/ sábado 10 de febrero de 2024

Tras la búsqueda de sí mismo: Stendhal a través de Zweig y Lampedusa

Para conocer al hombre basta estudiarse a sí mismo;

para conocer a los hombres se precisa vivir en medio de ellos.

Stendhal


Así como en México obtusos editores rechazaron Cien años de soledad y García Márquez ya publicó entonces en Sudamericana de Argentina, más de un siglo atrás en Francia otros no menos ciegos lo habían hecho con las obras de Henri Beyle (mejor conocido como Stendhal) y tuvieron incluso la osadía de decirle que “nadie leería sus libros”. Otros dos grandes escritores como el austriaco Stefan Zweig y el italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el primero muy leído en su tiempo, y el segundo de más tardío reconocimiento a raíz de la maravillosa versión cinematográfica de Luchino Visconti de su novela El gatopardo, ambos admiraron el gran genio de ese novelista por antonomasia que fue el autor de La Cartuja de Parma.

Los dos reconocieron el talento singular de Stendhal para penetrar en y describir sin cortapisas la naturaleza psicológica de sus personajes, su ineluctable realidad interior, su entramado anímico y emocional, como bien escribió Freud, su “verdad existencial”. Sibarita y esteta redomado (el llamado “Síndrome Stendhal” proviene precisamente de su desbordado entusiasmo ante las grandes creaciones artísticas que le apasionaban), famosa es la contundente respuesta no menos profética de quien se sabía genial y distinto, y que tanto Zweig como Lampedusa citan en sus respectivos Tres poetas de sus vidas (donde el famoso biógrafo de Salzburgo se ocupa además de Casanova y Tolstói) y Stendhal, como signo distintivo de su personalidad: "Ya los leerán dentro de treinta años".

Lectores perspicaces ambos de Stendhal, Zweig y Lampedusa coinciden en su juicio categórico de que el también gran biógrafo francés y viajero (ahí está su delicioso Roma, Nápoles y Florencia), gran amante y sabedor de la cultura italiana como pocos, no fue sólo un escritor genial, sino además el “novelista decimonónico por antonomasia”, en un siglo de grandísimos narradores europeos, con una presencia nodal de la novela que en esa centuria tuvo uno de sus más maravillosos y prolíficos momentos. El citado El Gatopardo de Lampedusa tiene hondos débitos con el Stendhal de Rojo y negro y La Cartuja de Parma, y por supuesto con el de las Crónicas italianas, con el de Lucien Leuwen, e incluso, por qué no, con el de su primeriza Armancia y el de su autobiografía novelada Vida de Henry Brulard. El mismo Lampedusa fue un escritor ninguneado en su tiempo, exiliado interior, como lo había sido más de una centuria atrás el también singular y sabio cronista de Napoleón y de Rossini, dos personajes, según el propio Stendhal, tan equidistantes como cercanos. Ambos, Stendhal y Lampedusa, trascenderían con creces a su tiempo, convirtiéndose en escritores de culto.

Excluido del mundo literario de su época, Lampedusa moriría sin ver publicada su hoy célebre novela, víctima de miserables y ya olvidados detractores que incluso llegaron a difamarlo diciendo que había sido escrita por su madre. Sus muchos y apasionados lectores aseguran reconocer su espíritu en las calles de Palermo, deambulando por donde se encuentra la cafetería Mazzala a donde iba a releer absorto, entre otros y sobre todo, a su modélico Stendhal, en un rincón donde nadie lo molestara. Los dos refieren su cercanía con Balzac, generoso lector y defensor de su obra, al igual que Guy de Maupassant, más allá de sus notables diferencias.

Ambos nos ofrecen agudas observaciones y felices descubrimientos sobre el autor de otros no menos entrañables textos como su libro de memorias en París Recuerdos de egotismo y su compendio de agudas reflexiones Del amor, imprescindibles para entender mejor su personalidad y su poética. Ambos admiran la pureza y la sobriedad de su estilo, su genialidad para mantenerse en el tema, el agudo olfato de quien se atrevió a contravenir las modas vigentes y sólo respondió a voz interior.


