/ sábado 24 de febrero de 2024

Ernesto Sabato: Escritor de la contingencia existencial

Escritor y pensador argentino sin par y quien murió casi centenario, Ernesto Sabato (Rojas, 1911-Santos Lugares, 2011) accedió a la literatura después de haberse hecho de un prestigio en el campo de la ciencia, y su obra no puede entenderse sin asociarla a su primer campo de formación. Escritor de ideas, tanto su obra ficcional como de análisis resulta ser el resultado de su propia conciencia transida por los problemas humanos y la metafísica esperanza de la trascendencia del ser. Con una producción no muy nutrida pero sí categórica, parte de un deseo inminente por profundizar en la realidad, en el entorno que rodea al individuo marcado irremediablemente por sus circunstancias, inmerso en la crisis de la civilización occidental y en la encrucijada en la cual se encuentran sumidos América Latina y su propio país.

Su escritura se entiende como un oficio estético no sólo placentero sino categórico, y tanto su narrativa como su ensayística surgen de esta circunstancia vital, pues a partir de esta angustia el ser humano se pregunta reiteradamente quién es y hacia dónde va, como un intento aferrado y no siempre fructuoso ––o más bien casi nunca–– de salvación individual y de explicación total de la interacción entre la conciencia y el mundo en el cual se incrusta y la condiciona.

Tanto sus historias como sus personajes están transidos por el inexorable destino hacia el que les orienta la lucha de oscuras fuerzas opuestas, evidenciando así su condición contradictoria y limitada. De su conflictiva relación con el mundo subyace una dialéctica agónica que expresa la más profunda problemática del ser humano que a solas transita por esto que llamamos mundo, desde su nacimiento hasta su muerte. Su primera novela El túnel, de 1948, y tras el ropaje de narración policiaca, es un ya clásico existencialista que desarrolla una envolvente historia donde las obsesiones en la conciencia de su protagonista giran en torno a la persecución de lo inalcanzable (personificado en la figura de una mujer): el artista/protagonista se declara asesino confeso en medio de su propia locura y su irremediable incomunicación con el mundo que le rodea, a la usanza de otras narraciones por el estilo de Camus o Sartre.

Escritor indispensable, su segunda novela Sobre héroes y tumbas, de 1962, está construida a partir de una mucha más compleja estructura. Su obra maestra, lleva hasta sus últimas consecuencias los propósitos metafísicos y delirantes de su predecesora, conforme muestra tremendas visiones apocalípticas y recuerda las danzas de la muerte medievales. El lector se halla ante una catástrofe sin salida tras la búsqueda inútil de lo absoluto y una metáfora (especialmente en su famosa parte III: “Informe sobre ciegos”) de la conflictividad humana del siglo XX, como si de una pesadilla se tratara. Una especie de epílogo en este sentido constituye su tercera y última novela Abaddón, el Exterminador, de 1974, en la línea de la narrativa intelectual y experimentalista de corte europeo de la época.

Ensayista no menos corrosivo y más prolífico, igualmente imprescindibles resultan Uno y el universo de 1945, Hombres y engranajes de 1951, Heterodoxia de 1953, El escritor y sus fantasmas y Tango, discusión y clave de 1963, Significado de Pedro Henríquez Ureña de 1967 (defensor a ultranza de este notable escritor dominicano antes perteneciente al Ateneo de la Juventud en México), Apologías y rechazos de 1979, su especie de testamento Antes del fin de 1998, La resistencia del 2000 y España en los diarios de mi vejez del 2004. No menos célebres son sus Diálogos con Jorge Luis Borges de 1976, suma de diversas conversaciones entre dos genios y mentes lúcidas del siglo XX, de cara a sus complicidades fraternas, pero también a sus diferencias irremediables.


*De cara a la aparición próxima de mi libro Ernesto Sabato: Escritor de la contingencia existencial, Biblos, Buenos Aires, 2024

Escritor y pensador argentino sin par y quien murió casi centenario, Ernesto Sabato (Rojas, 1911-Santos Lugares, 2011) accedió a la literatura después de haberse hecho de un prestigio en el campo de la ciencia, y su obra no puede entenderse sin asociarla a su primer campo de formación. Escritor de ideas, tanto su obra ficcional como de análisis resulta ser el resultado de su propia conciencia transida por los problemas humanos y la metafísica esperanza de la trascendencia del ser. Con una producción no muy nutrida pero sí categórica, parte de un deseo inminente por profundizar en la realidad, en el entorno que rodea al individuo marcado irremediablemente por sus circunstancias, inmerso en la crisis de la civilización occidental y en la encrucijada en la cual se encuentran sumidos América Latina y su propio país.

Su escritura se entiende como un oficio estético no sólo placentero sino categórico, y tanto su narrativa como su ensayística surgen de esta circunstancia vital, pues a partir de esta angustia el ser humano se pregunta reiteradamente quién es y hacia dónde va, como un intento aferrado y no siempre fructuoso ––o más bien casi nunca–– de salvación individual y de explicación total de la interacción entre la conciencia y el mundo en el cual se incrusta y la condiciona.

Tanto sus historias como sus personajes están transidos por el inexorable destino hacia el que les orienta la lucha de oscuras fuerzas opuestas, evidenciando así su condición contradictoria y limitada. De su conflictiva relación con el mundo subyace una dialéctica agónica que expresa la más profunda problemática del ser humano que a solas transita por esto que llamamos mundo, desde su nacimiento hasta su muerte. Su primera novela El túnel, de 1948, y tras el ropaje de narración policiaca, es un ya clásico existencialista que desarrolla una envolvente historia donde las obsesiones en la conciencia de su protagonista giran en torno a la persecución de lo inalcanzable (personificado en la figura de una mujer): el artista/protagonista se declara asesino confeso en medio de su propia locura y su irremediable incomunicación con el mundo que le rodea, a la usanza de otras narraciones por el estilo de Camus o Sartre.

Escritor indispensable, su segunda novela Sobre héroes y tumbas, de 1962, está construida a partir de una mucha más compleja estructura. Su obra maestra, lleva hasta sus últimas consecuencias los propósitos metafísicos y delirantes de su predecesora, conforme muestra tremendas visiones apocalípticas y recuerda las danzas de la muerte medievales. El lector se halla ante una catástrofe sin salida tras la búsqueda inútil de lo absoluto y una metáfora (especialmente en su famosa parte III: “Informe sobre ciegos”) de la conflictividad humana del siglo XX, como si de una pesadilla se tratara. Una especie de epílogo en este sentido constituye su tercera y última novela Abaddón, el Exterminador, de 1974, en la línea de la narrativa intelectual y experimentalista de corte europeo de la época.

Ensayista no menos corrosivo y más prolífico, igualmente imprescindibles resultan Uno y el universo de 1945, Hombres y engranajes de 1951, Heterodoxia de 1953, El escritor y sus fantasmas y Tango, discusión y clave de 1963, Significado de Pedro Henríquez Ureña de 1967 (defensor a ultranza de este notable escritor dominicano antes perteneciente al Ateneo de la Juventud en México), Apologías y rechazos de 1979, su especie de testamento Antes del fin de 1998, La resistencia del 2000 y España en los diarios de mi vejez del 2004. No menos célebres son sus Diálogos con Jorge Luis Borges de 1976, suma de diversas conversaciones entre dos genios y mentes lúcidas del siglo XX, de cara a sus complicidades fraternas, pero también a sus diferencias irremediables.


*De cara a la aparición próxima de mi libro Ernesto Sabato: Escritor de la contingencia existencial, Biblos, Buenos Aires, 2024