/ jueves 4 de agosto de 2022

Sin importar ideologías

Por: Sebastián Sáenz Nieto

Sabemos que el bien común es la guía perfecta para bregar por aquella sociedad utópica que siempre hemos perseguido.

El discurso está en tomarse de las manos, pronunciar estas dos palabras, lograr proyectar las ganas de hacer unión y funcionar como un engranaje para ganar la paz que tanto suspiramos; sin embargo, al momento de la gestión, todo termina siendo contradictorio a la homilía y hace que nos preguntemos si las personas que tanto hablan del bien común, realmente están dispuestas a trabajar por él.

La vieja política persiste. En los plenos podemos notar la misma historia de bandos como en amor sin barreras o Romeo y Julieta. Es posible comparar los versos de pelea con aquellos gritos entre bancadas. La voracidad no permite escuchar lo que sus compañeros quieren decir en tribuna, no les agrada la idea de que otros partidos puedan tener inferencia y generar iniciativas que impacten positivamente en la ciudadanía. Y esto no es una crítica a la oposición y al oficialismo como tal, es bien sabido que ambas se necesitan para un mejor funcionamiento en el Estado, el problema es que solamente hablamos por hablar, problema que es ocasionado por la falta de liderazgo, el fanatismo y por el miedo a perder la ocupación territorial.

Déjenme decirles que no habrá santos y las batallas no serán ganadas. El resultado será seguir alimentando la concepción de la política sucia que tiene el pueblo a través de la grilla, la competencia y el conflicto por enfocarse en aclarar quién robó más en años pasados.

Aunada a la lucha de egos como obstáculo para llegar al bien común, tenemos el confort desde el privilegio que crea un panorama incompatible con la verdadera carencia que existe en las calles. Es muy fácil juzgar sobre temas coyunturales, es muy fácil oponernos y es muy fácil defender nuestra posición aun cuando no sufrimos necesidad o hemos sido testigos de cómo ésta despedaza las fortalezas de nuestras colonias.

Subimos a la tribuna o al pódium para decir desde nuestro placer que todo está bien y creamos políticas públicas que nada más acrecentarán nuestra imagen pública y nos pondrán el siguiente escalón a subir.

Pero, así como generalizamos el manifiesto de la ciudadanía, ellos generalizan a todas las figuras políticas diciendo que, sin importar el partido, se encuentran dentro una misma bolsa. Se podrán presentar en campaña con estudios en el extranjero, experiencia, narrativas humanistas, propuestas de valor que indiquen cambio; no obstante, terminarán siendo elegidos por un tin marín a causa del hartazgo y eso se puede comprobar con la baja participación ciudadana los domingos de votación.

Será más difícil que los consultores políticos ayuden a cambiar la percepción que tiene el electorado si el trabajo verdadero no se realiza desde la gobernanza. Una gobernanza que cumpla con los resultados anhelados, con instituciones y funcionarios que tengan como base la humildad y capaces de comprender que en la política hay cabida sin importar ideologías.

Por: Sebastián Sáenz Nieto

Sabemos que el bien común es la guía perfecta para bregar por aquella sociedad utópica que siempre hemos perseguido.

El discurso está en tomarse de las manos, pronunciar estas dos palabras, lograr proyectar las ganas de hacer unión y funcionar como un engranaje para ganar la paz que tanto suspiramos; sin embargo, al momento de la gestión, todo termina siendo contradictorio a la homilía y hace que nos preguntemos si las personas que tanto hablan del bien común, realmente están dispuestas a trabajar por él.

La vieja política persiste. En los plenos podemos notar la misma historia de bandos como en amor sin barreras o Romeo y Julieta. Es posible comparar los versos de pelea con aquellos gritos entre bancadas. La voracidad no permite escuchar lo que sus compañeros quieren decir en tribuna, no les agrada la idea de que otros partidos puedan tener inferencia y generar iniciativas que impacten positivamente en la ciudadanía. Y esto no es una crítica a la oposición y al oficialismo como tal, es bien sabido que ambas se necesitan para un mejor funcionamiento en el Estado, el problema es que solamente hablamos por hablar, problema que es ocasionado por la falta de liderazgo, el fanatismo y por el miedo a perder la ocupación territorial.

Déjenme decirles que no habrá santos y las batallas no serán ganadas. El resultado será seguir alimentando la concepción de la política sucia que tiene el pueblo a través de la grilla, la competencia y el conflicto por enfocarse en aclarar quién robó más en años pasados.

Aunada a la lucha de egos como obstáculo para llegar al bien común, tenemos el confort desde el privilegio que crea un panorama incompatible con la verdadera carencia que existe en las calles. Es muy fácil juzgar sobre temas coyunturales, es muy fácil oponernos y es muy fácil defender nuestra posición aun cuando no sufrimos necesidad o hemos sido testigos de cómo ésta despedaza las fortalezas de nuestras colonias.

Subimos a la tribuna o al pódium para decir desde nuestro placer que todo está bien y creamos políticas públicas que nada más acrecentarán nuestra imagen pública y nos pondrán el siguiente escalón a subir.

Pero, así como generalizamos el manifiesto de la ciudadanía, ellos generalizan a todas las figuras políticas diciendo que, sin importar el partido, se encuentran dentro una misma bolsa. Se podrán presentar en campaña con estudios en el extranjero, experiencia, narrativas humanistas, propuestas de valor que indiquen cambio; no obstante, terminarán siendo elegidos por un tin marín a causa del hartazgo y eso se puede comprobar con la baja participación ciudadana los domingos de votación.

Será más difícil que los consultores políticos ayuden a cambiar la percepción que tiene el electorado si el trabajo verdadero no se realiza desde la gobernanza. Una gobernanza que cumpla con los resultados anhelados, con instituciones y funcionarios que tengan como base la humildad y capaces de comprender que en la política hay cabida sin importar ideologías.