/ sábado 6 de abril de 2024

In memoriam: Maurizio Pollini, un pianista de estirpe

A mi entrañable y admirado Fernando Vallejo

Maurizio Pollini (Milán, 1942-2024) fue quizás el primer pianista de música clásica que escuché y sus extraordinarias grabaciones contribuyeron de manera importante en mi formación musical. Quien accedió al instrumento a través de su madre también pianista, a los dieciocho años se hizo acreedor al primer premio del Concurso Chopin de Varsovia, que recibió de manos del propio Arthur Rubinstein que ensalzó su talento. Él mismo hacía referencia a su estirpe, pues su maestro Carlo Vidusso había estudiado con Ernesto Drangosch, y éste con Alberto Williams, y él a su vez con Georges Mathias, este último discípulo destacado del célebre compositor polaco.

También estudió perfeccionamiento con Arturo Benedetti Michelangeli, de quien él mismo decía que había aprendido a desarrrollar una técnica más precisa y con control emocional. En la década de los setenta firmó con Deutsche Grammophon, y en cadena vendrían múltiples grabaciones que a la larga lo convertirían en una leyenda, entre otras obras que son piedra angular del repertorio pianístico, los Veinticuatro Estudios del mismo Frédéric Chopin. Durante esos años fue igualmente un activista político muy participativo, cuando colaboró con Luigi Nono en obras con ese sello característico de la época como Como una ola fuerza y luz, inspirada en el asesinato del líder chileno Luciano Cruz.

Colaborador asiduo con su entrañable amigo el también milanés célebre director de orquesta Claudio Abbado, fue él quien lo invitó a su amado Teatro de La Scala donde estuvo presente por casi medio siglo. Con él ofreció por esos años una serie de conciertos con los que se buscaba atraer a nuevos públicos, porque la música es un vehículo expedito de sensibilización, de concientización. Un virtuoso con gran técnica y honda sensibilidad, se destacó con la obra pianística decimonónica (Beethoven, Schubert, Chopin, Schumann y Brahms), si bien también abrió su espectro al acervo pianístico del siglo pasado (Schönberg, Webern, Pierre Boulez, Luigi Nono, Karlheinz Stockhausen, Giacomo Manzoni, Salvatore Sciarrino y Bruno Maderna). Entre sus gustos cupo de igual modo la música para piano de Debussy, Stravinsky, Bartók. En 1987 interpretó todos los conciertos para piano de Beethoven en Nueva York, con la Orquesta Filarmónica de Viena y Claudio Abbado al podio, y de manos de su entrañable paisano recibió el Anillo Honorario de la orquesta. Si bien participó con los más importantes directores, serían de igual modo especialmemte memorables sus colaboraciones con Karl Böhm y Pierre Boulez.

El crítico Harold C. Schoenberg escribió que Maurizio Pollini representaba, más que cualquier otro pianista, el paradigma por excelencia del estilo moderno. Para él la fidelidad de la partitura y el espíritu de su creador eran fundamentales, su religión absoluta, y la expresividad y el buen gusto debían estar al servicio de ese culto, lejos de consideraciones subjetivas que pudieran empañar la verdadera naturaleza de la obra. Para él, el intérprete debe de estar al servicio de la obra, como transmisor de su verdad y de su esencia, y no al revés, por lo que era enemigo acérrimo de histrionismos o malabarismos huecos.

Devoto principalmente de Rubinstein, Horowitz y Arrau, no hay duda de que el mencionado Benedetti-Michelangeli fue quien más influyó en el curso de su carrera. Con importantes reconocimientos y premios en su haber, Maurizio Pollini nos deja una discografía digna de respeto y admiración, sobre todo por la seriedad y el compromiso con los cuales abordó a los compositores y las obras de su preferencia. Un músico sólido y respetable por donde se le vea. ¡En paz descanse!

A mi entrañable y admirado Fernando Vallejo

Maurizio Pollini (Milán, 1942-2024) fue quizás el primer pianista de música clásica que escuché y sus extraordinarias grabaciones contribuyeron de manera importante en mi formación musical. Quien accedió al instrumento a través de su madre también pianista, a los dieciocho años se hizo acreedor al primer premio del Concurso Chopin de Varsovia, que recibió de manos del propio Arthur Rubinstein que ensalzó su talento. Él mismo hacía referencia a su estirpe, pues su maestro Carlo Vidusso había estudiado con Ernesto Drangosch, y éste con Alberto Williams, y él a su vez con Georges Mathias, este último discípulo destacado del célebre compositor polaco.

También estudió perfeccionamiento con Arturo Benedetti Michelangeli, de quien él mismo decía que había aprendido a desarrrollar una técnica más precisa y con control emocional. En la década de los setenta firmó con Deutsche Grammophon, y en cadena vendrían múltiples grabaciones que a la larga lo convertirían en una leyenda, entre otras obras que son piedra angular del repertorio pianístico, los Veinticuatro Estudios del mismo Frédéric Chopin. Durante esos años fue igualmente un activista político muy participativo, cuando colaboró con Luigi Nono en obras con ese sello característico de la época como Como una ola fuerza y luz, inspirada en el asesinato del líder chileno Luciano Cruz.

Colaborador asiduo con su entrañable amigo el también milanés célebre director de orquesta Claudio Abbado, fue él quien lo invitó a su amado Teatro de La Scala donde estuvo presente por casi medio siglo. Con él ofreció por esos años una serie de conciertos con los que se buscaba atraer a nuevos públicos, porque la música es un vehículo expedito de sensibilización, de concientización. Un virtuoso con gran técnica y honda sensibilidad, se destacó con la obra pianística decimonónica (Beethoven, Schubert, Chopin, Schumann y Brahms), si bien también abrió su espectro al acervo pianístico del siglo pasado (Schönberg, Webern, Pierre Boulez, Luigi Nono, Karlheinz Stockhausen, Giacomo Manzoni, Salvatore Sciarrino y Bruno Maderna). Entre sus gustos cupo de igual modo la música para piano de Debussy, Stravinsky, Bartók. En 1987 interpretó todos los conciertos para piano de Beethoven en Nueva York, con la Orquesta Filarmónica de Viena y Claudio Abbado al podio, y de manos de su entrañable paisano recibió el Anillo Honorario de la orquesta. Si bien participó con los más importantes directores, serían de igual modo especialmemte memorables sus colaboraciones con Karl Böhm y Pierre Boulez.

El crítico Harold C. Schoenberg escribió que Maurizio Pollini representaba, más que cualquier otro pianista, el paradigma por excelencia del estilo moderno. Para él la fidelidad de la partitura y el espíritu de su creador eran fundamentales, su religión absoluta, y la expresividad y el buen gusto debían estar al servicio de ese culto, lejos de consideraciones subjetivas que pudieran empañar la verdadera naturaleza de la obra. Para él, el intérprete debe de estar al servicio de la obra, como transmisor de su verdad y de su esencia, y no al revés, por lo que era enemigo acérrimo de histrionismos o malabarismos huecos.

Devoto principalmente de Rubinstein, Horowitz y Arrau, no hay duda de que el mencionado Benedetti-Michelangeli fue quien más influyó en el curso de su carrera. Con importantes reconocimientos y premios en su haber, Maurizio Pollini nos deja una discografía digna de respeto y admiración, sobre todo por la seriedad y el compromiso con los cuales abordó a los compositores y las obras de su preferencia. Un músico sólido y respetable por donde se le vea. ¡En paz descanse!