/ martes 9 de enero de 2024

Más ingresos, menos pobreza

La globalización es una amenaza para los que quieren más poder estatal por medio de la democracia. El comercio dispersa los centros de poder y hace menos interesante una guerra en Ucrania. El economista Amartya Sen ha dicho, con razón, que la hambruna nunca se ha dado en el ámbito de la democracia. El sistema dictatorial es lo que causa el hambre, porque destruye la producción y el comercio en su búsqueda de centralizar millones de decisiones descentralizadas, que sin libertad, dejarían de actuar y experimentar distintas soluciones. La libertad económica reduce la corrupción.


La libertad y la igualdad ante la ley son el mejor entorno para la creatividad humana y se necesitan cada vez más por los dolorosos efectos de la centralización. Si bien, los ricos son cada vez más ricos, la verdad es que los pobres son cada vez menos pobres. La redistribución de los ingresos ha probado ser más eficaz con el crecimiento económico que con los impuestos. Al 2001, según Johan Norberg, la pobreza se ha reducido más en 50 años a nivel mundial que en los últimos 500 años anteriores y para el 2018 se tenía la tasa más baja de pobreza mundial de que hubiera registro.


Pero a pesar de estos innegables avances en pobreza, sigue siendo persistentemente elevada en los países de ingreso bajo y aquellos afectados por conflictos políticos. En un ambiente de libertad el individuo ofrece más de lo que se le pide, pero en un entorno de explotación produce menos de lo que se espera. Ningún país que haya crecido con niveles estables ha dejado de abrir sus mercados. El capitalismo implica la voluntariedad de las personas, que es la falta de presión externa, y puede que el crecimiento que produce no baste, pero se necesita para el bienestar de todos.


En los países económicamente más liberales, la población es casi 10 veces más rica que los menos liberales. Deng Xiaoping tenía que elegir entre distribuir pobreza franciscana o prosperidad conservadora, y en 1978 decidió pasar de la colectivización a arrendar los terrenos cultivables del Estado lo que, con toda la probabilidad, se trató de la mayor privatización de la historia, lo que llevó a aumentar los excedentes agrícolas de China. Moraleja de John Stuart Mill: no hay que castigar lo que más favorece la economía de una sociedad: el ahorro, la inversión y el trabajo.


El único proteccionismo de Estado que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) debe apoyar para el éxito económico del país, será aquel que defienda la propiedad privada con un cuerpo normativo, que promueva la libre competencia y que fortalezca la educación privada y pública. Sólo así, hará posible que la política comercial exponga a las empresas nacionales a las mejores ideas, se aprovechen nuevas tecnologías y se contrate la mejor mano de obra extranjera. Somos los individuos, y no el Estado, los que consumimos. Este es el comercio que, de verdad, es justo.


Por donde se mire, el comercio y la inversión de las fuerzas productivas siempre serán mejor y aportarán más dinero para combatir la pobreza de modo sustentable que los 4000 millones de dólares que AMLO esperaba de Estados Unidos para repartir en Centroamérica y el sur de México, que sólo fortalecerían las estructuras y los poderes centralizadores, o que los depósitos que esperan recibir los beneficiarios de la maquinaria electoral a costa del endeudamiento o el trabajo de los aspiracionistas.


La globalización es una amenaza para los que quieren más poder estatal por medio de la democracia. El comercio dispersa los centros de poder y hace menos interesante una guerra en Ucrania. El economista Amartya Sen ha dicho, con razón, que la hambruna nunca se ha dado en el ámbito de la democracia. El sistema dictatorial es lo que causa el hambre, porque destruye la producción y el comercio en su búsqueda de centralizar millones de decisiones descentralizadas, que sin libertad, dejarían de actuar y experimentar distintas soluciones. La libertad económica reduce la corrupción.


La libertad y la igualdad ante la ley son el mejor entorno para la creatividad humana y se necesitan cada vez más por los dolorosos efectos de la centralización. Si bien, los ricos son cada vez más ricos, la verdad es que los pobres son cada vez menos pobres. La redistribución de los ingresos ha probado ser más eficaz con el crecimiento económico que con los impuestos. Al 2001, según Johan Norberg, la pobreza se ha reducido más en 50 años a nivel mundial que en los últimos 500 años anteriores y para el 2018 se tenía la tasa más baja de pobreza mundial de que hubiera registro.


Pero a pesar de estos innegables avances en pobreza, sigue siendo persistentemente elevada en los países de ingreso bajo y aquellos afectados por conflictos políticos. En un ambiente de libertad el individuo ofrece más de lo que se le pide, pero en un entorno de explotación produce menos de lo que se espera. Ningún país que haya crecido con niveles estables ha dejado de abrir sus mercados. El capitalismo implica la voluntariedad de las personas, que es la falta de presión externa, y puede que el crecimiento que produce no baste, pero se necesita para el bienestar de todos.


En los países económicamente más liberales, la población es casi 10 veces más rica que los menos liberales. Deng Xiaoping tenía que elegir entre distribuir pobreza franciscana o prosperidad conservadora, y en 1978 decidió pasar de la colectivización a arrendar los terrenos cultivables del Estado lo que, con toda la probabilidad, se trató de la mayor privatización de la historia, lo que llevó a aumentar los excedentes agrícolas de China. Moraleja de John Stuart Mill: no hay que castigar lo que más favorece la economía de una sociedad: el ahorro, la inversión y el trabajo.


El único proteccionismo de Estado que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) debe apoyar para el éxito económico del país, será aquel que defienda la propiedad privada con un cuerpo normativo, que promueva la libre competencia y que fortalezca la educación privada y pública. Sólo así, hará posible que la política comercial exponga a las empresas nacionales a las mejores ideas, se aprovechen nuevas tecnologías y se contrate la mejor mano de obra extranjera. Somos los individuos, y no el Estado, los que consumimos. Este es el comercio que, de verdad, es justo.


Por donde se mire, el comercio y la inversión de las fuerzas productivas siempre serán mejor y aportarán más dinero para combatir la pobreza de modo sustentable que los 4000 millones de dólares que AMLO esperaba de Estados Unidos para repartir en Centroamérica y el sur de México, que sólo fortalecerían las estructuras y los poderes centralizadores, o que los depósitos que esperan recibir los beneficiarios de la maquinaria electoral a costa del endeudamiento o el trabajo de los aspiracionistas.