/ viernes 2 de febrero de 2024

Camino Real | El derecho a ser diferentes

Hoy en día es común aceptar y asimilar de manera tácita e inmediata, la construcción de patrones de vida, vestido, alimentación, vehículos, casas, escuelas y un largo etcétera de elementos necesarios para nuestro buen desarrollo. Tanto, que hoy en día nos hemos adaptado a dichos paradigmas de manera casi imperceptible. Así, cuando vamos y compramos un par de zapatos, aceptamos de inmediato que se han elaborado cientos o quizá miles de pares similares, y que éstos, de ninguna forma han sido adaptados a nuestras características particulares.

¿Pero qué pasa cuando una discapacidad o una enfermedad cambia drásticamente el giro que llevaba nuestra vida? ¿Cómo asimilar una estructura económica y social que se impone de manera arbitraria sobre todas las personas, sin importar sus condiciones de salud? Más aún cuando la vida actual exige que el individuo produzca y consuma bienes y/o servicios? esto, aunque el entorno les resulte peligroso e inclusive intransitable. ¿Cómo será el diario vivir para quienes padecen alguna discapacidad física, psicosocial o intelectual?

En México, hasta el año 2020 —de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI)— habían 6.1 millones de personas con discapacidad, entendida ésta última como “la dificultad para realizar las actividades cotidianas” (INEGI, 2020). De ese total, la mayoría (41%) padecían algún impedimento físico o intelectual a causa de una enfermedad; en segundo lugar (27%) se debía a edad avanzada; mientras que en tercer lugar, se trataba de una discapacidad de nacimiento (15%); el cuarto lugar, se debía un accidente (12 %) y el resto a otras causas. En el caso del estado de Chihuahua, viven poco más de 167 mil personas con algún tipo de discapacidad, de ese total; 64, 510 viven en Juárez y 40, 102 en la capital del estado.

Aunque desde la arquitectura y la geografía urbana, desde hace varias décadas, se han hecho propuestas para garantizar el acceso universal a todos los usuarios, sin importar su condición física. Ese diseño universal no ha penetrado suficientemente en la atención a la diversidad, por razones físicas o mentales.

Hace algunos años, Emily Palma y Vladimir Hernández realizaron un análisis sobre la relación entre el espacio geográfico, la movilidad y la accesibilidad en personas con discapacidad intelectual moderada (PCDIM). Como parte de su investigación, entrevistaron a “Arturo”, un joven con PCDIM y que trabajaba lavando trastes en un restaurante de mariscos de la ciudad de Chihuahua. En su narrativa, “Arturo” describe las barreras que enfrenta para participar socialmente, así como los diversos factores de exclusión: el deficiente diseño de la vía pública, el ineficaz servicio de transporte, así como otras limitaciones sociales que terminan por invisibilizarlo.

Rampas mal elaboradas, semáforos que no consideran ayudas auditivas, puentes peatonales imposibles de subir en silla de ruedas, o incluso inexistentes, conductores que no respetan los límites de velocidad, los cruces peatonales o que inclusive, se pasan los semáforos en rojo, nos obligan a preguntarnos ¿qué hace falta para que el diseño de los espacios y de la organización de la vida pública, garanticen ese acceso universal a todas las personas?

Hoy en día es común aceptar y asimilar de manera tácita e inmediata, la construcción de patrones de vida, vestido, alimentación, vehículos, casas, escuelas y un largo etcétera de elementos necesarios para nuestro buen desarrollo. Tanto, que hoy en día nos hemos adaptado a dichos paradigmas de manera casi imperceptible. Así, cuando vamos y compramos un par de zapatos, aceptamos de inmediato que se han elaborado cientos o quizá miles de pares similares, y que éstos, de ninguna forma han sido adaptados a nuestras características particulares.

¿Pero qué pasa cuando una discapacidad o una enfermedad cambia drásticamente el giro que llevaba nuestra vida? ¿Cómo asimilar una estructura económica y social que se impone de manera arbitraria sobre todas las personas, sin importar sus condiciones de salud? Más aún cuando la vida actual exige que el individuo produzca y consuma bienes y/o servicios? esto, aunque el entorno les resulte peligroso e inclusive intransitable. ¿Cómo será el diario vivir para quienes padecen alguna discapacidad física, psicosocial o intelectual?

En México, hasta el año 2020 —de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI)— habían 6.1 millones de personas con discapacidad, entendida ésta última como “la dificultad para realizar las actividades cotidianas” (INEGI, 2020). De ese total, la mayoría (41%) padecían algún impedimento físico o intelectual a causa de una enfermedad; en segundo lugar (27%) se debía a edad avanzada; mientras que en tercer lugar, se trataba de una discapacidad de nacimiento (15%); el cuarto lugar, se debía un accidente (12 %) y el resto a otras causas. En el caso del estado de Chihuahua, viven poco más de 167 mil personas con algún tipo de discapacidad, de ese total; 64, 510 viven en Juárez y 40, 102 en la capital del estado.

Aunque desde la arquitectura y la geografía urbana, desde hace varias décadas, se han hecho propuestas para garantizar el acceso universal a todos los usuarios, sin importar su condición física. Ese diseño universal no ha penetrado suficientemente en la atención a la diversidad, por razones físicas o mentales.

Hace algunos años, Emily Palma y Vladimir Hernández realizaron un análisis sobre la relación entre el espacio geográfico, la movilidad y la accesibilidad en personas con discapacidad intelectual moderada (PCDIM). Como parte de su investigación, entrevistaron a “Arturo”, un joven con PCDIM y que trabajaba lavando trastes en un restaurante de mariscos de la ciudad de Chihuahua. En su narrativa, “Arturo” describe las barreras que enfrenta para participar socialmente, así como los diversos factores de exclusión: el deficiente diseño de la vía pública, el ineficaz servicio de transporte, así como otras limitaciones sociales que terminan por invisibilizarlo.

Rampas mal elaboradas, semáforos que no consideran ayudas auditivas, puentes peatonales imposibles de subir en silla de ruedas, o incluso inexistentes, conductores que no respetan los límites de velocidad, los cruces peatonales o que inclusive, se pasan los semáforos en rojo, nos obligan a preguntarnos ¿qué hace falta para que el diseño de los espacios y de la organización de la vida pública, garanticen ese acceso universal a todas las personas?