/ lunes 5 de abril de 2021

Una izquierda sin cabeza

El notable crítico de cine Emilio García Riera alguna vez resaltó el valor moral de José Revueltas, asegurando que le era imposible recordar a alguien, dentro de la industria del cine mexicano —de la llamada “época dorada”—, capaz de la autocrítica y la congruencia ética (observable en acciones concretas) como el escritor y guionista miembro de la familia de genios mexicanos oriundos de Santiago Papasquiaro.

A José Revueltas se le atribuye el haber dicho lo siguiente en un debate al interior del PCM: “Sólo hay una cosa peor que un pseudointelectual y demagogo de derecha, y eso es uno de izquierda”.

Al margen de que probablemente la cita sea apócrifa, no hay duda de que corresponde con el pensamiento del creador de “Dormir en tierra”, pues Revueltas, militante de izquierda -comprometido como ninguno- y que, debido a sus ideas, pasó una tercera parte de su vida en la cárcel, nunca se cansó de denunciar la politiquería y la demagogia, incluso al interior del PCM, exhibiendo, una y otra vez, la estulticia de la eternamente anquilosada “izquierda” mexicana.

Esto viene al caso por uno de los recientes ridículos del Gobierno de la Ciudad de México, encabezado por la jefa de Gobierno que, subida al “tren del mame” del revisionismo histórico, falaz e impertinente de estos tiempos, y en aras de una supuesta “defensa de los pueblos indígenas”, decidió cambiarle el nombre al “Árbol de la Noche Triste”, por el “Árbol de la Noche Victoriosa”.

Lo anterior es tan absurdo como la idiotez del denominado “lenguaje incluyente”, que desde hace tiempo tiene a toda la clase política diciendo, un día sí y otro también, “mexicanas y mexicanos”, y hasta al famoso subsecretario López-Gatell, saludando a sus “colegas y colegos”, y otras lindezas por el estilo de la izquierda “progresista” actual.

Es, desde luego, muy sencillo demostrar lo ridículo de esta nueva “revisión” histórica de Claudia Sheinbaum, pero sería entrar con los revisionistas a una discusión bizantina, tan inútil como enfrascarnos en una similar con el grupo de personas que asegura que nuestro planeta no es redondo, sino plano. Bástenos con decir que la decisión de la jefa de Gobierno (¡quien, se supone, conoce de disciplina intelectual por ser “científica”!) no ha sido avalada —y, claro, no lo será jamás— por historiador o académico serio que se precie de serlo. ¿Cómo podría ser? Se tendría que desvirtuar la esencia misma del análisis histórico. Los mexicanos somos mestizos, de abuelos españoles e indígenas, y si bien es cierto que los primeros conquistaron a los segundos (y por tal razón fueron los que contaron la historia y propusieron los nombres de los eventos de ésta), también lo es que su cultura fue la que predominó, la que impuso la lengua a través de la cual pensamos y nos expresamos a la fecha, también la que aportó un avance innegable (por diminuto que haya sido) hacia lo que hoy consideramos civilidad y humanismo. ¿O acaso vamos a soslayar o negar que nuestros abuelos mexicas también fueron opresores, esclavistas y sanguinarios? Sí que lo fueron, con el añadido de que estaban mucho más atrasados tecnológicamente que quienes los sojuzgaron, y que a diferencia de éstos fueron antropófagos, aun de sus propios infantes. Reconocer lo anterior no es negar, de ninguna manera, la grandeza de la cultura azteca, ni los muchos logros y avances que como sociedad tenían en el momento de ser conquistados: es ponerla en una justa perspectiva histórica y por tanto ausente de posible manipulación política, que permite comprender mejor su papel en nuestro pasado y en nuestros orígenes como nación.

Por desgracia, el revisionismo histórico como arma de manipulación política es viejo y muy común. Al igual que la mal nombrada “política de igualdad de género”, es otra forma de control con la que los gobernantes en turno pretenden, con eufemismos —ya no únicamente lingüísticos, ahora hasta conceptuales y pudiéramos decir, históricos—, dar “atole con el dedo” a la población. Falacias de este tipo: si le cambiamos el nombre al “Árbol de la Noche Triste” solucionamos el maltrato a los pueblos indígenas; si creamos un tipo penal al que nombramos “feminicidio”, aunque carezca de sustento racional alguno, se acabará inmediatamente la ineficacia del Estado en su obligación de proteger a las mujeres de los delitos en su contra, etc. ad nauseam.

Así, sorprende, mucho y para mal, que el Gobierno de la República que tanto ha denunciado la perniciosa demagogia de la derecha tolere o pase por alto esta pseudointelectualidad de la izquierda que, inevitablemente, nos recuerda la de Luis Echeverría, de quien el gran José Revueltas conoció en carne propia los alcances y la perversidad, y a cuya retórica seguramente aludía cuando calificaba la demagogia de la izquierda como la peor de entre todas las imaginables.

