/ viernes 15 de octubre de 2021

Fortuna y éxito producto del ambicionismo

Si nos quejamos de la mala suerte, simplemente significa que no hemos cubierto uno de los requisitos del éxito, que es el tener ambiciones, mas no codicia; pero si tenemos expectativas de progreso y la precaución de prepararnos mejor, así como la constancia y la disciplina para perseverar en algo, tendremos la llamada buena suerte, que no es otra cosa que la aplicación de algo de habilidad aunada a un arduo trabajo. Renegando de nuestra suerte jamás vamos a conseguirla.

La fortuna y el éxito son muy críticos en cuanto a quién escogen. Generalmente la fortuna prefiere a los hombres que pueden ver su futuro, su porvenir con claridad y que toman acción rápida en cada oportunidad. Jamás le echan la culpa a la suerte de sus fracasos.

Existen muchas oportunidades que se han perdido deliberadamente. Las que aparecieron en la vida de los grandes hombres hubieran tenido resultados muy diferentes si tales oportunidades hubieran caído en manos de algunas personas indolentes y flojas. ¿De qué le sirve la buena suerte si no se aprovecha? Entre más honrados somos, mejor nos va.

Si la buena suerte pudiera ser clasificada, existe la que pudiéramos ubicar como “común y corriente”, la cual se reparte a todos por igual; igual al rico que al pobre, al sabio que al ignorante. Sin embargo, la casualidad nunca inició al ser humano, jamás escribió un buen libro, ni pintó un buen cuadro, ni diseñó un buen edificio… ni lo hará.

La otra clase de buena suerte es la que se siembra y se cultiva. Si un desempleado espera que la suerte le consiga trabajo nunca lo conseguirá. Pero si lo busca, lo encuentra. El sol siempre sale, la cosa está en movernos hacia donde está.

Si la fuente común de la mala suerte se encuentra en la inconstancia y en la vacilación, el éxito se encuentra en la energía, la confianza, la congruencia, la paciencia y la acción. Los éxitos en nuestra vida son el resultado de nuestro esfuerzo. Es factible tener algo de suerte producto de la casualidad, pero el éxito es únicamente producto de la intención y la acción.

Esperar sacarse la lotería o atenernos a nuestra suerte para lograr algo es como querer vivir con el dinero en la punta de un poste encebado.

Un importante hombre de negocios del país que conocí hace poco tiene como política hacer negocio y darle su confianza a personas de buena suerte, o sean individuos que nunca le echan la culpa a nadie por sus fracasos y que han demostrado su capacidad en diversas situaciones. A quienes se pueda seguir confiadamente, a líderes.

Lo que decide nuestro destino no es la suerte, sino el alma, el espíritu emprendedor de cada quien. Ningún cobarde tiene suerte. Y ser emprendedor significa ser ambicionista.


Si nos quejamos de la mala suerte, simplemente significa que no hemos cubierto uno de los requisitos del éxito, que es el tener ambiciones, mas no codicia; pero si tenemos expectativas de progreso y la precaución de prepararnos mejor, así como la constancia y la disciplina para perseverar en algo, tendremos la llamada buena suerte, que no es otra cosa que la aplicación de algo de habilidad aunada a un arduo trabajo. Renegando de nuestra suerte jamás vamos a conseguirla.

La fortuna y el éxito son muy críticos en cuanto a quién escogen. Generalmente la fortuna prefiere a los hombres que pueden ver su futuro, su porvenir con claridad y que toman acción rápida en cada oportunidad. Jamás le echan la culpa a la suerte de sus fracasos.

Existen muchas oportunidades que se han perdido deliberadamente. Las que aparecieron en la vida de los grandes hombres hubieran tenido resultados muy diferentes si tales oportunidades hubieran caído en manos de algunas personas indolentes y flojas. ¿De qué le sirve la buena suerte si no se aprovecha? Entre más honrados somos, mejor nos va.

Si la buena suerte pudiera ser clasificada, existe la que pudiéramos ubicar como “común y corriente”, la cual se reparte a todos por igual; igual al rico que al pobre, al sabio que al ignorante. Sin embargo, la casualidad nunca inició al ser humano, jamás escribió un buen libro, ni pintó un buen cuadro, ni diseñó un buen edificio… ni lo hará.

La otra clase de buena suerte es la que se siembra y se cultiva. Si un desempleado espera que la suerte le consiga trabajo nunca lo conseguirá. Pero si lo busca, lo encuentra. El sol siempre sale, la cosa está en movernos hacia donde está.

Si la fuente común de la mala suerte se encuentra en la inconstancia y en la vacilación, el éxito se encuentra en la energía, la confianza, la congruencia, la paciencia y la acción. Los éxitos en nuestra vida son el resultado de nuestro esfuerzo. Es factible tener algo de suerte producto de la casualidad, pero el éxito es únicamente producto de la intención y la acción.

Esperar sacarse la lotería o atenernos a nuestra suerte para lograr algo es como querer vivir con el dinero en la punta de un poste encebado.

Un importante hombre de negocios del país que conocí hace poco tiene como política hacer negocio y darle su confianza a personas de buena suerte, o sean individuos que nunca le echan la culpa a nadie por sus fracasos y que han demostrado su capacidad en diversas situaciones. A quienes se pueda seguir confiadamente, a líderes.

Lo que decide nuestro destino no es la suerte, sino el alma, el espíritu emprendedor de cada quien. Ningún cobarde tiene suerte. Y ser emprendedor significa ser ambicionista.