/ domingo 24 de marzo de 2024

Eventos: Sangriento ataque villista a la ciudad de Chihuahua en 1913 (El plan)   

Por: Óscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com


Los acontecimientos que se presentaban a nivel nacional sobre levantamientos armados, tenían a la población con los nervios de punta y con el “Jesús en la boca”, más aún, cuando el estado de Chihuahua había sido uno de los precursores de la Revolución Mexicana. Por ello, nos adentraremos hasta lo más profundo de lo que significó que Francisco Villa, el llamado “Centauro del Norte”, quisiera tomar la capital del estado el 5 de noviembre de 1913. Las noticias que llegaban a los chihuahuenses en el periódico “El Correo de Chihuahua” del periodista Silvestre Terrazas, anunciaban la gran cantidad de muertos que estaban repartidos por donde quiera, por tal motivo, los niños no deberían de enterarse de las tragedias humanas que estaban sucediendo en el país, y menos, deberían salir a la calle, porque el “chamuco” andaba suelto, la maldición del cielo había caído con toda su intensidad.

Se rumoraba que Pancho Villa, temido y odiado por unos y adorado por otros, tenía intenciones de atacar Chihuahua; se corría a voces el acontecimiento y por supuesto, la mayor parte de la gente empezó a temblar, porque sabían que, a la llegada del Centauro traería muchos muertos y desgracias, más aún, de las que ya existían. Algunos decían que ya estaba cerca de la ciudad, otros mejor informados expresaban que llegaría para el 6 de noviembre. Todos percibían el cielo con un color gris, y el viento soplaba fuerte proveniente del suroeste con un “chiflido” que aterrorizaba a cualquiera, hasta el murmullo de las alamedas emitían un sonido de muerte. La gente estaba muy apurada guardando sus gallinas, puercos, caballos y vaquitas, porque las balas caerían como lluvia y la posibilidad de un ataque con cañones podría arrasar a toda la ciudad, y matar a todo lo que se cruzara en el camino; se escuchaban los llantos de los niños que, sin tener muy en claro la situación, eran obligados a esconderse debajo de las camas o en los sótanos de las casas. Las calles empezaron a quedar desiertas.

Federales y orozquistas vigilando desde los cerros de la ciudad de Chihuahua la llegada de Pancho Villa, estacionado en el rancho de Ávalos, al sur de la capital.

Mientras eso sucedía en la pequeña población de Chihuahua, en las alturas del cerro Santa Rosa se encontraba un destacamento de militares federales, cuyos comandantes con sus antiguos telémetros vigilaban hacía el lado sur, pues se presumía que Francisco Villa estaba en la inmediaciones de Santa Rosalía y que, se trasladaría hasta la estación Horcasitas, según algunos informes que habían sido enviados por espías, los cuales indicaban, que varios vagones de ferrocarril se aproximaban a la citada población provenientes de Torreón, pues estas tropas eran las triunfadoras del ataque de aquella ciudad.

Villa por su parte, estacionado en Santa Rosalía en compañía de sus generales, discutía sobre la factibilidad de atacar la capital: “Mire mi General Villa, podemos fracasar al querer tomar Chihuahua, pues esta no es igual que Torreón, ya que en ella, tres cuartas partes del enemigo son fuerzas federales, bisoñas y mal avenidas con la lucha…En cambio en Chihuahua, las tres cuartas partes son soldados de Orozco, bravos y aguerridos como nuestra propia gente…En Torreón, al tomar los cerros de la Pila y la Cruz, la ciudad quedaba a merced de cualquier invasor, en cambio Chihuahua, no. En ella, no se toma, sí no se sitia, salvo que el enemigo salga a pelear y la verdad es que nosotros no traemos bastantes hombres para ese cerco, ni municiones con que apoyarlo”. En Santa Rosalía se incorporaría a las filas Rosalío Hernández con la brigada de los “Leales de Camargo” y el general Manuel Chao.

Ante el nerviosismo que existía por el posible ataque a Chihuahua, uno de los generales de nombre Yuriar se le quiso poner a “las patadas” al Centauro, por lo que este último lo calló y de inmediato lo mandó “quebrar”. En los cuarteles militares, se anunciaba que estuvieran alertas, pues Villa estaba empecinado a conquistar Chihuahua y los federales a defenderla con todo valor y patriotismo, junto a la férrea gente de Pascual Orozco. Fue así que las guarniciones estaban con las armas empuñadas, colocadas en puntos estratégicos, principalmente en las cimas de los cerros Santa Rosa, Grande y el Coronel, así como en las inmediaciones de la presa Chuvíscar. Sí, todo estaba listo para repeler la brutal embestida.

