/ viernes 29 de marzo de 2024

Temponauta, que tus ojos no te engañen: Un texto sobre la historia

Querida lectora, querido lector, en esta ocasión me he tomado el atrevimiento de ceder mi columna a uno de mis más admirados amigos, quien es ciudadano del mundo y feliz amante de la historia de nuestra patria. Disfruten, tanto como yo, las letras del Maestro Antonio Carro Pérez.

“Dame agudeza para entender y sutileza para interpretar”

Santo Tomás de Aquino


Aristóteles decía que prefería la vista a todos los sentidos porque es el que nos permite hacer más diferencias y nos permite adquirir más conocimiento, se decía en la Grecia clásica que la vista era el más noble de todos los sentidos. Juhani Pallasma en “los ojos de la piel” dice que la vista es el sentido dominante en la cultura occidental. Y es verdad, la vista mantiene una especie de “dictadura” junto con la palabra “hechos”.

¿Qué es entonces lo real? Si no es lo que puedo ver…

Si alguien en algún lugar de esta inmensa esfera azul pudiera inventar una máquina del tiempo para ver, observar lo que fue real (los hechos), esa persona al viajar por ejemplo a los pueblos mesopotámicos descubriría la razón de la religión y la medicina: el miedo. El miedo a la enfermedad, miedo a la muerte y el miedo a los dioses. Aquel “hombre desnudo” desesperado huyendo de la incertidumbre, las tormentas, las inundaciones, las plagas… al no entender la fiebre y las convulsiones, inventó a los demonios y a las posesiones. Hasta le puso al demonio el color de alguien que tiene fiebre: rojo.

Y al no entender el mundo aleatorio y caprichoso, inventó a los dioses. Había (¿o hay?) que tenerlos contentos para que no mandaran la enfermedad. Luego de paso este viajero, encontraría la necesidad de protegerse, resguardarse, la necesidad transmitir una idea, necesidad de ser recordado, y encontraría los amuletos, el arte, la arquitectura.

Sorprendido quedaría tal viajero con los detalles. Encontraría por ejemplo que la vacunación, no se la debemos a Jenner. Ya las culturas antiguas, sabían que las costras de la varicela eran infecciosas y que servían para “vacunarse” contra la enfermedad. Y seguiría… La suturas, por ejemplo, los mesoamericanos la hacían con cabezas de hormigas a manera de grapas. En la India, había cirugías plásticas para las mujeres a las que les cortaban la nariz como castigo por cometer adulterio. Observaría este viajero con asombro como, el hombre crea para destruir y de lo que creamos lo que no se lo traga el tiempo, se lo traga el fuego. Como en Alejandría.

¡Un momento! diría, ¿Ya hemos pasado por todo esto?

Ya. Analizar la historia de la humanidad, o de un pueblo, o de un individuo no es tarea fácil. En todos los casos el tiempo actúa “como un ácido” que corroe no sólo las evidencias de los acontecimientos, sino las memorias, los recuerdos. El tiempo nos hace distorsionar las palabras, las formas, los olores, las dimensiones, los “hechos”.

Historia viene de “isto” vocablo griego que significa tanto “que sepa”, y “que vea” entonces, alguien que cuenta una historia dice no sólo “yo he visto” sino “yo digo”. Hay que entender entonces que todas las versiones que leamos de una historia, la de los vencedores y los vencidos, una idea presente o pasada tienen ya de entrada dos sesgos, el sesgo de quien escribe y sesgo de quien interpreta.

La historia y nuestra convivencia como humanos se enriquece no sólo de contar las distintas versiones, sino que se enriquece también de escuchar las interpretaciones que tenemos los individuos de un hecho en particular, cosa tan necesaria para un mundo habitado por una especie que siendo el único animal que puede hablar, parece no saber comunicarse.

Como diría Gerardo, voy y vengo.


Querida lectora, querido lector, en esta ocasión me he tomado el atrevimiento de ceder mi columna a uno de mis más admirados amigos, quien es ciudadano del mundo y feliz amante de la historia de nuestra patria. Disfruten, tanto como yo, las letras del Maestro Antonio Carro Pérez.

“Dame agudeza para entender y sutileza para interpretar”

Santo Tomás de Aquino


Aristóteles decía que prefería la vista a todos los sentidos porque es el que nos permite hacer más diferencias y nos permite adquirir más conocimiento, se decía en la Grecia clásica que la vista era el más noble de todos los sentidos. Juhani Pallasma en “los ojos de la piel” dice que la vista es el sentido dominante en la cultura occidental. Y es verdad, la vista mantiene una especie de “dictadura” junto con la palabra “hechos”.

¿Qué es entonces lo real? Si no es lo que puedo ver…

Si alguien en algún lugar de esta inmensa esfera azul pudiera inventar una máquina del tiempo para ver, observar lo que fue real (los hechos), esa persona al viajar por ejemplo a los pueblos mesopotámicos descubriría la razón de la religión y la medicina: el miedo. El miedo a la enfermedad, miedo a la muerte y el miedo a los dioses. Aquel “hombre desnudo” desesperado huyendo de la incertidumbre, las tormentas, las inundaciones, las plagas… al no entender la fiebre y las convulsiones, inventó a los demonios y a las posesiones. Hasta le puso al demonio el color de alguien que tiene fiebre: rojo.

Y al no entender el mundo aleatorio y caprichoso, inventó a los dioses. Había (¿o hay?) que tenerlos contentos para que no mandaran la enfermedad. Luego de paso este viajero, encontraría la necesidad de protegerse, resguardarse, la necesidad transmitir una idea, necesidad de ser recordado, y encontraría los amuletos, el arte, la arquitectura.

Sorprendido quedaría tal viajero con los detalles. Encontraría por ejemplo que la vacunación, no se la debemos a Jenner. Ya las culturas antiguas, sabían que las costras de la varicela eran infecciosas y que servían para “vacunarse” contra la enfermedad. Y seguiría… La suturas, por ejemplo, los mesoamericanos la hacían con cabezas de hormigas a manera de grapas. En la India, había cirugías plásticas para las mujeres a las que les cortaban la nariz como castigo por cometer adulterio. Observaría este viajero con asombro como, el hombre crea para destruir y de lo que creamos lo que no se lo traga el tiempo, se lo traga el fuego. Como en Alejandría.

¡Un momento! diría, ¿Ya hemos pasado por todo esto?

Ya. Analizar la historia de la humanidad, o de un pueblo, o de un individuo no es tarea fácil. En todos los casos el tiempo actúa “como un ácido” que corroe no sólo las evidencias de los acontecimientos, sino las memorias, los recuerdos. El tiempo nos hace distorsionar las palabras, las formas, los olores, las dimensiones, los “hechos”.

Historia viene de “isto” vocablo griego que significa tanto “que sepa”, y “que vea” entonces, alguien que cuenta una historia dice no sólo “yo he visto” sino “yo digo”. Hay que entender entonces que todas las versiones que leamos de una historia, la de los vencedores y los vencidos, una idea presente o pasada tienen ya de entrada dos sesgos, el sesgo de quien escribe y sesgo de quien interpreta.

La historia y nuestra convivencia como humanos se enriquece no sólo de contar las distintas versiones, sino que se enriquece también de escuchar las interpretaciones que tenemos los individuos de un hecho en particular, cosa tan necesaria para un mundo habitado por una especie que siendo el único animal que puede hablar, parece no saber comunicarse.

Como diría Gerardo, voy y vengo.