El notable crítico de cine Emilio García Riera alguna vez resaltó el valor moral de José Revueltas, asegurando que le era imposible recordar a alguien, dentro de la industria del cine mexicano —de la llamada “época dorada”—, capaz de la autocrítica y la congruencia ética (observable en acciones concretas) como el escritor y guionista miembro de la familia de genios mexicanos oriundos de Santiago Papasquiaro.

A José Revueltas se le atribuye el haber dicho lo siguiente en un debate al interior del PCM: “Sólo hay una cosa peor que un pseudointelectual y demagogo de derecha, y eso es uno de izquierda”.

Al margen de que probablemente la cita sea apócrifa, no hay duda de que corresponde con el pensamiento del creador de “Dormir en tierra”, pues Revueltas, militante de izquierda -comprometido como ninguno- y que, debido a sus ideas, pasó una tercera parte de su vida en la cárcel, nunca se cansó de denunciar la politiquería y la demagogia, incluso al interior del PCM, exhibiendo, una y otra vez, la estulticia de la eternamente anquilosada “izquierda” mexicana.

Esto viene al caso por uno de los recientes ridículos del Gobierno de la Ciudad de México, encabezado por la jefa de Gobierno que, subida al “tren del mame” del revisionismo histórico, falaz e impertinente de estos tiempos, y en aras de una supuesta “defensa de los pueblos indígenas”, decidió cambiarle el nombre al “Árbol de la Noche Triste”, por el “Árbol de la Noche Victoriosa”.

Lo anterior es tan absurdo como la idiotez del denominado “lenguaje incluyente”, que desde hace tiempo tiene a toda la clase política diciendo, un día sí y otro también, “mexicanas y mexicanos”, y hasta al famoso subsecretario López-Gatell, saludando a sus “colegas y colegos”, y otras lindezas por el estilo de la izquierda “progresista” actual.

Es, desde luego, muy sencillo demostrar lo ridículo de esta nueva “revisión” histórica de Claudia Sheinbaum, pero sería entrar con los revisionistas a una discusión bizantina, tan inútil como enfrascarnos en una similar con el grupo de personas que asegura que nuestro planeta no es redondo, sino plano. Bástenos con decir que la decisión de la jefa de Gobierno (¡quien, se supone, conoce de disciplina intelectual por ser “científica”!) no ha sido avalada —y, claro, no lo será jamás— por historiador o académico serio que se precie de serlo. ¿Cómo podría ser? Se tendría que desvirtuar la esencia misma del análisis histórico. Los mexicanos somos mestizos, de abuelos españoles e indígenas, y si bien es cierto que los primeros conquistaron a los segundos (y por tal razón fueron los que contaron la historia y propusieron los nombres de los eventos de ésta), también lo es que su cultura fue la que predominó, la que impuso la lengua a través de la cual pensamos y nos expresamos a la fecha, también la que aportó un avance innegable (por diminuto que haya sido) hacia lo que hoy consideramos civilidad y humanismo. ¿O acaso vamos a soslayar o negar que nuestros abuelos mexicas también fueron opresores, esclavistas y sanguinarios? Sí que lo fueron, con el añadido de que estaban mucho más atrasados tecnológicamente que quienes los sojuzgaron, y que a diferencia de éstos fueron antropófagos, aun de sus propios infantes. Reconocer lo anterior no es negar, de ninguna manera, la grandeza de la cultura azteca, ni los muchos logros y avances que como sociedad tenían en el momento de ser conquistados: es ponerla en una justa perspectiva histórica y por tanto ausente de posible manipulación política, que permite comprender mejor su papel en nuestro pasado y en nuestros orígenes como nación.

Por desgracia, el revisionismo histórico como arma de manipulación política es viejo y muy común. Al igual que la mal nombrada “política de igualdad de género”, es otra forma de control con la que los gobernantes en turno pretenden, con eufemismos —ya no únicamente lingüísticos, ahora hasta conceptuales y pudiéramos decir, históricos—, dar “atole con el dedo” a la población. Falacias de este tipo: si le cambiamos el nombre al “Árbol de la Noche Triste” solucionamos el maltrato a los pueblos indígenas; si creamos un tipo penal al que nombramos “feminicidio”, aunque carezca de sustento racional alguno, se acabará inmediatamente la ineficacia del Estado en su obligación de proteger a las mujeres de los delitos en su contra, etc. ad nauseam.

Así, sorprende, mucho y para mal, que el Gobierno de la República que tanto ha denunciado la perniciosa demagogia de la derecha tolere o pase por alto esta pseudointelectualidad de la izquierda que, inevitablemente, nos recuerda la de Luis Echeverría, de quien el gran José Revueltas conoció en carne propia los alcances y la perversidad, y a cuya retórica seguramente aludía cuando calificaba la demagogia de la izquierda como la peor de entre todas las imaginables.