/ jueves 4 de abril de 2024

El día del eclipse

Fue en 1991, un 11 de julio, cuando las personas en todo el mundo atestiguaron uno de los fenómenos astronómicos que por más tiempo ha estado rodeado de misterio a lo largo de la historia de la humanidad. Hubo otro eclipse solar importante también en 2017, observable en Norteamérica con una trayectoria desde el noroeste al sureste.

El eclipse solar del 8 de abril del 2024, sin duda ha causado gran expectación. Y es que existen incontables leyendas al respecto, muchas de las cuales están revestidas de mitos o creencias, algunas religiosas, otras populares que promueven actos simbólicos o rituales, para prepararse a observar (o recibir) el eclipse solar, basados en el conocimiento empírico y, con frecuencia, desacreditados por posturas científicas.

Como muchas otras personas, me siento entusiasmada con este fenómeno natural pues no dejo de pensar en la maravillosa oportunidad que un evento como éste podría representar para tomar conciencia sobre la humanidad y nuestra íntima relación con el universo. Ni soy científica, ni tampoco religiosa, pero como ferviente defensora del humanismo y del conocimiento sobre lo humano, creo que esta clase de sucesos únicos nos colocan en un nivel de privilegio existencial.

Para la astrología este evento tiene un significado especial. Por ser un eclipse solar se asocia, desde la espiritualidad, con la identidad de cada persona; su centro creativo como eje transformador. Se cree que sostienen la visión de nuevos comienzos y oportunidades de ulterior energía.

Los estudios astronómicos señalan que este eclipse pertenece a la serie Saros 139, un tipo de eclipses que se han registrado desde 1501 y que ocurrirán hasta el 2763. Se trata de fenómenos que no suceden a menudo. Un eclipse total se presenta cada 18 meses en algún punto de la Tierra, por eso la importancia de lo que nos toca vivir este año.

Dicen que un eclipse solar también revela nuestras sombras internas; es decir, esas partes oscuras de nuestro ser que evitamos enfrentar. Hay entonces una invitación a la introspección, al trabajo interno en lo individual y en lo colectivo como organismos interconectados y sensibles.

Existen además teorías acerca de que, en medio de estos acontecimientos celestes se registra un gran influjo de energía cósmica, tan potente como para “limpiar” o modificar circunstancias, formas, seres, espacios o ¿tiempo? Claro que todo esto es construido únicamente con base en la enorme expectación que lo desconocido nos genera cuando, como humanidad, no alcanzamos a explicarnos todo lo que sucede en el universo.

No sé lo que pase durante un eclipse, pero me gustaría pensar en que podríamos ser capaces de aprovechar esa intensidad energética para impulsar cambios sustanciales en nuestras vidas. Si el caos amenaza la tranquilidad comunitaria mundial, qué tal si enfocáramos toda nuestra atención en contribuir para visualizar algo nuevo, diferente y mejor desde nuestras posibilidades personales.

Quizá es parte de una prueba. ¿Qué más es posible? Qué tal si imaginamos que lo que hoy nos aflige, mañana comprenderemos que se trataba sólo de una etapa que superamos. Lo que sea que estemos viviendo ahora, en lo familiar, en lo social, político, económico, en la salud, qué tal si solo lanzamos al aire la pregunta: ¿Cómo puede mejorar esto?

Al fin y al cabo, como decía Séneca: “Cuando el sol se eclipsa para desaparecer, se ve mejor su grandeza”. O como proponía Víctor Hugo: “La reaparición de la luz es lo mismo que la supervivencia del alma”.

Fue en 1991, un 11 de julio, cuando las personas en todo el mundo atestiguaron uno de los fenómenos astronómicos que por más tiempo ha estado rodeado de misterio a lo largo de la historia de la humanidad. Hubo otro eclipse solar importante también en 2017, observable en Norteamérica con una trayectoria desde el noroeste al sureste.

El eclipse solar del 8 de abril del 2024, sin duda ha causado gran expectación. Y es que existen incontables leyendas al respecto, muchas de las cuales están revestidas de mitos o creencias, algunas religiosas, otras populares que promueven actos simbólicos o rituales, para prepararse a observar (o recibir) el eclipse solar, basados en el conocimiento empírico y, con frecuencia, desacreditados por posturas científicas.

Como muchas otras personas, me siento entusiasmada con este fenómeno natural pues no dejo de pensar en la maravillosa oportunidad que un evento como éste podría representar para tomar conciencia sobre la humanidad y nuestra íntima relación con el universo. Ni soy científica, ni tampoco religiosa, pero como ferviente defensora del humanismo y del conocimiento sobre lo humano, creo que esta clase de sucesos únicos nos colocan en un nivel de privilegio existencial.

Para la astrología este evento tiene un significado especial. Por ser un eclipse solar se asocia, desde la espiritualidad, con la identidad de cada persona; su centro creativo como eje transformador. Se cree que sostienen la visión de nuevos comienzos y oportunidades de ulterior energía.

Los estudios astronómicos señalan que este eclipse pertenece a la serie Saros 139, un tipo de eclipses que se han registrado desde 1501 y que ocurrirán hasta el 2763. Se trata de fenómenos que no suceden a menudo. Un eclipse total se presenta cada 18 meses en algún punto de la Tierra, por eso la importancia de lo que nos toca vivir este año.

Dicen que un eclipse solar también revela nuestras sombras internas; es decir, esas partes oscuras de nuestro ser que evitamos enfrentar. Hay entonces una invitación a la introspección, al trabajo interno en lo individual y en lo colectivo como organismos interconectados y sensibles.

Existen además teorías acerca de que, en medio de estos acontecimientos celestes se registra un gran influjo de energía cósmica, tan potente como para “limpiar” o modificar circunstancias, formas, seres, espacios o ¿tiempo? Claro que todo esto es construido únicamente con base en la enorme expectación que lo desconocido nos genera cuando, como humanidad, no alcanzamos a explicarnos todo lo que sucede en el universo.

No sé lo que pase durante un eclipse, pero me gustaría pensar en que podríamos ser capaces de aprovechar esa intensidad energética para impulsar cambios sustanciales en nuestras vidas. Si el caos amenaza la tranquilidad comunitaria mundial, qué tal si enfocáramos toda nuestra atención en contribuir para visualizar algo nuevo, diferente y mejor desde nuestras posibilidades personales.

Quizá es parte de una prueba. ¿Qué más es posible? Qué tal si imaginamos que lo que hoy nos aflige, mañana comprenderemos que se trataba sólo de una etapa que superamos. Lo que sea que estemos viviendo ahora, en lo familiar, en lo social, político, económico, en la salud, qué tal si solo lanzamos al aire la pregunta: ¿Cómo puede mejorar esto?

Al fin y al cabo, como decía Séneca: “Cuando el sol se eclipsa para desaparecer, se ve mejor su grandeza”. O como proponía Víctor Hugo: “La reaparición de la luz es lo mismo que la supervivencia del alma”.