/ lunes 11 de noviembre de 2019

Abrazos, no balazos

El problema que tiene el país es que los ciudadanos recibimos los balazos por parte de los criminales, mientras que ellos reciben los abrazos.

Aunque tengamos amenazas de la 4T con cárcel si nos defendemos ante la ola de agresiones, crímenes, secuestros, robos y asesinatos, debemos hacerlo sin que esto signifique hacer justicia por mano propia, por la defensa de nuestras vidas, de nuestras familias o de nuestra propiedad. Los maleantes no son perseguidos, haciendo honor a la promesa del presidente.

El ciudadano entonces tiene que tomar la decisión de qué es preferible, si dejar a los maleantes que hagan de nosotros lo que se les pegue en gana, inclusive matarnos, o si debemos defendernos. Debemos decidir si ser sepultados y con suerte llorados, o si ir a prisión. La decisión no es difícil.

El mandato divino "No matarás" significa que nadie puede matar sin motivo y sin razón alguna. Sin embargo, existen circunstancias en las que hay justificación.

Rehuir a la defensa propia puede ser cobardía ante la injusticia. El creyente obra con rectitud cuando comprende que la paz es el ideal del hombre; pero esta paz debe ser obra de la justicia, la cual es obvio que aquí ya no existe. Un pacifismo conformista con la injusticia no es cristiano. El buen cristiano no puede desinteresarse del bien común de la sociedad, ni mucho menos del bien de su familia y de su persona.
En defensa propia se puede matar cuando alguien quiere matarnos injustamente, o hacernos un daño muy grave en nuestros bienes, equivalente a la vida, e inclusive ante la violación sexual, si no hay otro modo eficaz de defenderse.
No es necesario esperar a que fulano o fulana nos ataquen. Basta que nos conste que tiene un propósito decidido de matarnos y sólo están esperando el momento oportuno para hacerlo; y no hay otro modo de salvar la vida que adelantarse y atacar primero. Esto, en el terreno moral. Lo que se permite en defensa propia se autoriza igualmente en pro del prójimo injustamente atacado. La caridad fraterna puede obligar a esto, pero no a exponer la propia vida, a no ser que se trate de parientes cercanos o esté uno obligado por profesión o contrato, como es el caso de miembros de las fuerzas armadas, vigilantes o policías.
Éstas son las condiciones para que pueda hablarse de legítima defensa, según Salvador de Madariaga ya fallecido, conocido intelectual y escritor internacional: “Debe tratarse de un mal muy grave, cuál es, por ejemplo, el peligro de la propia vida, la mutilación o heridas graves, la violación sexual, el riesgo de la libertad personal (secuestro), la pérdida de bienes de fortuna desmedidos, etc. Que sea un caso de verdadera agresión física. Que se trate de un daño injusto. Para defenderse no hace falta que el agresor lo haga de modo voluntario y consciente, por eso es lícito contra un borracho, un drogado o un loco....”

El problema que tiene el país es que los ciudadanos recibimos los balazos por parte de los criminales, mientras que ellos reciben los abrazos.

Aunque tengamos amenazas de la 4T con cárcel si nos defendemos ante la ola de agresiones, crímenes, secuestros, robos y asesinatos, debemos hacerlo sin que esto signifique hacer justicia por mano propia, por la defensa de nuestras vidas, de nuestras familias o de nuestra propiedad. Los maleantes no son perseguidos, haciendo honor a la promesa del presidente.

El ciudadano entonces tiene que tomar la decisión de qué es preferible, si dejar a los maleantes que hagan de nosotros lo que se les pegue en gana, inclusive matarnos, o si debemos defendernos. Debemos decidir si ser sepultados y con suerte llorados, o si ir a prisión. La decisión no es difícil.

El mandato divino "No matarás" significa que nadie puede matar sin motivo y sin razón alguna. Sin embargo, existen circunstancias en las que hay justificación.

Rehuir a la defensa propia puede ser cobardía ante la injusticia. El creyente obra con rectitud cuando comprende que la paz es el ideal del hombre; pero esta paz debe ser obra de la justicia, la cual es obvio que aquí ya no existe. Un pacifismo conformista con la injusticia no es cristiano. El buen cristiano no puede desinteresarse del bien común de la sociedad, ni mucho menos del bien de su familia y de su persona.
En defensa propia se puede matar cuando alguien quiere matarnos injustamente, o hacernos un daño muy grave en nuestros bienes, equivalente a la vida, e inclusive ante la violación sexual, si no hay otro modo eficaz de defenderse.
No es necesario esperar a que fulano o fulana nos ataquen. Basta que nos conste que tiene un propósito decidido de matarnos y sólo están esperando el momento oportuno para hacerlo; y no hay otro modo de salvar la vida que adelantarse y atacar primero. Esto, en el terreno moral. Lo que se permite en defensa propia se autoriza igualmente en pro del prójimo injustamente atacado. La caridad fraterna puede obligar a esto, pero no a exponer la propia vida, a no ser que se trate de parientes cercanos o esté uno obligado por profesión o contrato, como es el caso de miembros de las fuerzas armadas, vigilantes o policías.
Éstas son las condiciones para que pueda hablarse de legítima defensa, según Salvador de Madariaga ya fallecido, conocido intelectual y escritor internacional: “Debe tratarse de un mal muy grave, cuál es, por ejemplo, el peligro de la propia vida, la mutilación o heridas graves, la violación sexual, el riesgo de la libertad personal (secuestro), la pérdida de bienes de fortuna desmedidos, etc. Que sea un caso de verdadera agresión física. Que se trate de un daño injusto. Para defenderse no hace falta que el agresor lo haga de modo voluntario y consciente, por eso es lícito contra un borracho, un drogado o un loco....”