/ jueves 8 de febrero de 2024

La protección de datos personales

Mientras cenaba con mi familia un fin de semana, fui sorprendida por una extraña llamada telefónica. Digo extraña, porque no reconocí la lada y no me pareció un número común. MI instinto me previno de no contestar. Aun así, por curiosidad, tomé la llamada. Del otro lado de la línea una voz de hombre (que parecía joven), me saludó por mi nombre completo y se presentó como “Carlos Atienzo”.

Al momento pensé en colgar, pero ya el hombre había comenzado un discurso claramente de vendedor profesional. Sus palabras eran casi sin pausar, como si estuviera repitiendo uno de esos textos que aprendíamos en la secundaria para los concursos de oratoria. Alguien más los escribía y al momento de repetirlo en voz alta, carecía con frecuencia de emoción y de sentido.

Vaya momento de casi un minuto. Esperé impaciente y tuve que interrumpirlo. La cena se enfriaba y mi familia me veía haciéndome señas de colgar. Le dije que no tenía interés en comprar un paquete de viaje. Y luego atiné a preguntar de dónde había obtenido mi nombre y mi teléfono… Él sólo contestó: “No sabría decirle. A mí me pasan una lista de nombres y teléfonos a los que debo llamar en diferentes partes del país y ofrecerles nuestros servicios, pero si no está interesada, le agradezco mucho su atención. Que tenga buenas noches…”.

Desde luego, no pude decirle más porque al instante cortó la comunicación. Intenté llamar al número registrado en mi identificador y solo timbrada en automático con un zumbido y se cortaba de nuevo.

Así que me quedé con más dudas que curiosidad. ¿Cómo era posible que alguien desconocido supiera mi nombre y me llamara a esa hora de la noche, sin tener antecedentes de que yo estuviera buscando el servicio que me ofrecían?

Esta es solo una anécdota personal, de inofensivas consecuencias. Seguramente se habrán registrado múltiples historias que, incluso, han puesto en peligro la vida de quienes reciben llamadas de personas desconocidas que intentan extorsionarles.

Casi a diario recibo múltiples llamadas de números desconocidos que nunca contesto. Pero a veces es mucha mi curiosidad y trato de buscarlos en algún listado de números que alguien ha reportado en esas páginas “Denuncia Spam”, aunque con poco éxito.

Hace poco más de un año también fui víctima de fraude a través de whatsapp. Una mañana de sábado recibí un mensaje que provenía (aparentemente) del teléfono de un amigo cercano que me pedía un préstamo. No dudé en ayudarle sin cuestionar y deposité una cantidad considerable, Al poco tiempo fui enterada de que el teléfono de mi amigo había sido hackeado y yo había sido muy ingenua.

Presentamos una denuncia en Fiscalía por fraude, y mi amigo por suplantación de identidad, pues no solo yo había sido víctima del uso indebido de nuestra información personal. Hasta el momento mi denuncia tampoco ha tenido éxito, así que ya di por perdido ese dinero definitivamente, lo que sí no concibo aún es saber cómo pudimos sufrir tanta vulneración al compartir información personal.

Lo que he aprendido con estas experiencias, es que cuando se recopilan datos personales sin consentimiento, no solo se viola la privacidad, también se pone en riesgo la seguridad. Además, es importante que se adopten medidas de protección efectivas de datos personales, sobre todo en instituciones públicas o privadas a quienes les confiamos nuestra valiosa información personal.


Mientras cenaba con mi familia un fin de semana, fui sorprendida por una extraña llamada telefónica. Digo extraña, porque no reconocí la lada y no me pareció un número común. MI instinto me previno de no contestar. Aun así, por curiosidad, tomé la llamada. Del otro lado de la línea una voz de hombre (que parecía joven), me saludó por mi nombre completo y se presentó como “Carlos Atienzo”.

Al momento pensé en colgar, pero ya el hombre había comenzado un discurso claramente de vendedor profesional. Sus palabras eran casi sin pausar, como si estuviera repitiendo uno de esos textos que aprendíamos en la secundaria para los concursos de oratoria. Alguien más los escribía y al momento de repetirlo en voz alta, carecía con frecuencia de emoción y de sentido.

Vaya momento de casi un minuto. Esperé impaciente y tuve que interrumpirlo. La cena se enfriaba y mi familia me veía haciéndome señas de colgar. Le dije que no tenía interés en comprar un paquete de viaje. Y luego atiné a preguntar de dónde había obtenido mi nombre y mi teléfono… Él sólo contestó: “No sabría decirle. A mí me pasan una lista de nombres y teléfonos a los que debo llamar en diferentes partes del país y ofrecerles nuestros servicios, pero si no está interesada, le agradezco mucho su atención. Que tenga buenas noches…”.

Desde luego, no pude decirle más porque al instante cortó la comunicación. Intenté llamar al número registrado en mi identificador y solo timbrada en automático con un zumbido y se cortaba de nuevo.

Así que me quedé con más dudas que curiosidad. ¿Cómo era posible que alguien desconocido supiera mi nombre y me llamara a esa hora de la noche, sin tener antecedentes de que yo estuviera buscando el servicio que me ofrecían?

Esta es solo una anécdota personal, de inofensivas consecuencias. Seguramente se habrán registrado múltiples historias que, incluso, han puesto en peligro la vida de quienes reciben llamadas de personas desconocidas que intentan extorsionarles.

Casi a diario recibo múltiples llamadas de números desconocidos que nunca contesto. Pero a veces es mucha mi curiosidad y trato de buscarlos en algún listado de números que alguien ha reportado en esas páginas “Denuncia Spam”, aunque con poco éxito.

Hace poco más de un año también fui víctima de fraude a través de whatsapp. Una mañana de sábado recibí un mensaje que provenía (aparentemente) del teléfono de un amigo cercano que me pedía un préstamo. No dudé en ayudarle sin cuestionar y deposité una cantidad considerable, Al poco tiempo fui enterada de que el teléfono de mi amigo había sido hackeado y yo había sido muy ingenua.

Presentamos una denuncia en Fiscalía por fraude, y mi amigo por suplantación de identidad, pues no solo yo había sido víctima del uso indebido de nuestra información personal. Hasta el momento mi denuncia tampoco ha tenido éxito, así que ya di por perdido ese dinero definitivamente, lo que sí no concibo aún es saber cómo pudimos sufrir tanta vulneración al compartir información personal.

Lo que he aprendido con estas experiencias, es que cuando se recopilan datos personales sin consentimiento, no solo se viola la privacidad, también se pone en riesgo la seguridad. Además, es importante que se adopten medidas de protección efectivas de datos personales, sobre todo en instituciones públicas o privadas a quienes les confiamos nuestra valiosa información personal.