/ viernes 4 de septiembre de 2020

Para que a México le vaya bien

Pronto nos daremos cuenta, pronto entenderemos, que para que el país progrese no necesitamos de gobernantes que gasten en obras innecesarias, caras y de mala calidad. No necesitamos comprar estadios de beisbol, ni afirmar que tenemos experiencia en construir aeropuertos, ni decir que ahora podemos salir más seguros a la calle, cuando sabemos que no es así.

Para realmente progresar, necesitamos contar con personas de buen carácter, con experiencia; no en gastar, sino simplemente en poder contar con la capacidad y disponibilidad de invertir en donde más se necesita, en los sectores del país más deprimidos, con algo de sentido común. Todo esto cuenta más que los materiales, los equipos mecánicos y la seguridad ilusoria. No debemos sentirnos ricos porque podemos endeudar generaciones futuras completas para lucirnos. El presidente no debe vivir como rico y lo hace, y esto no es justo para nadie.

Lo que realmente vale la pena, lo que sí es una fuente inagotable de riqueza para todos, solamente puede encontrarse en un corazón sincero, en la inteligencia, en la previsión y en los esfuerzos humanos. Todo esto, sin olvidar nuestros conocimientos, nuestras habilidades, así como la iniciativa y el discernimiento. ¿Existen hombres con estas características en el actual gobierno? No.

¿Por qué si tenemos gente en el gobierno con tan grandes cualidades como presumen, como las que anuncian, la gente sigue sufriendo humillaciones y miseria? ¿Por qué, ya estando en sus puestos practican la impunidad, el despilfarro y la cultura de la personalidad en lugar de la concordia y el ahorro? Si a cada momento descubren que existe hostilidad de su pueblo contra ellos, ¿se darán cuenta que su actuación y desempeño es un acto suicida? Lo que la ciudadanía necesita es independencia de pensamiento y hermandad de espíritu, en vez de mentalidad de rebaño y rivalidad de espíritu.

La verdadera solidaridad consiste en llevar el mismo paso en la vida, en apoyar mutuamente nuestros anhelos, en avanzar juntos aunque pensemos diferente. En tener empatía, el admitir el derecho que tiene cada persona a dar sus propias opiniones y dejar que cada quien sea feliz a su modo, sin afectar a los demás.

Para que el país progrese es obvio que las claves están, entre otras cosas, en apoyar al máximo la educación, pero más apremiante, impedir la especulación, la impunidad y la corrupción que se encuentra en los mismos gobernantes, empezando por el Presidente.

Sólo se pueden satisfacer las aspiraciones de un pueblo cuando exista un orden social y económico justo, para así contribuir a la paz interna y externa. Para lograr esto, los gobernantes deben evitar los comportamientos prepotentes y sin sentido, en gastos que a los únicos que parecen beneficiar son a los constructores amigos y a los mismos gobernantes. No es esta la forma en la que se deba dar la distribución justa de la riqueza.

Para lograr que el ciudadano progrese, debemos terminar con ese culto a la personalidad que se ha desarrollado en nuestro gobierno.

Pronto nos daremos cuenta, pronto entenderemos, que para que el país progrese no necesitamos de gobernantes que gasten en obras innecesarias, caras y de mala calidad. No necesitamos comprar estadios de beisbol, ni afirmar que tenemos experiencia en construir aeropuertos, ni decir que ahora podemos salir más seguros a la calle, cuando sabemos que no es así.

Para realmente progresar, necesitamos contar con personas de buen carácter, con experiencia; no en gastar, sino simplemente en poder contar con la capacidad y disponibilidad de invertir en donde más se necesita, en los sectores del país más deprimidos, con algo de sentido común. Todo esto cuenta más que los materiales, los equipos mecánicos y la seguridad ilusoria. No debemos sentirnos ricos porque podemos endeudar generaciones futuras completas para lucirnos. El presidente no debe vivir como rico y lo hace, y esto no es justo para nadie.

Lo que realmente vale la pena, lo que sí es una fuente inagotable de riqueza para todos, solamente puede encontrarse en un corazón sincero, en la inteligencia, en la previsión y en los esfuerzos humanos. Todo esto, sin olvidar nuestros conocimientos, nuestras habilidades, así como la iniciativa y el discernimiento. ¿Existen hombres con estas características en el actual gobierno? No.

¿Por qué si tenemos gente en el gobierno con tan grandes cualidades como presumen, como las que anuncian, la gente sigue sufriendo humillaciones y miseria? ¿Por qué, ya estando en sus puestos practican la impunidad, el despilfarro y la cultura de la personalidad en lugar de la concordia y el ahorro? Si a cada momento descubren que existe hostilidad de su pueblo contra ellos, ¿se darán cuenta que su actuación y desempeño es un acto suicida? Lo que la ciudadanía necesita es independencia de pensamiento y hermandad de espíritu, en vez de mentalidad de rebaño y rivalidad de espíritu.

La verdadera solidaridad consiste en llevar el mismo paso en la vida, en apoyar mutuamente nuestros anhelos, en avanzar juntos aunque pensemos diferente. En tener empatía, el admitir el derecho que tiene cada persona a dar sus propias opiniones y dejar que cada quien sea feliz a su modo, sin afectar a los demás.

Para que el país progrese es obvio que las claves están, entre otras cosas, en apoyar al máximo la educación, pero más apremiante, impedir la especulación, la impunidad y la corrupción que se encuentra en los mismos gobernantes, empezando por el Presidente.

Sólo se pueden satisfacer las aspiraciones de un pueblo cuando exista un orden social y económico justo, para así contribuir a la paz interna y externa. Para lograr esto, los gobernantes deben evitar los comportamientos prepotentes y sin sentido, en gastos que a los únicos que parecen beneficiar son a los constructores amigos y a los mismos gobernantes. No es esta la forma en la que se deba dar la distribución justa de la riqueza.

Para lograr que el ciudadano progrese, debemos terminar con ese culto a la personalidad que se ha desarrollado en nuestro gobierno.