/ sábado 23 de marzo de 2024

El infierno es de este mundo: Yo capitán, de Matteo Garrone

Luego de sus otras igualmente premiadas Reality y Dogman, Matteo Garrone vuelve a los primeros planos internacionales con su obra maestra Yo capitán (Italia, Francia, Bélgica, 2023), donde su ya característico “realismo poético” llega a alcanzar cotas de perfección. Obra de un auténtico maestro en plenitud creativa, no sólo nos sobrecoge aquí el tratamiento sin eufemismos del ya antes abordado tema de la inmigración en este caso de África hacia Europa, sino además lo conseguido estéticamente en circunstancias y ambientes extremos. Se trata de uno de esos largometrajes que marcan precedente y abren una brecha obligada de expresión que el considerado buen cine de autor no puede evadir, como evidencia de una incuestionable realidad que debería de preocuparnos a todos, porque está mucho más cerca de nosotros de lo que suponemos.

Como había apenas antes insinuado en sus precedentes Terra de Mezzo y Ospiti, y con muchos más recursos y horas de vuelo, Yo capitán es ya una superproducción donde su creativo realizador echa toda la carne al asador tras la épica de un paisaje que como otro personaje más contribuye a narrar la odisea de dos jóvenes senegaleses tras la búsqueda en su caso del sueño europeo. Garrone va mucho más a fondo y plantea el adicional de que no sólo se trata de una cruda realidad con muy escasas alternativas que los escupe, sino además de un no menos irrefrenable sueño por acceder al mercado de consumo y hacerse ya sea futbolistas o youtubers exitosos del primer mundo, con todo lo que ello implica de sensación de fracaso si no se logra y de poderse convertir en carne de cañón para múltiples organizaciones delictivas.

Los jóvenes senegaleses Seydou y Moussa se aventuran, sin clara conciencia de lo que les espera, a atravesar el inhóspito Desierto del Sahara donde tantos inmigrantes se han quedado en el camino, y si bien logran atravesar ese primer círculo del horror, no se compara con cuanto les viene como víctimas de mercenarios y autoridades corruptas cuyos mayores signos distintivos serán la barbarie y el cinismo, la ambición y la impiedad. Sátrapas y usureros amorales que trafican con la dignidad y la vida ajenas (“homo hominis lupus”, dirían los clásicos), convierten el trayecto de estos jóvenes y sus demás acompañantes de viaje infernal en una experiencia terrorífica, confirmándonos una vez más, como bien escribió Alejo Carpentier, que “el reino y el infierno son de este mundo” y no del más allá. Sin embargo, en ese sinuoso y amargo itinerario aparecerá igualmente la luz de quien le extiende la mano al imberbe Seydou, confirmándole también que en la compleja naturaleza humana igualmente pueden anidar lo sublime y lo grotesco.

Víctimas primero del subdesarrollo y sus demonios, estos inmigrantes pareciera que no tienen otra alternativa más que aventurarse en el exilio con pronóstico reservado, con la muerte, la tortura y/o el escanio como realidades siempre latentes. Yo capitán termina con la incógnita de lo que vendrá por delante después de alcanzar la primera meta, y esa otra parte ha sido más abordada. La marginación y la xenofobia, el racismo y la exclusión, o incluso los muchos problemas internos en estos países europeos que pareciera su pasado imperialista estuviera ahora pasándoles factura, sí han sido tema ya de varias de estas cinematografías.

También un gran conductor de actores, pues trabaja aquí con intérpretes en su mayoría no profesionales, los dos chicos protagonistas Seydou Sarr y Moustapha Fall están extraordinarios y en casting, como todo el demás elenco. ¡Y qué decir de otros rubros aquí destacadísimos como la fotografía de Paolo Carnera y el montaje de Marco Spoletini, cómplices perfectos para lograr cuadros de una enorme belleza!


Luego de sus otras igualmente premiadas Reality y Dogman, Matteo Garrone vuelve a los primeros planos internacionales con su obra maestra Yo capitán (Italia, Francia, Bélgica, 2023), donde su ya característico “realismo poético” llega a alcanzar cotas de perfección. Obra de un auténtico maestro en plenitud creativa, no sólo nos sobrecoge aquí el tratamiento sin eufemismos del ya antes abordado tema de la inmigración en este caso de África hacia Europa, sino además lo conseguido estéticamente en circunstancias y ambientes extremos. Se trata de uno de esos largometrajes que marcan precedente y abren una brecha obligada de expresión que el considerado buen cine de autor no puede evadir, como evidencia de una incuestionable realidad que debería de preocuparnos a todos, porque está mucho más cerca de nosotros de lo que suponemos.

Como había apenas antes insinuado en sus precedentes Terra de Mezzo y Ospiti, y con muchos más recursos y horas de vuelo, Yo capitán es ya una superproducción donde su creativo realizador echa toda la carne al asador tras la épica de un paisaje que como otro personaje más contribuye a narrar la odisea de dos jóvenes senegaleses tras la búsqueda en su caso del sueño europeo. Garrone va mucho más a fondo y plantea el adicional de que no sólo se trata de una cruda realidad con muy escasas alternativas que los escupe, sino además de un no menos irrefrenable sueño por acceder al mercado de consumo y hacerse ya sea futbolistas o youtubers exitosos del primer mundo, con todo lo que ello implica de sensación de fracaso si no se logra y de poderse convertir en carne de cañón para múltiples organizaciones delictivas.

Los jóvenes senegaleses Seydou y Moussa se aventuran, sin clara conciencia de lo que les espera, a atravesar el inhóspito Desierto del Sahara donde tantos inmigrantes se han quedado en el camino, y si bien logran atravesar ese primer círculo del horror, no se compara con cuanto les viene como víctimas de mercenarios y autoridades corruptas cuyos mayores signos distintivos serán la barbarie y el cinismo, la ambición y la impiedad. Sátrapas y usureros amorales que trafican con la dignidad y la vida ajenas (“homo hominis lupus”, dirían los clásicos), convierten el trayecto de estos jóvenes y sus demás acompañantes de viaje infernal en una experiencia terrorífica, confirmándonos una vez más, como bien escribió Alejo Carpentier, que “el reino y el infierno son de este mundo” y no del más allá. Sin embargo, en ese sinuoso y amargo itinerario aparecerá igualmente la luz de quien le extiende la mano al imberbe Seydou, confirmándole también que en la compleja naturaleza humana igualmente pueden anidar lo sublime y lo grotesco.

Víctimas primero del subdesarrollo y sus demonios, estos inmigrantes pareciera que no tienen otra alternativa más que aventurarse en el exilio con pronóstico reservado, con la muerte, la tortura y/o el escanio como realidades siempre latentes. Yo capitán termina con la incógnita de lo que vendrá por delante después de alcanzar la primera meta, y esa otra parte ha sido más abordada. La marginación y la xenofobia, el racismo y la exclusión, o incluso los muchos problemas internos en estos países europeos que pareciera su pasado imperialista estuviera ahora pasándoles factura, sí han sido tema ya de varias de estas cinematografías.

También un gran conductor de actores, pues trabaja aquí con intérpretes en su mayoría no profesionales, los dos chicos protagonistas Seydou Sarr y Moustapha Fall están extraordinarios y en casting, como todo el demás elenco. ¡Y qué decir de otros rubros aquí destacadísimos como la fotografía de Paolo Carnera y el montaje de Marco Spoletini, cómplices perfectos para lograr cuadros de una enorme belleza!