/ jueves 22 de febrero de 2024

El dilema de la congruencia

Ser congruente en un mundo lleno de incongruencias puede significar un verdadero reto. La palabra proviene del latín congruentia, que significa una relación lógica entre dos situaciones, en este caso, sobre el comportamiento de las personas. Es la coherencia entre lo que se hace, se dice, se piensa de manera coherente. Y más aún, desde la esfera de la espiritualidad, se trata de hacer, pensar y sentir en alineación a la verdad interior.

Los conocimientos ancestrales de los pueblos originarios en innumerables culturas orientales y americanas, destacan el valor de la congruencia como parte esencial del equilibrio y conservación de la energía vital, o del ”Qi”, a la vez, fundamental para nuestra supervivencia.

Carl Rogers señala que, cada persona debe de “ser, lo que es”, es decir, no usar máscaras; en esto incluía también la observación de tres niveles del ser humano: el animal, el propiamente humano y el nivel divino, como eje de la salud o el equilibrio, del ser integral.

Lo que la historia nos ha enseñado, es que han existido siempre personas que han producido o impulsado cambios importantes para la humanidad, debido a sus decisiones, actos o palabras, pero no siempre lo hicieron desde la congruencia y eso pudo afectar su equilibrio mental o emocional. El mismo Carl Rogers, identifica a esto como la posibilidad para la aparición de algunos tipos de neurosis.

Cuando las personas no tenemos alineado lo que hacemos con lo que realmente sentimos, deseamos o pensamos, entramos en una situación que, llevada al extremo, podría llevarnos a enfermar. Ansiedad, estrés, insomnio, son solo algunos de los síntomas físicos que podemos sufrir. Lo delicado es identificar cómo afecta ese estado a las relaciones que tenemos con los demás.

Aprender sobre la congruencia implica hacer una introspección. Un intenso trabajo interno que no siempre nos atrevemos a experimentar. Tiene que ver con hacer conciencia sobre lo que estamos generando al exterior desde nuestra propia verdad interna.

La ausencia de integridad o congruencia en nuestros actos y pensamientos, con frecuencia generan caos, enfermedad, dolor o incertidumbre, pero conectar con un solo camino, una dirección específica y orientar hacia ella todo el esfuerzo y atención, la energía retorna a su balance.

Hemos visto en múltiples ocasiones a quienes muestran una dificultad para integrar en un “todo” la premisa básica de la congruencia: palabras, pensamientos y actos alineados en una relación lógica que no admite simulación. Son aquellas personas cuyas palabras brotan con facilidad prometiendo maravillas, mientras que sus actos muestran una distancia de sus reales intenciones. O personas que son presionadas para cumplir con las expectativas de alguien más, mientras que las propias se van quedando rezagadas entre la melancolía o la frustración. Luego hay quienes nos inspiran y conmueven, Sus palabras, lenguaje corporal, parecen estar armoniosamente coordinados de tal manera que, intuitivamente, percibimos una consonancia integral.

Aunque Maquiavelo defendía que “lo importante del príncipe, no es que lo sea, sino que lo parezca”, lo cierto es que siempre será mejor “ser para parecer”, porque al final, lo único que queda es la verdad que no puede ser ocultada bajo la superficie de un maquillaje.


Ser congruente en un mundo lleno de incongruencias puede significar un verdadero reto. La palabra proviene del latín congruentia, que significa una relación lógica entre dos situaciones, en este caso, sobre el comportamiento de las personas. Es la coherencia entre lo que se hace, se dice, se piensa de manera coherente. Y más aún, desde la esfera de la espiritualidad, se trata de hacer, pensar y sentir en alineación a la verdad interior.

Los conocimientos ancestrales de los pueblos originarios en innumerables culturas orientales y americanas, destacan el valor de la congruencia como parte esencial del equilibrio y conservación de la energía vital, o del ”Qi”, a la vez, fundamental para nuestra supervivencia.

Carl Rogers señala que, cada persona debe de “ser, lo que es”, es decir, no usar máscaras; en esto incluía también la observación de tres niveles del ser humano: el animal, el propiamente humano y el nivel divino, como eje de la salud o el equilibrio, del ser integral.

Lo que la historia nos ha enseñado, es que han existido siempre personas que han producido o impulsado cambios importantes para la humanidad, debido a sus decisiones, actos o palabras, pero no siempre lo hicieron desde la congruencia y eso pudo afectar su equilibrio mental o emocional. El mismo Carl Rogers, identifica a esto como la posibilidad para la aparición de algunos tipos de neurosis.

Cuando las personas no tenemos alineado lo que hacemos con lo que realmente sentimos, deseamos o pensamos, entramos en una situación que, llevada al extremo, podría llevarnos a enfermar. Ansiedad, estrés, insomnio, son solo algunos de los síntomas físicos que podemos sufrir. Lo delicado es identificar cómo afecta ese estado a las relaciones que tenemos con los demás.

Aprender sobre la congruencia implica hacer una introspección. Un intenso trabajo interno que no siempre nos atrevemos a experimentar. Tiene que ver con hacer conciencia sobre lo que estamos generando al exterior desde nuestra propia verdad interna.

La ausencia de integridad o congruencia en nuestros actos y pensamientos, con frecuencia generan caos, enfermedad, dolor o incertidumbre, pero conectar con un solo camino, una dirección específica y orientar hacia ella todo el esfuerzo y atención, la energía retorna a su balance.

Hemos visto en múltiples ocasiones a quienes muestran una dificultad para integrar en un “todo” la premisa básica de la congruencia: palabras, pensamientos y actos alineados en una relación lógica que no admite simulación. Son aquellas personas cuyas palabras brotan con facilidad prometiendo maravillas, mientras que sus actos muestran una distancia de sus reales intenciones. O personas que son presionadas para cumplir con las expectativas de alguien más, mientras que las propias se van quedando rezagadas entre la melancolía o la frustración. Luego hay quienes nos inspiran y conmueven, Sus palabras, lenguaje corporal, parecen estar armoniosamente coordinados de tal manera que, intuitivamente, percibimos una consonancia integral.

Aunque Maquiavelo defendía que “lo importante del príncipe, no es que lo sea, sino que lo parezca”, lo cierto es que siempre será mejor “ser para parecer”, porque al final, lo único que queda es la verdad que no puede ser ocultada bajo la superficie de un maquillaje.