/ martes 22 de marzo de 2022

Hacia una cultura de paz | El arte del engaño

Recuerdo de pequeña al “husmear” entre los libros de mi padre, encontrar uno de Ikram Antaki sobre la mentira política. “Pareciera que al pueblo nos gusta ser engañados, sabemos que nos mienten, pero pretendemos no darnos cuenta”, escribía. El engaño se encubre con distintas máscaras y rostros y se escabulle por dondequiera, hasta en nuestro propio hogar. Leía hace poco en BBC un artículo que sostenía que la única adicción socialmente aceptada era la de los “workaholics”. No sólo era aprobada sino incluso esperada. Lo mismo pasa con el engaño, el único aceptado es el de la política, porque ya es tradición de que entre la sociedad constantemente salten personas que persiguen cargos públicos y aunque sabemos que nos mienten, les seguimos y admiramos. El valor de la verdad está en crisis y la mentira, el engaño, la hipocresía se erigen como la forma de vida correcta para alcanzar ideales personales. La posmodernidad se caracteriza por el individualismo, el utilitarismo y el consumismo que hace que las personas recurran a métodos “poco ortodoxos” para conseguir sus fines. A Maquiavelo le hubiese encantado ver esta época y constatar nuevamente que es un genio con sus ideas vertidas en El Príncipe.

Hace poco vi la serie de Netflix basada en hechos reales “Inventando a Anna”, o como la llamo, la embajadora posmoderna del engaño y la astucia. Esta chica es una estafadora rusa-alemana que mientras vivía en Estados Unidos se hizo pasar por una heredera multimillonaria. Su estilo de vida extravagante y lujosa, de generosas propinas, la condujeron a inmiscuirse entre la alta sociedad y hacerse pasar por uno de ellos. Cambió su apellido e inventó un nuevo perfil destinado a la artimaña de engañar bancos, revistas de moda y empresas para obtener dinero. En redes sociales compartía su vida lujosa aparentemente tan real, que nadie se atrevió a cuestionarla, aunque su comportamiento ya era sospechoso. En realidad, esta chica no tenía nada. Su padre era chofer de camiones y su madre, dueña de una “tiendita” de abarrotes. Fue descubierta y llevada a prisión por robo de servicios y hurto. Estuvo tres años y medio en prisión; posteriormente, Netflix le pagó cerca de 320 mil dólares para hacer una serie sobre ella. Con ese dinero pudo pagar la restitución del daño a la que fue condenada y pagarse algunos lujos más.

Ella se jugó todo por un sueño. La pregunta es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para alcanzar lo que nos proponemos? Anna es un caso público, pero en nuestro entorno existen muchas “Annas” disfrazadas por dondequiera, con máscaras perfectas para, a través de la mentira y engaño, utilizar, estafar y hacer creer algo que no son. Engañar es un arte, se perfecciona hasta que eventualmente se vuelve socialmente aceptable, como la política. “Paremos la oreja, abramos el ojo” y formemos un pensamiento crítico para descubrir estas artimañas y evitar caer en ellas y si nos sabemos engañados, tengamos la valentía de rechazar la conducta. Le recomiendo esta serie y seguir las noticias sobre esta chica, no se arrepentirá.