/ martes 23 de noviembre de 2021

Hacia una cultura de paz | ¿Fin de la pobreza?

La reducción de la pobreza ha sido durante décadas tema central para muchos gobiernos. La globalización ha contribuido al crecimiento de las economías, pero también al incremento de las desigualdades sociales en forma de violencia estructural expresada con injusticias, marginación, inequidades y exclusión social. Frecuentemente escuchamos prejuicios en contra de las personas en este contexto diciendo que son irresponsables, negligentes en la salud y educación de sus hijos, señalándoles de flojos, “son pobres porque quieren”. Este grupo enfrenta grandes obstáculos y retos para salir de la pobreza, que sin ayuda del gobierno e instituciones les sería imposible.

En nuestro país “religiosamente” los presidentes en turno preocupados por el fenómeno han desarrollado estrategias para combatirla, pero en ocasiones (si no es que en la gran mayoría) lo hacen a través de la beneficencia pública: regalan dinero, dan “becas”, reparten tarjetas y despensas para la semana y muchos más. Con ello sólo logran una popularidad efímera y esconden el problema que es más profundo que el dinero en efectivo. La pobreza va más allá de eso, es algo complejo que involucra distintas dimensiones, rostros y factores, como la violación de derechos humanos.

El objetivo prioritario número uno de los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU para 2030 es “poner fin a la pobreza”. La pregunta del millón es: ¿podrá ser posible? Si bien la pobreza extrema ha disminuido a nivel global, la lucha por satisfacer necesidades y servicios básicos como agua potable, educación, vivienda, trabajo digno y alimentación, en conjunción a la inequidad de género, siguen siendo un reto. En mi trabajo he tenido la oportunidad de estar en varias poblaciones del mundo y de México en contexto de pobreza y observar a detalle este problema. En Oaxaca, por ejemplo, hay comunidades que no cuentan con agua potable; el agua debe ser acarreada en botes o extraída de pozos para el uso diario. La “escuela” no cuenta con registro oficial, por lo que estudiantes deben caminar hasta tres kilómetros a la institución más cercana y los infantes que se quedan en la comunidad asisten a clases al aire libre en bancas “hechizas” de madera. La electricidad juega al albedrío del aire que si sopla tantito los deja a oscuras, y para llegar a algunas comunidades se necesita una balsa para cruzar el río por no contar con puentes dignos. Estas personas se encuentran en severa desventaja en relación con la “clase media” y por lo general, son discriminadas por su condición cuando la causa que los colocó en esa situación fue la misma discriminación a la que fueron sometidos, al quitarles los derechos que tienen, por el solo hecho de ser personas.

Mientras continúen los discursos políticos que prometen erradicar la pobreza, sin atender sus estructurales, la respuesta a la pregunta del millón es: jamás. En lo individual, todos podemos trabajar para combatirla con acciones “básicas” como no discriminar para empezar. Todos estamos vinculados, sigamos así, pero en un plano de equidad.


La reducción de la pobreza ha sido durante décadas tema central para muchos gobiernos. La globalización ha contribuido al crecimiento de las economías, pero también al incremento de las desigualdades sociales en forma de violencia estructural expresada con injusticias, marginación, inequidades y exclusión social. Frecuentemente escuchamos prejuicios en contra de las personas en este contexto diciendo que son irresponsables, negligentes en la salud y educación de sus hijos, señalándoles de flojos, “son pobres porque quieren”. Este grupo enfrenta grandes obstáculos y retos para salir de la pobreza, que sin ayuda del gobierno e instituciones les sería imposible.

En nuestro país “religiosamente” los presidentes en turno preocupados por el fenómeno han desarrollado estrategias para combatirla, pero en ocasiones (si no es que en la gran mayoría) lo hacen a través de la beneficencia pública: regalan dinero, dan “becas”, reparten tarjetas y despensas para la semana y muchos más. Con ello sólo logran una popularidad efímera y esconden el problema que es más profundo que el dinero en efectivo. La pobreza va más allá de eso, es algo complejo que involucra distintas dimensiones, rostros y factores, como la violación de derechos humanos.

El objetivo prioritario número uno de los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU para 2030 es “poner fin a la pobreza”. La pregunta del millón es: ¿podrá ser posible? Si bien la pobreza extrema ha disminuido a nivel global, la lucha por satisfacer necesidades y servicios básicos como agua potable, educación, vivienda, trabajo digno y alimentación, en conjunción a la inequidad de género, siguen siendo un reto. En mi trabajo he tenido la oportunidad de estar en varias poblaciones del mundo y de México en contexto de pobreza y observar a detalle este problema. En Oaxaca, por ejemplo, hay comunidades que no cuentan con agua potable; el agua debe ser acarreada en botes o extraída de pozos para el uso diario. La “escuela” no cuenta con registro oficial, por lo que estudiantes deben caminar hasta tres kilómetros a la institución más cercana y los infantes que se quedan en la comunidad asisten a clases al aire libre en bancas “hechizas” de madera. La electricidad juega al albedrío del aire que si sopla tantito los deja a oscuras, y para llegar a algunas comunidades se necesita una balsa para cruzar el río por no contar con puentes dignos. Estas personas se encuentran en severa desventaja en relación con la “clase media” y por lo general, son discriminadas por su condición cuando la causa que los colocó en esa situación fue la misma discriminación a la que fueron sometidos, al quitarles los derechos que tienen, por el solo hecho de ser personas.

Mientras continúen los discursos políticos que prometen erradicar la pobreza, sin atender sus estructurales, la respuesta a la pregunta del millón es: jamás. En lo individual, todos podemos trabajar para combatirla con acciones “básicas” como no discriminar para empezar. Todos estamos vinculados, sigamos así, pero en un plano de equidad.