Preparativos de las fuerzas federales al mando del general Mercado, para la defensa de la ciudad de Chihuahua en contra del posible ataque villista en noviembre de 1913.

El día 2 de noviembre, Francisco Villa ya en la estación Consuelo, invitaba a sus “muchachitos” a que escogieran los diferentes sectores para atacar Chihuahua, algunos, tomaron la decisión de señalar al rancho de Ávalos, principalmente en la fundidora para concentrar a sus soldados para el golpe final. Entre los que estaban con Villa era: Maclovio Herrera, Eugenio Aguirre Benavidez, José Rodríguez, Rosalío Hernández, Manuel Chao y Juan N. Medina, jefes de las brigadas Juárez, Zaragoza, Morelos, Leales de Camargo, de Artillería y jefe del Estado Mayor, respectivamente. Era el 3 de noviembre de 1913 y las veladoras en Catedral y San Francisco estaban prendidas; decenas de mujeres con los rostros cubiertos rezaban para que la maldición de la muerte y la guerra se acabara. Entre rosarios, aves marías y un sin número de plegarias, los espíritus “chocarreros” se presentaban como augurio de lo que iba suceder; mujeres angustiadas y atemorizadas, lo único que les quedaba era rezar, rezar y rezar. No había de otra, sólo las oraciones eran el alivio a los dolores y las angustias que estaba sufriendo la población de Chihuahua.

Terminaba el día 3 de noviembre y las cosas estaban feas; la obscuridad de la noche hacía temblar a cualquiera, pues los espíritus endemoniados habían salido de todos los puntos cardinales para asustar hasta al más valiente. Ni los perros se atrevían a salir. Era como si el mundo llegara a su fin; en los hogares, todos tenían las velas y bombillas apagadas. Los negros nubarrones que se levantaban por la noche, obscurecían más el paisaje tenebroso de la noche…La luna, prácticamente había sido tragada por las negras nubes. Pasó la madrugada y ya era el día 4, los partes militares anunciaban que era probable que cerca de 4 mil villistas estaba estacionados a 50 kilómetros hacia el sur de la capital y comandados por el guerrillero y bandolero Francisco Villa, bastante bien equipados pues gran parte del armamento había sido capturado en la batalla de Torreón.

Los villistas se acercaban al poblado de Ávalos, siguiendo la línea del ferrocarril. Los federales no tenían ninguna intención de rendirse y menos a salir de sus posiciones para enfrentarse a los aguerridos villistas; los guerrilleros aguardaron en esa parte para planear el ataque a la ciudad. El plan del Centauro era caminar hacía la presa Chuvíscar con las fuerzas de Maclovio Herrera y las de Aguirre Benavides; por el lado derecho, avanzaría la Brigada Juárez al mando de José Rodríguez y la de Rosalío Hernández; hacia la toma de las posiciones federales en los cerros Grande y el Coronel, le fue encargado a la Brigada Villa, al mando de Juan N. Medina y la artillería, se colocaría al centro. Esos mismos generales, trataban de persuadir a Villa de no atacar la ciudad y sólo se buscara engañar a los enemigos para que éstos se quedaran inmovilizados en sus puestos, para así avanzar completitos hacia Ciudad Juárez, pero el testarudo de Villa se aferró a atacar Chihuahua.

El reloj daba las 12 del medio día del 4 de noviembre y casi sumaban 5 mil hombres de las fuerzas federales y locales que resguardaban Chihuahua, comandados por el general Salvador R. Mercado, jefe de Operaciones Militares y los segundos, por el valiente general Pascual Orozco, con quien militaban generales tan destacados como Marcelo Carabeo, José Inés Salazar, Blas Orpinel, Antonio Rojas y otros de reconocido valor. Pasó el día 4 y todo siguió igual, demasiado tenso, la gente en su casa seguía rezando, uno que otro se atrevía a salir para darle de comer a los animales y hacer algún mandadito. Siguió el día 5, pasó casi igual, pero éste con un viento muy fuerte y rachas de frío que entumecían hasta al más valiente.

“Eventos: sangriento ataque villista a la ciudad de Chihuahua en 1913”, forma parte de las Crónicas Urbanas de Chihuahua. Si desea la colección de libros “Los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua”, tomos del I al XIII, adquiéralos en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No. 111). Si usted está interesado en los libros, mande un WhatsApp al 614 148 85 03 y con gusto le brindamos información.


Fuentes

Periódico El Correo de Chihuahua de Silvestre Terrazas (1913).

El Heraldo de Chihuahua (1944).

Francisco Villa, Entre el Ángel y el Fierro. Enrique Krauze (1987).

Memorias de Pancho Villa. Martín Luis Guzmán (2000).

