/ domingo 31 de enero de 2021

Víctima de su propia calentura electoral

La participación política en nuestro país ha evolucionado en los últimos años de manera vertiginosa gracias no a las reformas propias de los partidos políticos, quizá un tanto por la nueva oferta que presentan algunos partidos modernos, pero sobre todo considero que la partidocracia en México debe su vigencia a una aceptación ciudadana libre de estigmas del pasado, colmada de información y como se dice comúnmente, curada de espanto.

El ciudadano mexicano, y menos el chihuahuense, se chupa el dedo en temas de política partidista, sabe cuando un candidato o candidata le promete de más, tan sólo para ganarse su simpatía, para luego pedirle el voto; cuando el político no es sincero, porque las fórmulas retóricas se han repetido cada vez que hay elecciones y les suena trilladas, algunas hasta ofensivas, porque la oferta viene a propósito de una campaña electoral y no en el momento que se necesitaba.

Claro que hay escollos y algunos desprevenidos, pero la mayoría, hoy por hoy puedo decir que entiende de lo que se trata.

Así que muchos gurús de la otrora política tradicional quedaron burlados por las decisiones que ahora toman los ciudadanos a la hora de elegir a tal o cual candidato o candidata. Tal vez fueron a un mitin de cierto aspirante, recibieron algún souvenir, información impresa y hasta contestaron verbalmente que votarían por él, pero el día “D” se registra el sufragio a favor del de enfrente. Y en el recuento de daños se cuestionan la razón, si “estaba claro su voto”, pero siendo sinceros en realidad nunca estuvieron a favor, aunque exteriormente dijeran que sí.

La gente no ve mal al político que quiere tomar otro partido, ¡vaya!, existen muchas justificaciones para hacerlo, hasta por salud mental; pero sí repudia a aquel santón que se mantenía censurando a los demás por cambiarse de camiseta, aquel que se daba baños de pureza y satanizaba a cualquiera que se atreviera a modificar su participación partidista, porque él lo decía. Y después de tanta rabieta en vano, decide cambiarse de bando, no ya por la justificada huida a la convulsión interna de sus siglas, sino por la calentura de un sueño frenético por una candidatura, por el berrinche y el prurito de la ambición.

Y si quisiéramos ponerle nombre a quien haya hecho lo anterior, creo que hallaríamos a varios, pero sin duda nos toparíamos con Miguel Riggs Baeza, quien fue panista hasta el pasado viernes, cuando decidió aceptar una candidatura ajena al partido que lo vio nacer. Es aquel que en el 2018 presentó una iniciativa en la Cámara de Diputados para reformar el artículo 30 de la Ley Orgánica del Congreso de la Unión, para que los legisladores no pudieran cambiar de partido. El mismo que se desgarró en varias ocasiones las vestiduras por los “chapulines” que no respetaban el “vínculo ideológico y ético” a que estaban obligados con sus partidos.

Lo reitero: no estoy criticando su cambio de bandera política, todos somos libres de elegir la que mejor nos convenga, la que se adapte a nuestra lucha. Estoy criticando su hipocresía y aquel “impulso” que “bajo ninguna circunstancia” debía arrastrarlo al “descrédito” que durante mucho tiempo se refirió así, con estos términos, a quienes nos determinamos a tomar otro camino. Por eso se confirman los refranes: que “cae más pronto un hablador que un cojo”; y el otro que tampoco tiene desperdicio para la ocasión: “Hombre hablador, poco cumplidor”.


Sugerencias y comentarios favor de hacérmelos llegar a mi correo: cpc16169@gmail.com


La participación política en nuestro país ha evolucionado en los últimos años de manera vertiginosa gracias no a las reformas propias de los partidos políticos, quizá un tanto por la nueva oferta que presentan algunos partidos modernos, pero sobre todo considero que la partidocracia en México debe su vigencia a una aceptación ciudadana libre de estigmas del pasado, colmada de información y como se dice comúnmente, curada de espanto.

El ciudadano mexicano, y menos el chihuahuense, se chupa el dedo en temas de política partidista, sabe cuando un candidato o candidata le promete de más, tan sólo para ganarse su simpatía, para luego pedirle el voto; cuando el político no es sincero, porque las fórmulas retóricas se han repetido cada vez que hay elecciones y les suena trilladas, algunas hasta ofensivas, porque la oferta viene a propósito de una campaña electoral y no en el momento que se necesitaba.

Claro que hay escollos y algunos desprevenidos, pero la mayoría, hoy por hoy puedo decir que entiende de lo que se trata.

Así que muchos gurús de la otrora política tradicional quedaron burlados por las decisiones que ahora toman los ciudadanos a la hora de elegir a tal o cual candidato o candidata. Tal vez fueron a un mitin de cierto aspirante, recibieron algún souvenir, información impresa y hasta contestaron verbalmente que votarían por él, pero el día “D” se registra el sufragio a favor del de enfrente. Y en el recuento de daños se cuestionan la razón, si “estaba claro su voto”, pero siendo sinceros en realidad nunca estuvieron a favor, aunque exteriormente dijeran que sí.

La gente no ve mal al político que quiere tomar otro partido, ¡vaya!, existen muchas justificaciones para hacerlo, hasta por salud mental; pero sí repudia a aquel santón que se mantenía censurando a los demás por cambiarse de camiseta, aquel que se daba baños de pureza y satanizaba a cualquiera que se atreviera a modificar su participación partidista, porque él lo decía. Y después de tanta rabieta en vano, decide cambiarse de bando, no ya por la justificada huida a la convulsión interna de sus siglas, sino por la calentura de un sueño frenético por una candidatura, por el berrinche y el prurito de la ambición.

Y si quisiéramos ponerle nombre a quien haya hecho lo anterior, creo que hallaríamos a varios, pero sin duda nos toparíamos con Miguel Riggs Baeza, quien fue panista hasta el pasado viernes, cuando decidió aceptar una candidatura ajena al partido que lo vio nacer. Es aquel que en el 2018 presentó una iniciativa en la Cámara de Diputados para reformar el artículo 30 de la Ley Orgánica del Congreso de la Unión, para que los legisladores no pudieran cambiar de partido. El mismo que se desgarró en varias ocasiones las vestiduras por los “chapulines” que no respetaban el “vínculo ideológico y ético” a que estaban obligados con sus partidos.

Lo reitero: no estoy criticando su cambio de bandera política, todos somos libres de elegir la que mejor nos convenga, la que se adapte a nuestra lucha. Estoy criticando su hipocresía y aquel “impulso” que “bajo ninguna circunstancia” debía arrastrarlo al “descrédito” que durante mucho tiempo se refirió así, con estos términos, a quienes nos determinamos a tomar otro camino. Por eso se confirman los refranes: que “cae más pronto un hablador que un cojo”; y el otro que tampoco tiene desperdicio para la ocasión: “Hombre hablador, poco cumplidor”.


Sugerencias y comentarios favor de hacérmelos llegar a mi correo: cpc16169@gmail.com