/ viernes 12 de abril de 2024

“Masiosare” en Quito: diplomacia rota

“Si para la defensa bastare empuñar el escudo, no debe esgrimirse la espada”. Francisco de Vitoria, teólogo y jurista español, padre del Derecho Internacional Público moderno.

El pasado 5 de abril, en un hecho inédito, la policía y el ejército de Ecuador, siguiendo órdenes expresas del presidente de aquella nación, ingresó por la fuerza a la Embajada de México en Quito, dejando un desafortunadísimo precedente en las relaciones internacionales modernas y lastimando profundamente la figura del “asilo político”. Pocas veces en la historia del mundo -y aún menos en la de Latinoamérica- se ha violentado con tanto dolo la soberanía de un país asentado en un consulado o una embajada.

En Mesopotamia, 2500 años antes de Cristo, ya constaba el respeto por la dignidad de la nación ajena, cuando se instauró uno de los tratados internacionales más antiguos de la humanidad. El acuerdo, de carácter religioso, fue celebrado entre dos pueblos sumerios -Lagash y Umma-, teniendo como principal objeto delimitar sus territorios y señalar sus representantes para futuras negociaciones, los cuales gozaron de cierta inmunidad.

Años más tarde, en Egipto, se estableció el tratado de Qadesh, el cual amistó a los egipcios con los hititas. En el documento se acordaron condiciones para mantener la paz y, al mismo tiempo, construir una alianza defensiva que les permitió pacificar la región de pueblos invasores.

En Grecia, como sucedió en Mesopotamia, los tratados con otras naciones tuvieron un carácter divino. El nacimiento de las ciudades-estado conocidas como polis creó diversas identidades nacionales que requirieron un lenguaje especial para asociarse. Es justamente en este diálogo entre pueblos soberanos que se originaron los conceptos más remotos de extranjero y ciudadano, siendo la relación de Esparta con Atenas el ejemplo más visible de ello.

En la antigua Roma, durante la república, los ciudadanos de aquella civilización establecieron en su Derecho de Gentes -IUS GENS- la figura del legaltis, quien visitaba a los pueblos extranjeros buscando alianzas, presentando quejas, averiguaciones o pidiendo ayuda. Por otro lado, las naciones extranjeras podían mandar, en reciprocidad, sus propios representantes a Roma, siendo estos protegidos por ley para que sus personas, o sus bienes, fuesen inviolables.

En Mesoamérica también eran comunes los tratados entre naciones, tal y como constó en la Triple Alianza -aquél mítico frente construido entre mexicas, texcocanos y tepanecas-. Esta asociación implicaba un compromiso de ayuda recíproca entre sus miembros. Sobra decir, que la representación de las soberanías del mundo prehispánico se efectuó a través de embajadores que viajaban, con algunos derechos especiales, de “país en país” negociando y comunicando la voluntad de sus gobernantes.

En la Edad Media y renacimiento, los pactos entre los diferentes reinos estaban regidos por la iglesia a través de concordatos o patronatos, los cuales vinculaban al Papa con los monarcas y estos, a su vez, aceptaban su potestad divina sobre sus territorios. Ejemplo de lo anterior fueron las bulas alejandrinas que dividieron al mundo para que portugueses y españoles expandieran la fe y se apoderaran de las tierras conocidas y por conocer.

Querida lectora, querido lector, hasta aquí la entrega de hoy. La siguiente semana retomaremos un poco de historia para luego entrar, de golpe y porrazo, al análisis sustancial de lo sucedido en la capital ecuatoriana.

Voy y vengo.

Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales

Tecnológico de Monterrey campus Chihuahua

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc

“Si para la defensa bastare empuñar el escudo, no debe esgrimirse la espada”. Francisco de Vitoria, teólogo y jurista español, padre del Derecho Internacional Público moderno.

El pasado 5 de abril, en un hecho inédito, la policía y el ejército de Ecuador, siguiendo órdenes expresas del presidente de aquella nación, ingresó por la fuerza a la Embajada de México en Quito, dejando un desafortunadísimo precedente en las relaciones internacionales modernas y lastimando profundamente la figura del “asilo político”. Pocas veces en la historia del mundo -y aún menos en la de Latinoamérica- se ha violentado con tanto dolo la soberanía de un país asentado en un consulado o una embajada.

En Mesopotamia, 2500 años antes de Cristo, ya constaba el respeto por la dignidad de la nación ajena, cuando se instauró uno de los tratados internacionales más antiguos de la humanidad. El acuerdo, de carácter religioso, fue celebrado entre dos pueblos sumerios -Lagash y Umma-, teniendo como principal objeto delimitar sus territorios y señalar sus representantes para futuras negociaciones, los cuales gozaron de cierta inmunidad.

Años más tarde, en Egipto, se estableció el tratado de Qadesh, el cual amistó a los egipcios con los hititas. En el documento se acordaron condiciones para mantener la paz y, al mismo tiempo, construir una alianza defensiva que les permitió pacificar la región de pueblos invasores.

En Grecia, como sucedió en Mesopotamia, los tratados con otras naciones tuvieron un carácter divino. El nacimiento de las ciudades-estado conocidas como polis creó diversas identidades nacionales que requirieron un lenguaje especial para asociarse. Es justamente en este diálogo entre pueblos soberanos que se originaron los conceptos más remotos de extranjero y ciudadano, siendo la relación de Esparta con Atenas el ejemplo más visible de ello.

En la antigua Roma, durante la república, los ciudadanos de aquella civilización establecieron en su Derecho de Gentes -IUS GENS- la figura del legaltis, quien visitaba a los pueblos extranjeros buscando alianzas, presentando quejas, averiguaciones o pidiendo ayuda. Por otro lado, las naciones extranjeras podían mandar, en reciprocidad, sus propios representantes a Roma, siendo estos protegidos por ley para que sus personas, o sus bienes, fuesen inviolables.

En Mesoamérica también eran comunes los tratados entre naciones, tal y como constó en la Triple Alianza -aquél mítico frente construido entre mexicas, texcocanos y tepanecas-. Esta asociación implicaba un compromiso de ayuda recíproca entre sus miembros. Sobra decir, que la representación de las soberanías del mundo prehispánico se efectuó a través de embajadores que viajaban, con algunos derechos especiales, de “país en país” negociando y comunicando la voluntad de sus gobernantes.

En la Edad Media y renacimiento, los pactos entre los diferentes reinos estaban regidos por la iglesia a través de concordatos o patronatos, los cuales vinculaban al Papa con los monarcas y estos, a su vez, aceptaban su potestad divina sobre sus territorios. Ejemplo de lo anterior fueron las bulas alejandrinas que dividieron al mundo para que portugueses y españoles expandieran la fe y se apoderaran de las tierras conocidas y por conocer.

Querida lectora, querido lector, hasta aquí la entrega de hoy. La siguiente semana retomaremos un poco de historia para luego entrar, de golpe y porrazo, al análisis sustancial de lo sucedido en la capital ecuatoriana.

Voy y vengo.

Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales

Tecnológico de Monterrey campus Chihuahua

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc