/ jueves 7 de marzo de 2024

Comunicación no violenta

Como comunicadora me he enfrentado con frecuencia a muchos dilemas éticos, como periodista aún más. ¿Cómo decir lo que quieres decir sin meterte en problemas? ¿Cómo comunicar de manera asertiva? ¿Cómo expresar con claridad las necesidades y sentimientos?

Esas son algunas de las preguntas que seguramente quien ahora lee este texto se habrá hecho en alguna ocasión, o quizá no. Tenemos muy normalizado defender la libertad de opinión y la confundimos con “cruda franqueza”. La forma en que nos comunicamos con otras personas, no son solo palabras, son también todas las señales de nuestro cuerpo, el lenguaje corporal que comunica mucho más que lo que de nuestra boca sale.

Marshall Rosemberg, el creador de la metodología de Comunicación No Violenta, establece que las personas podemos llegar a ser violentas son proponérnoslo. Lo hacemos porque nos somos suficientemente conscientes de cómo entablamos la interacción con otras personas.

El planteamiento resulta en apariencia muy sencillo: Si ponemos más atención a cómo decimos lo que decimos que en las palabras que pronunciamos, podríamos ser capaces de conectarnos de una forma más adecuada, sensible y consciente con alguien más. Lo que ocurre es que generalmente estamos más pendientes de lo que diremos en una conversación que de lo que la otra persona nos comparte, así que, sin quererlo, nuestra mirada, o al arrebatarle la palabra, al cambiar abruptamente de tema, podría causar la impresión de indiferencia o hasta de falta de respeto y derivar en un acto de Comunicación violenta.

La comunicación humana es compleja y desafiante sin duda, pero Rosenberg asegura que si empleamos la fórmula de la “escucha activa”, combinada con centrar la atención en comprender las necesidades y sentimientos en un intercambio comunicacional, tanto lo propio como lo de la otra persona, es posible establecer una forma de comunicación más abierta y más allá del prejuicio o idea preconcebida que podamos tener con quien interactuamos.

Un ejemplo es cuando alguien acude con una petición y antes de escucharle, ya traemos la cabeza llena de ideas sobre quién o cómo es la persona: -esa mujer algo quiere… o -este hombre siempre trae problemas-, etc. Nos perdemos no solo del momento de comunicación, invertimos energía en un ejercicio innecesario que podría estarnos colocando fuera del espacio de cercanía humana.

Los cuatro pasos para establecer una Comunicación NO Violenta (CNV), según Rosemberg son: Observación, Sentimientos, Necesidades, Petición. Cada uno de estos focos de atención son fundamentales para avanzar en una forma nueva de relacionarnos. Se trata de no dar por sentado las cosas, ni culpar a los demás de cómo estamos o de cargar con lo que le corresponde al otro o a la otra; se trata de emplear la empatía como puente de conexión.

No se trata de competir, de ganar o perder como si fuera un juego de tenis, se trata de entender y atender, lo nuestro y en la comunicación, lo de los demás en una proporción equilibrada. La raíz de los conflictos está en las necesidades no satisfechas y cuando ignoramos lo que sentimos.

Ya lo decía Rosemberg: “Se es más feliz cuando se aprende a no escuchar los juicios de los demás y desarrollar la capacidad de ver más allá de ellos”. Ordenar la vivencia, colocar cada cosa en su lugar y tener claridad.


Como comunicadora me he enfrentado con frecuencia a muchos dilemas éticos, como periodista aún más. ¿Cómo decir lo que quieres decir sin meterte en problemas? ¿Cómo comunicar de manera asertiva? ¿Cómo expresar con claridad las necesidades y sentimientos?

Esas son algunas de las preguntas que seguramente quien ahora lee este texto se habrá hecho en alguna ocasión, o quizá no. Tenemos muy normalizado defender la libertad de opinión y la confundimos con “cruda franqueza”. La forma en que nos comunicamos con otras personas, no son solo palabras, son también todas las señales de nuestro cuerpo, el lenguaje corporal que comunica mucho más que lo que de nuestra boca sale.

Marshall Rosemberg, el creador de la metodología de Comunicación No Violenta, establece que las personas podemos llegar a ser violentas son proponérnoslo. Lo hacemos porque nos somos suficientemente conscientes de cómo entablamos la interacción con otras personas.

El planteamiento resulta en apariencia muy sencillo: Si ponemos más atención a cómo decimos lo que decimos que en las palabras que pronunciamos, podríamos ser capaces de conectarnos de una forma más adecuada, sensible y consciente con alguien más. Lo que ocurre es que generalmente estamos más pendientes de lo que diremos en una conversación que de lo que la otra persona nos comparte, así que, sin quererlo, nuestra mirada, o al arrebatarle la palabra, al cambiar abruptamente de tema, podría causar la impresión de indiferencia o hasta de falta de respeto y derivar en un acto de Comunicación violenta.

La comunicación humana es compleja y desafiante sin duda, pero Rosenberg asegura que si empleamos la fórmula de la “escucha activa”, combinada con centrar la atención en comprender las necesidades y sentimientos en un intercambio comunicacional, tanto lo propio como lo de la otra persona, es posible establecer una forma de comunicación más abierta y más allá del prejuicio o idea preconcebida que podamos tener con quien interactuamos.

Un ejemplo es cuando alguien acude con una petición y antes de escucharle, ya traemos la cabeza llena de ideas sobre quién o cómo es la persona: -esa mujer algo quiere… o -este hombre siempre trae problemas-, etc. Nos perdemos no solo del momento de comunicación, invertimos energía en un ejercicio innecesario que podría estarnos colocando fuera del espacio de cercanía humana.

Los cuatro pasos para establecer una Comunicación NO Violenta (CNV), según Rosemberg son: Observación, Sentimientos, Necesidades, Petición. Cada uno de estos focos de atención son fundamentales para avanzar en una forma nueva de relacionarnos. Se trata de no dar por sentado las cosas, ni culpar a los demás de cómo estamos o de cargar con lo que le corresponde al otro o a la otra; se trata de emplear la empatía como puente de conexión.

No se trata de competir, de ganar o perder como si fuera un juego de tenis, se trata de entender y atender, lo nuestro y en la comunicación, lo de los demás en una proporción equilibrada. La raíz de los conflictos está en las necesidades no satisfechas y cuando ignoramos lo que sentimos.

Ya lo decía Rosemberg: “Se es más feliz cuando se aprende a no escuchar los juicios de los demás y desarrollar la capacidad de ver más allá de ellos”. Ordenar la vivencia, colocar cada cosa en su lugar y tener claridad.