/ jueves 2 de diciembre de 2021

Punto y aparte | La mejor paella

En memoria de doña Meche

La semana pasada los ángeles se amotinaron en el cielo queriendo hablar con San Pedro y con una sólida petición: añadir a su menú alimenticio el español platillo llamado “paella”; San Pedro, coordinador general de todo lo que acontece por esos bellos lugares, llevó la angelical solicitud con el mero mero, con el que todo lo puede, a lo que bondadosamente le contestó: “Está bien, me parece justa su petición, pero no sólo les voy a conceder comer paella, sino que van a comer la mejor paella del mundo, y para esto llamaré a mi lado a doña Meche, nadie como ella en esto de la cocina, además ya se las presté por casi nueve décadas, preparemos su viaje celestial”. Desde el martes 23 de noviembre de 2021, las nubes, las estrellas, el sol y la luna huelen a arroz con azafrán y mariscos.


Cuando algún amigo o familiar parte de este mundo terrenal existe pena en nuestro ser, pero cuando quien se va es la madre el sentir es diferente, la mezcla de dolor y tristeza junto con el entendimiento de que se encuentra en un mejor lugar es algo imposible de explicar, amor, le dicen los que saben.


No sé si exista la resignación completa cuando la progenitora deja de estar físicamente entre nosotros, presupongo que sí, en esas ando, pero también creo firmemente que las personas mueren hasta que uno deja de pensar en ellas, los recuerdos de los bellos momentos que pasamos a su lado permanecen en nuestra mente y nuestro corazón y aquí es donde siguen y seguirán viviendo hasta llegado el momento de también emprender el camino.


“La española cuando besa es que besa de verdad…” canta la alegre letra de Los Churumbeles; el último beso de mi madre quedó sellado para siempre y junto con él todo el cariño de su ser, su último beso llevó implícito todo el respeto y la honestidad que me enseñó en su crianza y el recibirlo me dejó un pacto tácito de tratar de hacer bien lo que nos corresponda, así, como lo hizo ella.


Quien muere no necesariamente está legitimando que vivió. La vida disminuye su sentido si no se lleva con rectitud; la vida se ve coloreada, hermosa y venturosa cuando lleva consigo el amor por los demás, es entonces cuando se puede confirmar que la vida de tal persona valió la pena y en este aspecto la autora de mis días cumplió cabalmente; el único verbo que permanecía en su corazón y en sus acciones era el de “dar”, dio en demasía, le dio a su familia, a sus vecinos, a la Cruz Roja, a propios y a extraños. Nunca pudo ver a alguien con hambre porque inmediatamente le daba algún bocado, seguramente recordando sus carencias en esa infancia que tuvo en el escenario de una guerra civil que la hizo sensible ante las injusticias.


Hoy mi madre ya no está conmigo físicamente, pero irónicamente está más presente que nunca, sus casi nueve décadas de vida son el mejor ejemplo de una existencia digna de ser homenajeada, cada quien lo puede hacer a su manera y cuando quiera, yo lo haré siempre. Adiós mamá, nos vemos después.


aruedam@hotmail.com



En memoria de doña Meche

La semana pasada los ángeles se amotinaron en el cielo queriendo hablar con San Pedro y con una sólida petición: añadir a su menú alimenticio el español platillo llamado “paella”; San Pedro, coordinador general de todo lo que acontece por esos bellos lugares, llevó la angelical solicitud con el mero mero, con el que todo lo puede, a lo que bondadosamente le contestó: “Está bien, me parece justa su petición, pero no sólo les voy a conceder comer paella, sino que van a comer la mejor paella del mundo, y para esto llamaré a mi lado a doña Meche, nadie como ella en esto de la cocina, además ya se las presté por casi nueve décadas, preparemos su viaje celestial”. Desde el martes 23 de noviembre de 2021, las nubes, las estrellas, el sol y la luna huelen a arroz con azafrán y mariscos.


Cuando algún amigo o familiar parte de este mundo terrenal existe pena en nuestro ser, pero cuando quien se va es la madre el sentir es diferente, la mezcla de dolor y tristeza junto con el entendimiento de que se encuentra en un mejor lugar es algo imposible de explicar, amor, le dicen los que saben.


No sé si exista la resignación completa cuando la progenitora deja de estar físicamente entre nosotros, presupongo que sí, en esas ando, pero también creo firmemente que las personas mueren hasta que uno deja de pensar en ellas, los recuerdos de los bellos momentos que pasamos a su lado permanecen en nuestra mente y nuestro corazón y aquí es donde siguen y seguirán viviendo hasta llegado el momento de también emprender el camino.


“La española cuando besa es que besa de verdad…” canta la alegre letra de Los Churumbeles; el último beso de mi madre quedó sellado para siempre y junto con él todo el cariño de su ser, su último beso llevó implícito todo el respeto y la honestidad que me enseñó en su crianza y el recibirlo me dejó un pacto tácito de tratar de hacer bien lo que nos corresponda, así, como lo hizo ella.


Quien muere no necesariamente está legitimando que vivió. La vida disminuye su sentido si no se lleva con rectitud; la vida se ve coloreada, hermosa y venturosa cuando lleva consigo el amor por los demás, es entonces cuando se puede confirmar que la vida de tal persona valió la pena y en este aspecto la autora de mis días cumplió cabalmente; el único verbo que permanecía en su corazón y en sus acciones era el de “dar”, dio en demasía, le dio a su familia, a sus vecinos, a la Cruz Roja, a propios y a extraños. Nunca pudo ver a alguien con hambre porque inmediatamente le daba algún bocado, seguramente recordando sus carencias en esa infancia que tuvo en el escenario de una guerra civil que la hizo sensible ante las injusticias.


Hoy mi madre ya no está conmigo físicamente, pero irónicamente está más presente que nunca, sus casi nueve décadas de vida son el mejor ejemplo de una existencia digna de ser homenajeada, cada quien lo puede hacer a su manera y cuando quiera, yo lo haré siempre. Adiós mamá, nos vemos después.


aruedam@hotmail.com