/ viernes 5 de enero de 2024

Apaches, guerras y tribus. (Estados Unidos) Parte 1

“El mejor indio es un indio muerto”. Philip Henry Sheridan (1831-1888)

Recientemente tuve la oportunidad de atravesar la reserva indígena de Mescalero, en Nuevo México. Este viaje es común para algunas familias chihuahuenses que, buscando la nieve, o los bosques que salen en las películas de Hollywood, se internan más allá de Tularosa, en el punto exacto donde una elevación se pinta de blanco en época invernal. La jurisdicción donde está la mayor parte del tesoro natural es apache; esta etnia se suma a las 574 que son reconocidas por el gobierno de Estados Unidos (México, en su territorio, reconoce 68). Las reservas, como sus gobiernos y sus leyes basadas en sus costumbres, son conocidas como soberanía tribal.

Para los estadounidenses, la relación con sus pueblos originarios ha sido complicada. Cuando se produjo la independencia, en el año de 1776, se reconocieron a las etnias -y sus territorios- como naciones, lo cual obligó al gobierno federal a firmar tratados con estas. Más tarde, la ambición y necesidad de los Estados Unidos, motivó un proceso de expansión hacia la costa oeste, a partir de la doctrina del “destino manifiesto” que legitimaba dicha acción con todas sus consecuencias. La urbanización significó el desplazamiento forzado, en pleno siglo XIX, de una infinidad de indígenas hacia los llamados “territorios indios designados”, los cuales no tenían ningún vínculo con sus nuevos inquilinos, así como recursos suficientes para su manutención. Esta situación se vio agravada luego de la Guerra Civil, cuando el rechazo a todo lo que sonara a “separatismo” se transformó en un repudio a las micro-soberanías que los pueblos indígenas defendían, convirtiéndose, muchas y muchos de ellos, en enemigos públicos. Este fenómeno es romantizado -y hasta satirizado- en las películas del western americano, donde se muestran las guerras interminables entre “indios” y “vaqueros”.

Los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX, significaron la creación de parcelas por parte del gobierno estadounidense. Los nativos americanos -como suelen ser llamados- fueron, nuevamente, obligados a desplazarse a algunas de esas tierras, mientras que las restantes fueron reservadas para colonos europeos que buscaban mejor suerte.

El siglo pasado, luego de la década de los 50’s, diversas luchas sociales y culturales replantearon la existencia de los pueblos originarios en Estados Unidos, reivindicando -un poco- su derecho a autodeterminarse; el estatus legal que adquirieron fue el de “naciones dependientes domésticas”, estando subordinadas, tanto en lo monetario como lo legal, al gobierno federal. Pese a todo, sus leyes gozan de cierta independencia, pudiendo contradecir a las legislaciones de los estados donde las tribus habiten, pero sin contradecir a las disposiciones nacionales. Gracias a ello, las “reservas indias” están facultadas a impartir justicia a través de sus cortes tribales, las cuales se apegan a sus tradiciones.

La capacidad de los apaches, así como del resto de etnias que habitan Estados Unidos, de tomar sus propias decisiones en distintos temas de su vida cotidiana, ha llevado a que las comunidades indígenas se organicen abriendo hoteles, campamentos turísticos, casinos, gasolineras, dispensarios de plantas medicinales -y narcóticos-, etc. para generar ingresos que les permitan sobrevivir -más allá de la agricultura-. Buena parte de estas actividades llegan a ser ilegales en los propios estados donde las reservas se ubican, pero al ser estas autónomas no pueden ser perseguidas o prohibidas por los gobiernos estatales.

Querido lector, querida lectora. ¿Qué opinas? Espera la segunda parte de esta entrega.


Voy y vengo.


Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales

Tecnológico de Monterrey campus Chihuahua

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc


“El mejor indio es un indio muerto”. Philip Henry Sheridan (1831-1888)

Recientemente tuve la oportunidad de atravesar la reserva indígena de Mescalero, en Nuevo México. Este viaje es común para algunas familias chihuahuenses que, buscando la nieve, o los bosques que salen en las películas de Hollywood, se internan más allá de Tularosa, en el punto exacto donde una elevación se pinta de blanco en época invernal. La jurisdicción donde está la mayor parte del tesoro natural es apache; esta etnia se suma a las 574 que son reconocidas por el gobierno de Estados Unidos (México, en su territorio, reconoce 68). Las reservas, como sus gobiernos y sus leyes basadas en sus costumbres, son conocidas como soberanía tribal.

Para los estadounidenses, la relación con sus pueblos originarios ha sido complicada. Cuando se produjo la independencia, en el año de 1776, se reconocieron a las etnias -y sus territorios- como naciones, lo cual obligó al gobierno federal a firmar tratados con estas. Más tarde, la ambición y necesidad de los Estados Unidos, motivó un proceso de expansión hacia la costa oeste, a partir de la doctrina del “destino manifiesto” que legitimaba dicha acción con todas sus consecuencias. La urbanización significó el desplazamiento forzado, en pleno siglo XIX, de una infinidad de indígenas hacia los llamados “territorios indios designados”, los cuales no tenían ningún vínculo con sus nuevos inquilinos, así como recursos suficientes para su manutención. Esta situación se vio agravada luego de la Guerra Civil, cuando el rechazo a todo lo que sonara a “separatismo” se transformó en un repudio a las micro-soberanías que los pueblos indígenas defendían, convirtiéndose, muchas y muchos de ellos, en enemigos públicos. Este fenómeno es romantizado -y hasta satirizado- en las películas del western americano, donde se muestran las guerras interminables entre “indios” y “vaqueros”.

Los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX, significaron la creación de parcelas por parte del gobierno estadounidense. Los nativos americanos -como suelen ser llamados- fueron, nuevamente, obligados a desplazarse a algunas de esas tierras, mientras que las restantes fueron reservadas para colonos europeos que buscaban mejor suerte.

El siglo pasado, luego de la década de los 50’s, diversas luchas sociales y culturales replantearon la existencia de los pueblos originarios en Estados Unidos, reivindicando -un poco- su derecho a autodeterminarse; el estatus legal que adquirieron fue el de “naciones dependientes domésticas”, estando subordinadas, tanto en lo monetario como lo legal, al gobierno federal. Pese a todo, sus leyes gozan de cierta independencia, pudiendo contradecir a las legislaciones de los estados donde las tribus habiten, pero sin contradecir a las disposiciones nacionales. Gracias a ello, las “reservas indias” están facultadas a impartir justicia a través de sus cortes tribales, las cuales se apegan a sus tradiciones.

La capacidad de los apaches, así como del resto de etnias que habitan Estados Unidos, de tomar sus propias decisiones en distintos temas de su vida cotidiana, ha llevado a que las comunidades indígenas se organicen abriendo hoteles, campamentos turísticos, casinos, gasolineras, dispensarios de plantas medicinales -y narcóticos-, etc. para generar ingresos que les permitan sobrevivir -más allá de la agricultura-. Buena parte de estas actividades llegan a ser ilegales en los propios estados donde las reservas se ubican, pero al ser estas autónomas no pueden ser perseguidas o prohibidas por los gobiernos estatales.

Querido lector, querida lectora. ¿Qué opinas? Espera la segunda parte de esta entrega.


Voy y vengo.


Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales

Tecnológico de Monterrey campus Chihuahua

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc