/ sábado 9 de marzo de 2024

La música es tan internacional como una puesta de sol: Seiji Ozawa

Leí con placer el conversatorio Música, sólo música entre el escritor japolés Haruki Murakami y su coterráneo mayor el director de orquesta Seiji Ozawa (Shenyang, 1935-Tokio, 2024). Dos personalidades de la cultura nipona hermanadas aquí por una misma pasión, el narrador revela además su franco reconocimiento a lo hecho por su interlocutor, quien con los años se convertiría en todo un personaje en el Tanglewood Music Center.

De regeso a Estados Unidos luego de una estancia con Herbert von Karajan y la Orquesta Filarmónica de Berlín, Ozawa sería nombrado director asistente de la Filarmónica de Nueva York con Leonard Bernstein, donde confiesa tuvo su mejor periodo de formación, pues “Lenny era obsesivo y perfeccionista”. Con él acabaría de descubrir la obra de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Mahler, Bartók, y por supuesto del propio repertorio norteamericano. Con Murakami dialoga sobre sus grandes comprositores y obras de cabecera, revisando juntos distintos intérpretes y versiones.

Director de las Sinfónicas de Toronto y San Francisco, su consolidación vendría al frente de la Sinfónica de Boston, donde estuvo entre 1973 y 2002. Con permanentes visitas a Europa y Asia, no menos importante fue su experiencia lírica por casi una década, ya en el nuevo milenio, con la Ópera Estatal de Viena, a la cual estaría vinculado hasta su retiro por problemas de salud. Ya notablemente disminuido regresó al podio en el 2006, y el público reconoció la trayectoria de un director que había sabido muy bien establecer puentes entre Oriente y Occidente. Si bien se ha llamado la atención sobre la falta de profundidad en algunas de sus versiones, en cambio se reconocen su pasión, su osadía para abordar grandes monumentos orquestales, su prodigiosa memoria.

Con Murakami recuerda sus mejores momentos al frente esa agrupación con la cual grabó la mayoría de sus versiones premiadas y de antología: Schönberg, Tchaikovsky, Prokofiev, Stravinski, Mussorgsky, Ravel, Mahler, Bartók, Liszt, Rachmaninov, Dvorak. Música, sólo música es un buen pretexto para deshilvanar el ovillo, para traer a colación esos trepidantes e inolvidables momentos, insertos en una memoria prodigiosa que con los años sería atacada paradójicamente con el terrible mal de Alzheimer. Antes que el director de orquesta famoso, quien se abre aquí con desparpajo es el ser humano atrapado en los recuerdos que constatan una vida bien vivida y gozada, pero que igual testifican el paso implacable del tiempo que también es esencialmente música.

Sorprendido porque él nunca se había visto como un oriental dirigiendo música occidental, aquí recuerdan ambos cuando un periodista le preguntó cómo podía entender un japonés la música de Beethoven, de Mozart o de Brahms. Su respuesta fue contundente: “La música es tan internacional como una puesta de sol, que igual se puede disfrutar desde París o desde Tokio”. La música llega al alma, al intelecto, y más allá de diferencias estilísticas o idiosincráticas, en realidad para ella no existen fronteras, y las emociones que nos despierte, si nos permitirmos el placer inefable de escucharla, no tiene límites. Música, sólo música nos confirma que la existencia sería menos llevadera, con sus muchos estertores e imponderables, con sus resquicios de dolor y de angustia, sin esa maravillosa gran pasión compartida. Como las demás artes, la buena música, por supuesto, que es mucho más que ruido ensordecedor, representa un milagroso bálsamo que nos cobija, y sin el cual, como bien escribió Nietzsche, “la vida sería un error”.

Leí con placer el conversatorio Música, sólo música entre el escritor japolés Haruki Murakami y su coterráneo mayor el director de orquesta Seiji Ozawa (Shenyang, 1935-Tokio, 2024). Dos personalidades de la cultura nipona hermanadas aquí por una misma pasión, el narrador revela además su franco reconocimiento a lo hecho por su interlocutor, quien con los años se convertiría en todo un personaje en el Tanglewood Music Center.

De regeso a Estados Unidos luego de una estancia con Herbert von Karajan y la Orquesta Filarmónica de Berlín, Ozawa sería nombrado director asistente de la Filarmónica de Nueva York con Leonard Bernstein, donde confiesa tuvo su mejor periodo de formación, pues “Lenny era obsesivo y perfeccionista”. Con él acabaría de descubrir la obra de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Mahler, Bartók, y por supuesto del propio repertorio norteamericano. Con Murakami dialoga sobre sus grandes comprositores y obras de cabecera, revisando juntos distintos intérpretes y versiones.

Director de las Sinfónicas de Toronto y San Francisco, su consolidación vendría al frente de la Sinfónica de Boston, donde estuvo entre 1973 y 2002. Con permanentes visitas a Europa y Asia, no menos importante fue su experiencia lírica por casi una década, ya en el nuevo milenio, con la Ópera Estatal de Viena, a la cual estaría vinculado hasta su retiro por problemas de salud. Ya notablemente disminuido regresó al podio en el 2006, y el público reconoció la trayectoria de un director que había sabido muy bien establecer puentes entre Oriente y Occidente. Si bien se ha llamado la atención sobre la falta de profundidad en algunas de sus versiones, en cambio se reconocen su pasión, su osadía para abordar grandes monumentos orquestales, su prodigiosa memoria.

Con Murakami recuerda sus mejores momentos al frente esa agrupación con la cual grabó la mayoría de sus versiones premiadas y de antología: Schönberg, Tchaikovsky, Prokofiev, Stravinski, Mussorgsky, Ravel, Mahler, Bartók, Liszt, Rachmaninov, Dvorak. Música, sólo música es un buen pretexto para deshilvanar el ovillo, para traer a colación esos trepidantes e inolvidables momentos, insertos en una memoria prodigiosa que con los años sería atacada paradójicamente con el terrible mal de Alzheimer. Antes que el director de orquesta famoso, quien se abre aquí con desparpajo es el ser humano atrapado en los recuerdos que constatan una vida bien vivida y gozada, pero que igual testifican el paso implacable del tiempo que también es esencialmente música.

Sorprendido porque él nunca se había visto como un oriental dirigiendo música occidental, aquí recuerdan ambos cuando un periodista le preguntó cómo podía entender un japonés la música de Beethoven, de Mozart o de Brahms. Su respuesta fue contundente: “La música es tan internacional como una puesta de sol, que igual se puede disfrutar desde París o desde Tokio”. La música llega al alma, al intelecto, y más allá de diferencias estilísticas o idiosincráticas, en realidad para ella no existen fronteras, y las emociones que nos despierte, si nos permitirmos el placer inefable de escucharla, no tiene límites. Música, sólo música nos confirma que la existencia sería menos llevadera, con sus muchos estertores e imponderables, con sus resquicios de dolor y de angustia, sin esa maravillosa gran pasión compartida. Como las demás artes, la buena música, por supuesto, que es mucho más que ruido ensordecedor, representa un milagroso bálsamo que nos cobija, y sin el cual, como bien escribió Nietzsche, “la vida sería un error”.