad cumplirla, ya que las promesas son el alimento, la fortaleza y la esperanza del corazón.

En nuestros días, qué fácil es prometer y no cumplir. O prometer a los ciudadanos que tienen esperanza de una vida mejor, sabiendo de antemano que no se va a cumplir. Y cuando llegue el momento justificar por qué no se cumplió.

email: antonio.rios@itesm.mx



Pareciera como que ya se está convirtiendo en algo común, en algo cotidiano, el prometer, el establecer compromisos, y con una facilidad tremenda o no cumplirlos, o buscar pretextos para justificarlos.

Podemos verlo desde la forma individual donde día a día existen muchas personas que prometen comportarse de cierta manera, prometen la realización de acciones para lograr algún objetivo. Sin embargo, al llegar el momento, o al pasar el tiempo, no cumplen. Y lo más duro es que sin remordimiento alguno, o sin consecuencias posteriores promesas y más promesas, pasan sin cumplir.

En los últimos años-meses hemos visto cómo un gran número de candidatos, hoy en algún cargo público, prometieron y hasta la fecha no han cumplido. Desde aquellos que prometieron que la universidad sería sin costo, con evidencias en videos promocionales, en discursos, o en reuniones, y ya estando en los cargos, rompen la promesa y “cambian” de opinión. ¿Será que no habían hecho bien los cálculos?, ¿será que sólo era una medida para ganar votos y ya se sabía que no cumpliría? Cualquiera que sea la razón, la confianza en esos personajes se rompió desde que no cumplió su promesa. Y pudieran existir muchos argumentos apoyando el incumplimiento, pero la realidad es que no cumplieron. Así podemos ver qué fácil es prometer y no cumplir. O aquellos que prometen sabiendo que no está en sus manos el cumplimiento, y aun así lo prometen. Y pues puede pasar el tiempo, y como no depende de ellos, no cumplen. O inclusive hacen “maroma y teatro” como si fuera a suceder la promesa, sin embargo, pasa el tiempo y queda sin cumplir. En este caso se encuentran aquellos que prometen “acabar con la corrupción”, o “meter algún gobernante a la cárcel”, o “castigar a corruptos”, en fin, y pasan los días y las promesas hechas fácilmente en el pasado, siguen sin cumplirse. Y pues hay justificaciones de “por qué no”, de “no está en su ámbito”, de “alguien más es el responsable”, pero la realidad es que no cumplen.

A lo largo y ancho de nuestro país, en todos los niveles de gobierno y en muchas organizaciones, día a día prometen y prometen, y finalmente no cumplen.

Es importante no prometer lo que no podemos cumplir. Muchas veces es difícil, pero es mejor, desde el punto de vista ético y de confianza hacia la búsqueda de la verdad. Desde cosas tan sencillas como prometer a los niños cosas que para nosotros son sin importancia, como por ejemplo asistir al cine o comprar algún juguete, hasta prometer sueños como acabar con la corrupción, o acabar con la pobreza. Pero no hay tiempo que no llegue ni plazo que no se cumpla y en ocasiones prometemos sin siquiera pensar y cuando llega el momento de cumplir, no lo hacemos; entonces eso crea una desilusión y aun cuando siempre pensamos que los niños todo olvidan, o que los ciudadanos no exigen, estamos sentando un precedente. Caer en el juego banal es muy común, ejemplos tenemos miles: “Te llamo luego”, “al rato te busco”, “cuenta con ello”, “no se me olvida”, “está entre mi pendientes”, es una innumerable lista de promesas no cumplidas, ya que todos lo hemos hecho alguna vez y al paso de los años, con el pretexto de la vida correteada y las múltiples ocupaciones, estas palabras fluyen como agua por nuestras bocas. El reto es ser sinceros, en algunas ocasiones nos va a costar más que en otras, pero es mejor decir un no que lanzar una falsa promesa. Las falsas promesas a veces se hacen por tratar de quedar bien, por cultivar nuestro propio ego, por salir del paso lo más rápido posible, por querer atraer la atención o plantear esperanzas de un mejor futuro, pero debemos tener conciencia de que sólo tenemos una vida y la tenemos que vivir de la mejor manera, que nuestras palabras valen y que nuestro corazón está en ellas.

Por eso, las promesas no cumplidas llenan de tristeza y son el aliado de la falta de credibilidad y responsabilidad, de la falta de integridad. Así que nunca hagas una promesa que no puedas cumplir; y una vez hecha, es tu responsabilidad cumplirla, ya que las promesas son el alimento, la fortaleza y la esperanza del corazón.

En nuestros días, qué fácil es prometer y no cumplir. O prometer a los ciudadanos que tienen esperanza de una vida mejor, sabiendo de antemano que no se va a cumplir. Y cuando llegue el momento justificar por qué no se cumplió.

email: antonio.rios@itesm.mx