/ jueves 15 de octubre de 2020

No me acostumbro


“El problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que era”

- Paul Valéry -

Lunes por la tarde, clase virtual con mis pupilos universitarios, hasta ahorita la asistencia ha sido buena, primer descanso de cinco minutos, todos bloqueamos momentáneamente la cámara, a uno que otro se le olvida apagar el micrófono, a lo lejos se escucha el ladrido de un perro furioso y después a una madre regañona que no encuentra sus pantuflas. