/ martes 25 de agosto de 2020

¿Quiénes son los ladrones?

La corrupción es una práctica común entre algunos funcionarios públicos en todo el mundo. La encontramos en toda la historia, pues desde la antigua Roma el trabajo de los más servía para enriquecer a los menos, como en toda civilización. Desde entonces existía el favoritismo, tráfico de influencias, extorsiones y corrupción desde los más simples funcionarios hasta el emperador. En México tampoco es un problema nuevo, la historia del país está repleta de casos de corrupción de personas que se sirvieron del poder público para efectos personales: Santa Anna con el aumento a los impuestos de manera absurda o Álvaro Obregón, que caracterizó a la corrupción con sus “cañonazos de 50 mil pesos”. En esta década ha habido numerosos exgobernadores acusados de esta práctica, que ahora están bajo la mira. Por citar algunos: Roberto Sandoval Castañeda en Nayarit; César Duarte en Chihuahua, con daños al erario por 6 mil millones de pesos; Eugenio Hernández en Tamaulipas, relacionado con nexos con el narcotráfico y lavado de dinero; Roberto Borge en Quintana Roo; Tomás Yarrington, en Tamaulipas; Javier Duarte en Veracruz, con un desvío de al menos 223 millones de pesos; Guillermo Padrés en Sonora; Jesús Reyna García Michoacán, Andrés Granier, Tabasco, por el desvío de 2 mil 600 millones de pesos del erario; Rodrigo Medina de la Cruz en Nuevo León, desvío de casi 400 millones de pesos, entre muchos más.

El más reciente caso de corrupción se difundió en un video bajo el título “El video de Emilio Lozoya” donde aparecen colaboradores del gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez Servién y de exsenadores panistas recibir dinero, al parecer relacionado con sobornos para aprobar la reforma energética del sexenio de Enrique Peña Nieto. Parecía que lo hacían “por arte de birlibirloque” (con destreza, sutiliza y con un plan elaborado), como pensaban todos los exgobernadores, pero fueron descubiertos. El término fue utilizado por pillos a partir del siglo XVIII. Originalmente su significado era “ladrón que roba”, de ahí que se utilice birlar como sinónimo de robo. Regresando a la antigua Roma, la Real Academia Española indica que “latrocinaere” significaba servir en el ejército y “latro”, era los soldados que realizaban labores de escolta del emperador, a quienes custodiaban mercancías de valor. Algunos de estos servidores públicos robaban las mercancías que vigilaban y con el tiempo, a aquél que robaba se le comenzó a llamar “latro” o “latronis”, que terminó en el vocablo ladrón que hoy en día conocemos. La corrupción de funcionarios desde recibir suculentos sobornos, ocular cuentas bancarias, ha afectado negativamente el desarrollo económico, social y político de nuestro país. Es así como, hay gobiernos que se han ganado la reputación de “corruptos”, dificultando generar confianza en la sociedad e inversionistas. Hay quienes sugieren que los funcionarios públicos merecen ser llamados ladrones y etimológicamente tienen razón. La historia debería comenzar a cambiar y con ella las etimologías de las palabras.

La corrupción es una práctica común entre algunos funcionarios públicos en todo el mundo. La encontramos en toda la historia, pues desde la antigua Roma el trabajo de los más servía para enriquecer a los menos, como en toda civilización. Desde entonces existía el favoritismo, tráfico de influencias, extorsiones y corrupción desde los más simples funcionarios hasta el emperador. En México tampoco es un problema nuevo, la historia del país está repleta de casos de corrupción de personas que se sirvieron del poder público para efectos personales: Santa Anna con el aumento a los impuestos de manera absurda o Álvaro Obregón, que caracterizó a la corrupción con sus “cañonazos de 50 mil pesos”. En esta década ha habido numerosos exgobernadores acusados de esta práctica, que ahora están bajo la mira. Por citar algunos: Roberto Sandoval Castañeda en Nayarit; César Duarte en Chihuahua, con daños al erario por 6 mil millones de pesos; Eugenio Hernández en Tamaulipas, relacionado con nexos con el narcotráfico y lavado de dinero; Roberto Borge en Quintana Roo; Tomás Yarrington, en Tamaulipas; Javier Duarte en Veracruz, con un desvío de al menos 223 millones de pesos; Guillermo Padrés en Sonora; Jesús Reyna García Michoacán, Andrés Granier, Tabasco, por el desvío de 2 mil 600 millones de pesos del erario; Rodrigo Medina de la Cruz en Nuevo León, desvío de casi 400 millones de pesos, entre muchos más.

El más reciente caso de corrupción se difundió en un video bajo el título “El video de Emilio Lozoya” donde aparecen colaboradores del gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez Servién y de exsenadores panistas recibir dinero, al parecer relacionado con sobornos para aprobar la reforma energética del sexenio de Enrique Peña Nieto. Parecía que lo hacían “por arte de birlibirloque” (con destreza, sutiliza y con un plan elaborado), como pensaban todos los exgobernadores, pero fueron descubiertos. El término fue utilizado por pillos a partir del siglo XVIII. Originalmente su significado era “ladrón que roba”, de ahí que se utilice birlar como sinónimo de robo. Regresando a la antigua Roma, la Real Academia Española indica que “latrocinaere” significaba servir en el ejército y “latro”, era los soldados que realizaban labores de escolta del emperador, a quienes custodiaban mercancías de valor. Algunos de estos servidores públicos robaban las mercancías que vigilaban y con el tiempo, a aquél que robaba se le comenzó a llamar “latro” o “latronis”, que terminó en el vocablo ladrón que hoy en día conocemos. La corrupción de funcionarios desde recibir suculentos sobornos, ocular cuentas bancarias, ha afectado negativamente el desarrollo económico, social y político de nuestro país. Es así como, hay gobiernos que se han ganado la reputación de “corruptos”, dificultando generar confianza en la sociedad e inversionistas. Hay quienes sugieren que los funcionarios públicos merecen ser llamados ladrones y etimológicamente tienen razón. La historia debería comenzar a cambiar y con ella las etimologías de las palabras.