/ miércoles 1 de agosto de 2018

¿Qué hará López Obrador si no puede cumplir sus promesas? (IV)

Al igual que otros populistas, el nuevo líder mexicano ha sido vago y en ocasiones contradictorio, al matizar sobre políticas públicas que intentará implementar. Insiste en que al llegar a la presidencia llevará a cabo una “transformación” comparable a la Independencia de México. En este tema seguramente fracasará. La pregunta es: ¿Qué tanto daño podrá hacerle al sistema democrático que le permitió llegar a la presidencia? Después de negarse a aceptar la derrota, en la contienda presidencial del 2006, el señor López Obrador afirmó, sin pruebas, que las elecciones de este año se las robarían. Sin embargo, la votación del domingo primero de julio fue libre, y la contienda equitativa y sus rivales pertenecientes al establishment aceptaron rápidamente sus respectivas derrotas.

De confirmarse los resultados correspondientes al Senado y Cámara de Diputados, el señor López tendría mucho más poder que el que tuvieron los gobiernos autocráticos del siglo pasado. La dimensión de López se debe más al masivo rechazo de los mexicanos hacia partidos tradicionales por su incapacidad de terminar con la corrupción y la violencia que por el apoyo a un político de 64 años de edad. Prometió “eliminar o reducir” la corrupción, aunque no ha dicho la forma en que lo hará. Simplemente, se pone como ejemplo. Gobiernos en América Latina deben evitar tomar medidas, como las que promete implementar el señor López Obrador, pues desgastaría a las instituciones democráticas.

El ganador forma parte de un fenómeno global representado por populistas. Fue elegido para ser el próximo presidente de México, es producto de la izquierda política; su victoria es parte del fenómeno global, que representan los actuales líderes populistas en ascenso. Al igual que muchos de ellos, López dice que sólo él es capaz de cumplir un conjunto de promesas que en realidad resultan ser descabelladas; critica a los medios de comunicación, tribunales, a grupos de la sociedad civil y a todos aquellos que se atrevan a cuestionarlo. Concluyendo, el PRI sigue vivo, más vivo que nunca y al igual que millones de personas, somos priistas.

Al igual que otros populistas, el nuevo líder mexicano ha sido vago y en ocasiones contradictorio, al matizar sobre políticas públicas que intentará implementar. Insiste en que al llegar a la presidencia llevará a cabo una “transformación” comparable a la Independencia de México. En este tema seguramente fracasará. La pregunta es: ¿Qué tanto daño podrá hacerle al sistema democrático que le permitió llegar a la presidencia? Después de negarse a aceptar la derrota, en la contienda presidencial del 2006, el señor López Obrador afirmó, sin pruebas, que las elecciones de este año se las robarían. Sin embargo, la votación del domingo primero de julio fue libre, y la contienda equitativa y sus rivales pertenecientes al establishment aceptaron rápidamente sus respectivas derrotas.

De confirmarse los resultados correspondientes al Senado y Cámara de Diputados, el señor López tendría mucho más poder que el que tuvieron los gobiernos autocráticos del siglo pasado. La dimensión de López se debe más al masivo rechazo de los mexicanos hacia partidos tradicionales por su incapacidad de terminar con la corrupción y la violencia que por el apoyo a un político de 64 años de edad. Prometió “eliminar o reducir” la corrupción, aunque no ha dicho la forma en que lo hará. Simplemente, se pone como ejemplo. Gobiernos en América Latina deben evitar tomar medidas, como las que promete implementar el señor López Obrador, pues desgastaría a las instituciones democráticas.

El ganador forma parte de un fenómeno global representado por populistas. Fue elegido para ser el próximo presidente de México, es producto de la izquierda política; su victoria es parte del fenómeno global, que representan los actuales líderes populistas en ascenso. Al igual que muchos de ellos, López dice que sólo él es capaz de cumplir un conjunto de promesas que en realidad resultan ser descabelladas; critica a los medios de comunicación, tribunales, a grupos de la sociedad civil y a todos aquellos que se atrevan a cuestionarlo. Concluyendo, el PRI sigue vivo, más vivo que nunca y al igual que millones de personas, somos priistas.