/ martes 3 de mayo de 2022

Hacia una cultura de paz | ¿A quién creer que le creemos?

En México, constantemente estamos en estado de alerta y de vigilia en el que “si uno se duerme, se lo lleva la corriente”. Aunque hemos perdido la capacidad de asombro por habituarnos a la realidad que aqueja al país, nadie quedamos exento de ese estado: “No hay que dejar el sarape en casa, aunque esté el sol como brasa”. Si se es mujer, salir de la casa representa un gran riesgo, con una alta probabilidad de no regresar a salvo. Más confiable es hacerle caso a la intuición, al horóscopo, a la carta astral, al tarot o a la vidente para tomar la decisión de salir o no, que a las acciones de aquellos que, en teoría, salvaguardan nuestra integridad. Decía Umberto Eco: “Es evidente que la gente no quiere saber, sino satisfacer la necesidad de creer, aunque crean cosas evidentemente equivocadas”. El anhelo por saber y tener certeza se acrecenta y la pregunta es ¿a quién creer que le creemos, a la vidente o al político? Sin dudarlo, varios elegirían la primera opción.

El circo del gobierno ha disfrazado la pobreza, las desigualdades y la creciente violencia con elegantes máscaras teatrales de fiscales, jueces y magistrados. Peor aún, las ha invisibilizado con ingeniosos trucos y malabares, elaborados por los magos en el poder. “Abracadabra, patas de lagarto, en México ya no hay corrupción, pobreza y las mujeres mueren por culpa de los neoliberales”, dice el hechicero mayor. Vivimos en un mundo abstracto entre lo visible e invisible, tangible y etéreo que nos hace perdernos de la realidad.


Incontables veces se ha escrito que México es el país surrealista por excelencia, lleno de contradicciones, de hechos y falacias imposibles de comprender. André Breton, padre del surrealismo, fue uno de los que llegó a esta conclusión en 1938; el mismo Dalí, dijo que este país era más surrealista que sus pinturas. Afamados autores mexicanos y latinoamericanos de la corriente del “realismo mágico” (nombrado así por críticos extranjeros) describían una realidad fantástica, alterada, difícil de explicar y ubicada en contextos sociales de pobreza y marginación. Estos escritores defendían que no era mágico lo que narraban, sino la realidad que se vivía constantemente.

Decir que nuestro país es el más surrealista del mundo, no es motivo de orgullo; más bien de espanto. Es complicado cambiar el clímax de la novela trágica en la que vivimos, pero con esfuerzo, encontraremos nuevas formas y estilos de sentir, ver y escuchar, donde la incredulidad desaparezca y distingamos la ficción de la realidad. Dicha magia puede ser un nombre apropiado para lo que buscamos.


En México, constantemente estamos en estado de alerta y de vigilia en el que “si uno se duerme, se lo lleva la corriente”. Aunque hemos perdido la capacidad de asombro por habituarnos a la realidad que aqueja al país, nadie quedamos exento de ese estado: “No hay que dejar el sarape en casa, aunque esté el sol como brasa”. Si se es mujer, salir de la casa representa un gran riesgo, con una alta probabilidad de no regresar a salvo. Más confiable es hacerle caso a la intuición, al horóscopo, a la carta astral, al tarot o a la vidente para tomar la decisión de salir o no, que a las acciones de aquellos que, en teoría, salvaguardan nuestra integridad. Decía Umberto Eco: “Es evidente que la gente no quiere saber, sino satisfacer la necesidad de creer, aunque crean cosas evidentemente equivocadas”. El anhelo por saber y tener certeza se acrecenta y la pregunta es ¿a quién creer que le creemos, a la vidente o al político? Sin dudarlo, varios elegirían la primera opción.

El circo del gobierno ha disfrazado la pobreza, las desigualdades y la creciente violencia con elegantes máscaras teatrales de fiscales, jueces y magistrados. Peor aún, las ha invisibilizado con ingeniosos trucos y malabares, elaborados por los magos en el poder. “Abracadabra, patas de lagarto, en México ya no hay corrupción, pobreza y las mujeres mueren por culpa de los neoliberales”, dice el hechicero mayor. Vivimos en un mundo abstracto entre lo visible e invisible, tangible y etéreo que nos hace perdernos de la realidad.


Incontables veces se ha escrito que México es el país surrealista por excelencia, lleno de contradicciones, de hechos y falacias imposibles de comprender. André Breton, padre del surrealismo, fue uno de los que llegó a esta conclusión en 1938; el mismo Dalí, dijo que este país era más surrealista que sus pinturas. Afamados autores mexicanos y latinoamericanos de la corriente del “realismo mágico” (nombrado así por críticos extranjeros) describían una realidad fantástica, alterada, difícil de explicar y ubicada en contextos sociales de pobreza y marginación. Estos escritores defendían que no era mágico lo que narraban, sino la realidad que se vivía constantemente.

Decir que nuestro país es el más surrealista del mundo, no es motivo de orgullo; más bien de espanto. Es complicado cambiar el clímax de la novela trágica en la que vivimos, pero con esfuerzo, encontraremos nuevas formas y estilos de sentir, ver y escuchar, donde la incredulidad desaparezca y distingamos la ficción de la realidad. Dicha magia puede ser un nombre apropiado para lo que buscamos.