Para conocer al hombre basta estudiarse a sí mismo;

para conocer a los hombres se precisa vivir en medio de ellos.

Stendhal


Así como en México obtusos editores rechazaron Cien años de soledad y García Márquez ya publicó entonces en Sudamericana de Argentina, más de un siglo atrás en Francia otros no menos ciegos lo habían hecho con las obras de Henri Beyle (mejor conocido como Stendhal) y tuvieron incluso la osadía de decirle que “nadie leería sus libros”. Otros dos grandes escritores como el austriaco Stefan Zweig y el italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el primero muy leído en su tiempo, y el segundo de más tardío reconocimiento a raíz de la maravillosa versión cinematográfica de Luchino Visconti de su novela El gatopardo, ambos admiraron el gran genio de ese novelista por antonomasia que fue el autor de La Cartuja de Parma.

Los dos reconocieron el talento singular de Stendhal para penetrar en y describir sin cortapisas la naturaleza psicológica de sus personajes, su ineluctable realidad interior, su entramado anímico y emocional, como bien escribió Freud, su “verdad existencial”. Sibarita y esteta redomado (el llamado “Síndrome Stendhal” proviene precisamente de su desbordado entusiasmo ante las grandes creaciones artísticas que le apasionaban), famosa es la contundente respuesta no menos profética de quien se sabía genial y distinto, y que tanto Zweig como Lampedusa citan en sus respectivos Tres poetas de sus vidas (donde el famoso biógrafo de Salzburgo se ocupa además de Casanova y Tolstói) y Stendhal, como signo distintivo de su personalidad: "Ya los leerán dentro de treinta años".

Lectores perspicaces ambos de Stendhal, Zweig y Lampedusa coinciden en su juicio categórico de que el también gran biógrafo francés y viajero (ahí está su delicioso Roma, Nápoles y Florencia), gran amante y sabedor de la cultura italiana como pocos, no fue sólo un escritor genial, sino además el “novelista decimonónico por antonomasia”, en un siglo de grandísimos narradores europeos, con una presencia nodal de la novela que en esa centuria tuvo uno de sus más maravillosos y prolíficos momentos. El citado El Gatopardo de Lampedusa tiene hondos débitos con el Stendhal de Rojo y negro y La Cartuja de Parma, y por supuesto con el de las Crónicas italianas, con el de Lucien Leuwen, e incluso, por qué no, con el de su primeriza Armancia y el de su autobiografía novelada Vida de Henry Brulard. El mismo Lampedusa fue un escritor ninguneado en su tiempo, exiliado interior, como lo había sido más de una centuria atrás el también singular y sabio cronista de Napoleón y de Rossini, dos personajes, según el propio Stendhal, tan equidistantes como cercanos. Ambos, Stendhal y Lampedusa, trascenderían con creces a su tiempo, convirtiéndose en escritores de culto.

Excluido del mundo literario de su época, Lampedusa moriría sin ver publicada su hoy célebre novela, víctima de miserables y ya olvidados detractores que incluso llegaron a difamarlo diciendo que había sido escrita por su madre. Sus muchos y apasionados lectores aseguran reconocer su espíritu en las calles de Palermo, deambulando por donde se encuentra la cafetería Mazzala a donde iba a releer absorto, entre otros y sobre todo, a su modélico Stendhal, en un rincón donde nadie lo molestara. Los dos refieren su cercanía con Balzac, generoso lector y defensor de su obra, al igual que Guy de Maupassant, más allá de sus notables diferencias.

Ambos nos ofrecen agudas observaciones y felices descubrimientos sobre el autor de otros no menos entrañables textos como su libro de memorias en París Recuerdos de egotismo y su compendio de agudas reflexiones Del amor, imprescindibles para entender mejor su personalidad y su poética. Ambos admiran la pureza y la sobriedad de su estilo, su genialidad para mantenerse en el tema, el agudo olfato de quien se atrevió a contravenir las modas vigentes y sólo respondió a voz interior.