/ viernes 10 de diciembre de 2021

¿Protegemos del Covid a nuestros países o vacunamos a África?

El mundo tiene un reto descomunal frente a la pandemia en la que vivimos, un reto que hemos visto más cerca con el nacimiento de la nueva variante Ómicron. Países como España, con prácticamente un 80% de su población completamente vacunada, se hace fuerte contra el virus, y ve cómo los ingresos en hospitales y las muertes por esa causa disminuyen. México, con más del 51% de su población con las pautas de vacunación completas, sigue teniendo dificultades serias. Pero en todo el continente africano la vacuna sólo ha llegado al 7% de su población, convirtiéndose en un perfecto caldo de cultivo para la aparición de nuevas variantes, sobre las que no sabemos casi nada todavía.

La situación en África se debe a varios factores: al acaparamiento de vacunas por parte de los países del norte del mundo, como concepto político, de los llamados países ricos; a la desconfianza en las vacunas, ignorancia que se está cobrando vidas sin parar; y a la dificultad de los métodos de conservación de algunas de ellas, que, si en todo el mundo ha sido una barrera difícil de superar, en África se ha hecho imposible.

La Organización Mundial de la Salud afirmaba hace pocos días, en palabras de su director general: “Hace un año, cuando comenzamos a ver que algunos países llegaban a acuerdos bilaterales con los fabricantes, advertimos de que los más pobres y vulnerables serían pisoteados en esta estampida mundial por las vacunas. Y eso es exactamente lo que ha sucedido, pero no podemos acabar con esta pandemia si no solucionamos la crisis de las vacunas ”.

Hay que recordar que las enfermedades que llevan azotando décadas a África le han importado muy poco al resto de continentes, especialmente a los más ricos; los millones de muertos que han producido han pasado, y siguen pasando, casi inadvertidos para el resto del planeta. Según el informe de Ayuda en Acción “Las enfermedades más importantes en África”, el VIH-Sida, las enfermedades respiratorias de vías bajas, la diarrea, la malaria, la meningitis, la tuberculosis, el sarampión, la sífilis, la encefalitis, el dengue, la tripanosomiasis y la hepatitis B, son las que causan más muertes cada año, millones.

El Covid-19 nos afecta a todos, esto debería hacer que la preocupación por vacunar al continente africano fuese de primer orden y generase una respuesta en los países ricos estructurada, eficiente y contundente al respecto; una respuesta que no llegó ante otras enfermedades por la desvergüenza de los países ricos. Pero ni así, de momento se está pensando en generar fortalezas vacunadas en Europa, América, Asia y Oceanía, dejando a su suerte a África.

No sabemos qué hará falta para frenar la variante Ómicron, pero es prácticamente seguro que o se fortalece a la población africana contra el virus, o será un tremendo caldo de cultivo para nuevas variantes. La ética y la cooperación deberían ser motivos suficientes para apoyar ese fortalecimiento, pero quizá el egoísmo sea un motor, aunque de momento tampoco ha dado fruto alguno.




El mundo tiene un reto descomunal frente a la pandemia en la que vivimos, un reto que hemos visto más cerca con el nacimiento de la nueva variante Ómicron. Países como España, con prácticamente un 80% de su población completamente vacunada, se hace fuerte contra el virus, y ve cómo los ingresos en hospitales y las muertes por esa causa disminuyen. México, con más del 51% de su población con las pautas de vacunación completas, sigue teniendo dificultades serias. Pero en todo el continente africano la vacuna sólo ha llegado al 7% de su población, convirtiéndose en un perfecto caldo de cultivo para la aparición de nuevas variantes, sobre las que no sabemos casi nada todavía.

La situación en África se debe a varios factores: al acaparamiento de vacunas por parte de los países del norte del mundo, como concepto político, de los llamados países ricos; a la desconfianza en las vacunas, ignorancia que se está cobrando vidas sin parar; y a la dificultad de los métodos de conservación de algunas de ellas, que, si en todo el mundo ha sido una barrera difícil de superar, en África se ha hecho imposible.

La Organización Mundial de la Salud afirmaba hace pocos días, en palabras de su director general: “Hace un año, cuando comenzamos a ver que algunos países llegaban a acuerdos bilaterales con los fabricantes, advertimos de que los más pobres y vulnerables serían pisoteados en esta estampida mundial por las vacunas. Y eso es exactamente lo que ha sucedido, pero no podemos acabar con esta pandemia si no solucionamos la crisis de las vacunas ”.

Hay que recordar que las enfermedades que llevan azotando décadas a África le han importado muy poco al resto de continentes, especialmente a los más ricos; los millones de muertos que han producido han pasado, y siguen pasando, casi inadvertidos para el resto del planeta. Según el informe de Ayuda en Acción “Las enfermedades más importantes en África”, el VIH-Sida, las enfermedades respiratorias de vías bajas, la diarrea, la malaria, la meningitis, la tuberculosis, el sarampión, la sífilis, la encefalitis, el dengue, la tripanosomiasis y la hepatitis B, son las que causan más muertes cada año, millones.

El Covid-19 nos afecta a todos, esto debería hacer que la preocupación por vacunar al continente africano fuese de primer orden y generase una respuesta en los países ricos estructurada, eficiente y contundente al respecto; una respuesta que no llegó ante otras enfermedades por la desvergüenza de los países ricos. Pero ni así, de momento se está pensando en generar fortalezas vacunadas en Europa, América, Asia y Oceanía, dejando a su suerte a África.

No sabemos qué hará falta para frenar la variante Ómicron, pero es prácticamente seguro que o se fortalece a la población africana contra el virus, o será un tremendo caldo de cultivo para nuevas variantes. La ética y la cooperación deberían ser motivos suficientes para apoyar ese fortalecimiento, pero quizá el egoísmo sea un motor, aunque de momento tampoco ha dado fruto alguno.