/ sábado 20 de octubre de 2018

Aprendamos las lecciones

Sería difícil pensar que se perdiera una estrella en el cielo. Si por algún motivo dejamos de verla es seguramente porque está nublado o es de día. Pero es solamente algo temporal ante nuestros ojos.

Así mismo, ninguna esperanza debe morir, aunque nos abrumen las dudas o el miedo. Solamente se encuentra dormida y sólo tenemos que despertarla para nos cumpla sus promesas.

Normalmente el mundo y la vida ven con respeto a los que han luchado y vencido; a los que han hecho frente a las crisis de la vida, a quienes han sido puestos a prueba. Estas vidas de los que han sufrido, son el oro humano que ha sido purificado en el crisol de la adversidad.

El que más ha sufrido ha aprendido mucho mejor las increíbles lecciones de la paciencia, de la caridad, del amor, del valor y sobre todo de la fe. Se ha educado en el humanismo que necesita saber este mundo, mejor que las tablas de multiplicar.

Si estamos en lo justo y verdadero, un insulto, una amenaza, una derrota no debe ser de importancia, aunque el adversario que nos la inflija sea poderoso, porque con la misma seguridad de que el día sigue a la noche, al fin triunfará quien tenga la razón, no quien diga tenerla.

El sufrimiento se torna en algo muy valioso cuando se soportan las calamidades, las pérdidas de toda índole, incluyendo las de seres queridos, con estoicismo, y esto no sucede por ser insensibles, sino por la grandeza del alma.

Es seguro que por cada lágrima derramada, también ha habido una alegría; si supiéramos como buscar la alegría y secar las lágrimas, nuestra vida sería otra.

En realidad no podemos tener puros triunfos en la vida, así como tampoco puros errores. La felicidad no depende de tener un criterio infalible, sino de la valentía para experimentar y de la habilidad para aprender de los errores cometidos. Desde el momento que no probamos cosas nuevas, empezamos a deteriorarnos, nos oxidamos como un fierro abandonado a la intemperie.

Lo primero es dejar de quejarnos de nuestra mala suerte. Pongamos en la práctica nuestros sueños. Combatamos las dificultades con valor; hagamos frente a la adversidad y hagamos frente a la desgracia sin claudicar. La influencia del que tiene valor, es como un imán que contagia con entusiasmo a cuantos lo rodean.

Somos libres y todos tenemos un lugar en este mundo. Sobre todo, seamos dueños de nuestros pensamientos sin temer a nada. Nunca aceptemos las falsas esperanzas y creencias que nos quieren implantar.

Sería difícil pensar que se perdiera una estrella en el cielo. Si por algún motivo dejamos de verla es seguramente porque está nublado o es de día. Pero es solamente algo temporal ante nuestros ojos.

Así mismo, ninguna esperanza debe morir, aunque nos abrumen las dudas o el miedo. Solamente se encuentra dormida y sólo tenemos que despertarla para nos cumpla sus promesas.

Normalmente el mundo y la vida ven con respeto a los que han luchado y vencido; a los que han hecho frente a las crisis de la vida, a quienes han sido puestos a prueba. Estas vidas de los que han sufrido, son el oro humano que ha sido purificado en el crisol de la adversidad.

El que más ha sufrido ha aprendido mucho mejor las increíbles lecciones de la paciencia, de la caridad, del amor, del valor y sobre todo de la fe. Se ha educado en el humanismo que necesita saber este mundo, mejor que las tablas de multiplicar.

Si estamos en lo justo y verdadero, un insulto, una amenaza, una derrota no debe ser de importancia, aunque el adversario que nos la inflija sea poderoso, porque con la misma seguridad de que el día sigue a la noche, al fin triunfará quien tenga la razón, no quien diga tenerla.

El sufrimiento se torna en algo muy valioso cuando se soportan las calamidades, las pérdidas de toda índole, incluyendo las de seres queridos, con estoicismo, y esto no sucede por ser insensibles, sino por la grandeza del alma.

Es seguro que por cada lágrima derramada, también ha habido una alegría; si supiéramos como buscar la alegría y secar las lágrimas, nuestra vida sería otra.

En realidad no podemos tener puros triunfos en la vida, así como tampoco puros errores. La felicidad no depende de tener un criterio infalible, sino de la valentía para experimentar y de la habilidad para aprender de los errores cometidos. Desde el momento que no probamos cosas nuevas, empezamos a deteriorarnos, nos oxidamos como un fierro abandonado a la intemperie.

Lo primero es dejar de quejarnos de nuestra mala suerte. Pongamos en la práctica nuestros sueños. Combatamos las dificultades con valor; hagamos frente a la adversidad y hagamos frente a la desgracia sin claudicar. La influencia del que tiene valor, es como un imán que contagia con entusiasmo a cuantos lo rodean.

Somos libres y todos tenemos un lugar en este mundo. Sobre todo, seamos dueños de nuestros pensamientos sin temer a nada. Nunca aceptemos las falsas esperanzas y creencias que nos quieren implantar.