/ sábado 30 de diciembre de 2023

Bellas artes: Daniel Catán y su Florencia en el Amazonas en la Met de Nueva York

El estreno en la Metropolitan Opera House de Nueva York de la ópera Florencia en el Amazonas, de Daniel Catán (Ciudad de México, 1949-Austin, 2011), ha sido un acontecimiento, entre otras razones porque es la primera obra en español que entra en el repertorio del teatro lírico más importante en la actualidad por la cantidad y la calidad sus nuevas producciones incluidas en su larga temporada, con creadores y elencos de primerísimo nivel.

La consagración de su compositor, a poco más de diez años de su muy prematura y lastimosa muerte precisamente en territorio norteamericano, su ópera en dos actos Florencia en el Amazonas posee todos los méritos para haber accedido a las grandes ligas, a decir, riqueza melódica y orquestal, instinto poético y dramático, invención imaginativa (al fin de cuentas, su libretista, Marcela Fuentes-Veráin, bebe con talento y a borbotones del llamado “realismo mágico” que precisamente en México alcanzó su paroxismo con García Márquez y su Cien años de soledad que aquí escribió, confesando siempre su honesto débito para con escritores como Rulfo y Revueltas). Sabemos que su argumento está inspirado ––más en su atmósfera y en el mundo real-imaginario que la cobija–– sobre todo en la novela para mí suprema del célebre escritor de Aracataca, El amor en los tiempos del cólera, que considero menos artificiosa y por lo mismo más transparente y auténtica.

Pletórica de referencias y de citas, la obra empieza en la Leticia colombiana y termina con la Manaos brasileña a la vista, en uno de los recorridos más deslumbrantes por la vitalísima Amazonía, pero en medio de un ambiente paradójicamente destructor. Y sabemos que aquí figura de igual modo la Florencia (“Grimaldi”) italiana que constituye la cúspide del Renacimiento que igual deslumbraba a García Márquez y al propio Catán, que da nombre a la diva pródiga y a la obra, y se reconoce también, para cerrar la pinza, esa hermosísima y apabullante gran película que es el Fitzcarraldo, de Herzog, un tributo maravilloso al “gran espectáculo sin límites” que es el mundo de la ópera. Transmitida en el Auditorio Nacional, toda esta magia visual ha poblado la gran puesta de la MET que nos ocupa, con amplios recursos muy bien empleados e imaginación desbordada en manos de la destacada Mary Zimmerman, donde los talentos creativos sumarios de Riccardo Hernández, Ana Kuzmanic y T. J. Gerckens han contribuido generosamente a urdir una deslumbrante atmósfera de magia y ensueño.

El oficio de la Orquesta de la Metropolitan Opera House ha vuelto a sobresalir bajo la batuta destacada de su actual titular, el franco-canadiense Yannick Nézet-Séguin, resaltando el colorido de una partitura pletórica de matices. Y las voces han estado a la altura del lugar y de las circunstancias, empezando por la espléndida soprano norteamericana ––de doble ascendencia mexicana–– Aylin Pérez, quien ha corroborado por qué tiene hoy el lugar que se ha ganado a pulso sobre todo con los repertorios verdiano y pucciniano, si bien en su sostenida trayectoria hay también otros roles más distantes y no menos difíciles como la Rusalka de Dvorák. La han acompañado la soprano en ascenso ––estadounidense de ascendencia nicaragüense–– Gabriella Reyes, la mezzo venezolana Nancy Fabiola Herrera, el tenor guatemalteco Mario Chang, el barítono-bajo norteamericano Greer Grimsley, y los barítonos estadounidense Michael Chioldi e italiano Mattia Olivieri.

Nos llena de gusto que aquí figure un elenco con intérpretes predominantemente latinoamericanos, con una hermosa obra mexicana que ha sido la primera en español en entrar al repertorio de la Metropolitan Opera House de Nueva York, lo cual no es un dato para tomar a la ligera. ¡Seguramente Daniel Catán hubiera saltado de gusto!