Pancho Villa. Frederich Katz Vol. I (1998).

Por: Óscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com


Los acontecimientos que se presentaban a nivel nacional sobre levantamientos armados, tenían a la población con los nervios de punta y con el “Jesús en la boca”, más aún, cuando el estado de Chihuahua había sido uno de los precursores de la Revolución Mexicana. Por ello, nos adentraremos hasta lo más profundo de lo que significó que Francisco Villa, el llamado “Centauro del Norte”, quisiera tomar la capital del estado el 5 de noviembre de 1913. Las noticias que llegaban a los chihuahuenses en el periódico “El Correo de Chihuahua” del periodista Silvestre Terrazas, anunciaban la gran cantidad de muertos que estaban repartidos por donde quiera, por tal motivo, los niños no deberían de enterarse de las tragedias humanas que estaban sucediendo en el país, y menos, deberían salir a la calle, porque el “chamuco” andaba suelto, la maldición del cielo había caído con toda su intensidad.

Se rumoraba que Pancho Villa, temido y odiado por unos y adorado por otros, tenía intenciones de atacar Chihuahua; se corría a voces el acontecimiento y por supuesto, la mayor parte de la gente empezó a temblar, porque sabían que, a la llegada del Centauro traería muchos muertos y desgracias, más aún, de las que ya existían. Algunos decían que ya estaba cerca de la ciudad, otros mejor informados expresaban que llegaría para el 6 de noviembre. Todos percibían el cielo con un color gris, y el viento soplaba fuerte proveniente del suroeste con un “chiflido” que aterrorizaba a cualquiera, hasta el murmullo de las alamedas emitían un sonido de muerte. La gente estaba muy apurada guardando sus gallinas, puercos, caballos y vaquitas, porque las balas caerían como lluvia y la posibilidad de un ataque con cañones podría arrasar a toda la ciudad, y matar a todo lo que se cruzara en el camino; se escuchaban los llantos de los niños que, sin tener muy en claro la situación, eran obligados a esconderse debajo de las camas o en los sótanos de las casas. Las calles empezaron a quedar desiertas.

Federales y orozquistas vigilando desde los cerros de la ciudad de Chihuahua la llegada de Pancho Villa, estacionado en el rancho de Ávalos, al sur de la capital.

Mientras eso sucedía en la pequeña población de Chihuahua, en las alturas del cerro Santa Rosa se encontraba un destacamento de militares federales, cuyos comandantes con sus antiguos telémetros vigilaban hacía el lado sur, pues se presumía que Francisco Villa estaba en la inmediaciones de Santa Rosalía y que, se trasladaría hasta la estación Horcasitas, según algunos informes que habían sido enviados por espías, los cuales indicaban, que varios vagones de ferrocarril se aproximaban a la citada población provenientes de Torreón, pues estas tropas eran las triunfadoras del ataque de aquella ciudad.

Villa por su parte, estacionado en Santa Rosalía en compañía de sus generales, discutía sobre la factibilidad de atacar la capital: “Mire mi General Villa, podemos fracasar al querer tomar Chihuahua, pues esta no es igual que Torreón, ya que en ella, tres cuartas partes del enemigo son fuerzas federales, bisoñas y mal avenidas con la lucha…En cambio en Chihuahua, las tres cuartas partes son soldados de Orozco, bravos y aguerridos como nuestra propia gente…En Torreón, al tomar los cerros de la Pila y la Cruz, la ciudad quedaba a merced de cualquier invasor, en cambio Chihuahua, no. En ella, no se toma, sí no se sitia, salvo que el enemigo salga a pelear y la verdad es que nosotros no traemos bastantes hombres para ese cerco, ni municiones con que apoyarlo”. En Santa Rosalía se incorporaría a las filas Rosalío Hernández con la brigada de los “Leales de Camargo” y el general Manuel Chao.

Ante el nerviosismo que existía por el posible ataque a Chihuahua, uno de los generales de nombre Yuriar se le quiso poner a “las patadas” al Centauro, por lo que este último lo calló y de inmediato lo mandó “quebrar”. En los cuarteles militares, se anunciaba que estuvieran alertas, pues Villa estaba empecinado a conquistar Chihuahua y los federales a defenderla con todo valor y patriotismo, junto a la férrea gente de Pascual Orozco. Fue así que las guarniciones estaban con las armas empuñadas, colocadas en puntos estratégicos, principalmente en las cimas de los cerros Santa Rosa, Grande y el Coronel, así como en las inmediaciones de la presa Chuvíscar. Sí, todo estaba listo para repeler la brutal embestida.

Preparativos de las fuerzas federales al mando del general Mercado, para la defensa de la ciudad de Chihuahua en contra del posible ataque villista en noviembre de 1913.

