/ martes 12 de diciembre de 2023

El evento guadalupano

Del Evento Guadalupano (EG) se puede decir muchas cosas, como que Zumárraga no era obispo y que nadie encuentra su testimonio y el de otros contemporáneos, que existía una iglesia más cercana para Juan Diego, que las imágenes milagrosas eran cosa de todos los días o que las adiciones a la tilma eran más una manipulación, que una evangelización simbólica. Todos son motivos suficientes para muchos, pero irrelevantes para lo que, en esencia, no tiene explicación y ha intrigado, por tradición, a la buena lógica admisible de quienes han estudiado el tejido y su historia.


Según mi opinión, tres puntos distinguen al EG de otras “anomalías históricas”: Las imágenes de personas que han sido descubiertas por digitalización en los ojos de María, los pigmentos orgánicos que debieron desaparecer junto al retrato original y que, ordinariamente, son transparentes a los rayos infrarrojos, y a la coincidencia, casi milagrosa, entre el mensaje evangelizador del EG y la cosmovisión indígena (fecha de la aparición y el Fuego nuevo, fundación de un templo como símbolo de la reconstrucción de una nación o las estrellas del manto alineadas con la fecha del EG).


Para unos, la frase “Non fecit taliter omni nationi” (No hizo nada igual con ninguna otra nación) del salmo 147:20, sólo puede aplicarse al pueblo de Israel con excepción de México. Para otros, el Diablo no ha hecho nada igual para engañar a la humanidad, y probablemente, nunca lo vuelva a hacer, aunque quisiera. Pero es innegable para cualquiera que el mensaje trascendental del evento y el lienzo se encuentra sumergido en una arquitectura hispanogótica de encantadores añadidos, donde los defectos del material resaltan la belleza del diseño, y que éste insiste en su maternidad.


La imagen original del ayate, científicamente interpretada, incluye su rostro, manos, túnica, manto y pie. No están descascaradas. Tanto el pigmento y el relieve de la estampa se funden a distancia, lo que humanamente, no es posible. Según los cánones del Renacimiento, un artista no hubiera realizado un retrato sin esbozarlo al carbón y sin capas protectoras inferiores y superiores. Eso hace que lo añadido pueda traspasar. Esto es lo que muestra el análisis con técnicas de fotografía infrarroja, sin las cuales, ningún estudio científico ni restauración pictórica se considerarían completos.


Religiosamente interpretada, la imagen nos dice que las palabras de los santos no nos estorban, sino que nos encaminan, y que lo divino se muestra en lo humano y lo humano en lo divino. El santo, tarde o temprano, te dice que no puedes ser un dios y que Dios jamás se olvida de la humanidad vulnerable. Si Dios se hizo hombre, aquí una madre se hizo india. Chesterton ilustra mejor estas paradojas: “los creyentes aceptan el milagro (con o sin razón) porque a ello les obligan las evidencias. Los incrédulos lo niegan (con o sin razón) porque a ello los obliga la doctrina en que creen”.


Del Evento Guadalupano (EG) se puede decir muchas cosas, como que Zumárraga no era obispo y que nadie encuentra su testimonio y el de otros contemporáneos, que existía una iglesia más cercana para Juan Diego, que las imágenes milagrosas eran cosa de todos los días o que las adiciones a la tilma eran más una manipulación, que una evangelización simbólica. Todos son motivos suficientes para muchos, pero irrelevantes para lo que, en esencia, no tiene explicación y ha intrigado, por tradición, a la buena lógica admisible de quienes han estudiado el tejido y su historia.


Según mi opinión, tres puntos distinguen al EG de otras “anomalías históricas”: Las imágenes de personas que han sido descubiertas por digitalización en los ojos de María, los pigmentos orgánicos que debieron desaparecer junto al retrato original y que, ordinariamente, son transparentes a los rayos infrarrojos, y a la coincidencia, casi milagrosa, entre el mensaje evangelizador del EG y la cosmovisión indígena (fecha de la aparición y el Fuego nuevo, fundación de un templo como símbolo de la reconstrucción de una nación o las estrellas del manto alineadas con la fecha del EG).


Para unos, la frase “Non fecit taliter omni nationi” (No hizo nada igual con ninguna otra nación) del salmo 147:20, sólo puede aplicarse al pueblo de Israel con excepción de México. Para otros, el Diablo no ha hecho nada igual para engañar a la humanidad, y probablemente, nunca lo vuelva a hacer, aunque quisiera. Pero es innegable para cualquiera que el mensaje trascendental del evento y el lienzo se encuentra sumergido en una arquitectura hispanogótica de encantadores añadidos, donde los defectos del material resaltan la belleza del diseño, y que éste insiste en su maternidad.


La imagen original del ayate, científicamente interpretada, incluye su rostro, manos, túnica, manto y pie. No están descascaradas. Tanto el pigmento y el relieve de la estampa se funden a distancia, lo que humanamente, no es posible. Según los cánones del Renacimiento, un artista no hubiera realizado un retrato sin esbozarlo al carbón y sin capas protectoras inferiores y superiores. Eso hace que lo añadido pueda traspasar. Esto es lo que muestra el análisis con técnicas de fotografía infrarroja, sin las cuales, ningún estudio científico ni restauración pictórica se considerarían completos.


Religiosamente interpretada, la imagen nos dice que las palabras de los santos no nos estorban, sino que nos encaminan, y que lo divino se muestra en lo humano y lo humano en lo divino. El santo, tarde o temprano, te dice que no puedes ser un dios y que Dios jamás se olvida de la humanidad vulnerable. Si Dios se hizo hombre, aquí una madre se hizo india. Chesterton ilustra mejor estas paradojas: “los creyentes aceptan el milagro (con o sin razón) porque a ello les obligan las evidencias. Los incrédulos lo niegan (con o sin razón) porque a ello los obliga la doctrina en que creen”.