El estreno en la Metropolitan Opera House de Nueva York de la ópera Florencia en el Amazonas, de Daniel Catán (Ciudad de México, 1949-Austin, 2011), ha sido un acontecimiento, entre otras razones porque es la primera obra en español que entra en el repertorio del teatro lírico más importante en la actualidad por la cantidad y la calidad sus nuevas producciones incluidas en su larga temporada, con creadores y elencos de primerísimo nivel.

La consagración de su compositor, a poco más de diez años de su muy prematura y lastimosa muerte precisamente en territorio norteamericano, su ópera en dos actos Florencia en el Amazonas posee todos los méritos para haber accedido a las grandes ligas, a decir, riqueza melódica y orquestal, instinto poético y dramático, invención imaginativa (al fin de cuentas, su libretista, Marcela Fuentes-Veráin, bebe con talento y a borbotones del llamado “realismo mágico” que precisamente en México alcanzó su paroxismo con García Márquez y su Cien años de soledad que aquí escribió, confesando siempre su honesto débito para con escritores como Rulfo y Revueltas). Sabemos que su argumento está inspirado ––más en su atmósfera y en el mundo real-imaginario que la cobija–– sobre todo en la novela para mí suprema del célebre escritor de Aracataca, El amor en los tiempos del cólera, que considero menos artificiosa y por lo mismo más transparente y auténtica.

Pletórica de referencias y de citas, la obra empieza en la Leticia colombiana y termina con la Manaos brasileña a la vista, en uno de los recorridos más deslumbrantes por la vitalísima Amazonía, pero en medio de un ambiente paradójicamente destructor. Y sabemos que aquí figura de igual modo la Florencia (“Grimaldi”) italiana que constituye la cúspide del Renacimiento que igual deslumbraba a García Márquez y al propio Catán, que da nombre a la diva pródiga y a la obra, y se reconoce también, para cerrar la pinza, esa hermosísima y apabullante gran película que es el Fitzcarraldo, de Herzog, un tributo maravilloso al “gran espectáculo sin límites” que es el mundo de la ópera. Transmitida en el Auditorio Nacional, toda esta magia visual ha poblado la gran puesta de la MET que nos ocupa, con amplios recursos muy bien empleados e imaginación desbordada en manos de la destacada Mary Zimmerman, donde los talentos creativos sumarios de Riccardo Hernández, Ana Kuzmanic y T. J. Gerckens han contribuido generosamente a urdir una deslumbrante atmósfera de magia y ensueño.

El oficio de la Orquesta de la Metropolitan Opera House ha vuelto a sobresalir bajo la batuta destacada de su actual titular, el franco-canadiense Yannick Nézet-Séguin, resaltando el colorido de una partitura pletórica de matices. Y las voces han estado a la altura del lugar y de las circunstancias, empezando por la espléndida soprano norteamericana ––de doble ascendencia mexicana–– Aylin Pérez, quien ha corroborado por qué tiene hoy el lugar que se ha ganado a pulso sobre todo con los repertorios verdiano y pucciniano, si bien en su sostenida trayectoria hay también otros roles más distantes y no menos difíciles como la Rusalka de Dvorák. La han acompañado la soprano en ascenso ––estadounidense de ascendencia nicaragüense–– Gabriella Reyes, la mezzo venezolana Nancy Fabiola Herrera, el tenor guatemalteco Mario Chang, el barítono-bajo norteamericano Greer Grimsley, y los barítonos estadounidense Michael Chioldi e italiano Mattia Olivieri.

Nos llena de gusto que aquí figure un elenco con intérpretes predominantemente latinoamericanos, con una hermosa obra mexicana que ha sido la primera en español en entrar al repertorio de la Metropolitan Opera House de Nueva York, lo cual no es un dato para tomar a la ligera. ¡Seguramente Daniel Catán hubiera saltado de gusto!