El día 2 de noviembre, Francisco Villa ya en la estación Consuelo, invitaba a sus “muchachitos” a que escogieran los diferentes sectores para atacar Chihuahua, algunos, tomaron la decisión de señalar al rancho de Ávalos, principalmente en la fundidora para concentrar a sus soldados para el golpe final. Entre los que estaban con Villa era: Maclovio Herrera, Eugenio Aguirre Benavidez, José Rodríguez, Rosalío Hernández, Manuel Chao y Juan N. Medina, jefes de las brigadas Juárez, Zaragoza, Morelos, Leales de Camargo, de Artillería y jefe del Estado Mayor, respectivamente. Era el 3 de noviembre de 1913 y las veladoras en Catedral y San Francisco estaban prendidas; decenas de mujeres con los rostros cubiertos rezaban para que la maldición de la muerte y la guerra se acabara. Entre rosarios, aves marías y un sin número de plegarias, los espíritus “chocarreros” se presentaban como augurio de lo que iba suceder; mujeres angustiadas y atemorizadas, lo único que les quedaba era rezar, rezar y rezar. No había de otra, sólo las oraciones eran el alivio a los dolores y las angustias que estaba sufriendo la población de Chihuahua.

Terminaba el día 3 de noviembre y las cosas estaban feas; la obscuridad de la noche hacía temblar a cualquiera, pues los espíritus endemoniados habían salido de todos los puntos cardinales para asustar hasta al más valiente. Ni los perros se atrevían a salir. Era como si el mundo llegara a su fin; en los hogares, todos tenían las velas y bombillas apagadas. Los negros nubarrones que se levantaban por la noche, obscurecían más el paisaje tenebroso de la noche…La luna, prácticamente había sido tragada por las negras nubes. Pasó la madrugada y ya era el día 4, los partes militares anunciaban que era probable que cerca de 4 mil villistas estaba estacionados a 50 kilómetros hacia el sur de la capital y comandados por el guerrillero y bandolero Francisco Villa, bastante bien equipados pues gran parte del armamento había sido capturado en la batalla de Torreón.

Los villistas se acercaban al poblado de Ávalos, siguiendo la línea del ferrocarril. Los federales no tenían ninguna intención de rendirse y menos a salir de sus posiciones para enfrentarse a los aguerridos villistas; los guerrilleros aguardaron en esa parte para planear el ataque a la ciudad. El plan del Centauro era caminar hacía la presa Chuvíscar con las fuerzas de Maclovio Herrera y las de Aguirre Benavides; por el lado derecho, avanzaría la Brigada Juárez al mando de José Rodríguez y la de Rosalío Hernández; hacia la toma de las posiciones federales en los cerros Grande y el Coronel, le fue encargado a la Brigada Villa, al mando de Juan N. Medina y la artillería, se colocaría al centro. Esos mismos generales, trataban de persuadir a Villa de no atacar la ciudad y sólo se buscara engañar a los enemigos para que éstos se quedaran inmovilizados en sus puestos, para así avanzar completitos hacia Ciudad Juárez, pero el testarudo de Villa se aferró a atacar Chihuahua.

El reloj daba las 12 del medio día del 4 de noviembre y casi sumaban 5 mil hombres de las fuerzas federales y locales que resguardaban Chihuahua, comandados por el general Salvador R. Mercado, jefe de Operaciones Militares y los segundos, por el valiente general Pascual Orozco, con quien militaban generales tan destacados como Marcelo Carabeo, José Inés Salazar, Blas Orpinel, Antonio Rojas y otros de reconocido valor. Pasó el día 4 y todo siguió igual, demasiado tenso, la gente en su casa seguía rezando, uno que otro se atrevía a salir para darle de comer a los animales y hacer algún mandadito. Siguió el día 5, pasó casi igual, pero éste con un viento muy fuerte y rachas de frío que entumecían hasta al más valiente.

“Eventos: sangriento ataque villista a la ciudad de Chihuahua en 1913”, forma parte de las Crónicas Urbanas de Chihuahua. Si desea la colección de libros “Los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua”, tomos del I al XIII, adquiéralos en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No. 111). Si usted está interesado en los libros, mande un WhatsApp al 614 148 85 03 y con gusto le brindamos información.


Fuentes

Periódico El Correo de Chihuahua de Silvestre Terrazas (1913).

El Heraldo de Chihuahua (1944).

Francisco Villa, Entre el Ángel y el Fierro. Enrique Krauze (1987).

Memorias de Pancho Villa. Martín Luis Guzmán (2000).

Pancho Villa. Frederich Katz Vol. I (1998).

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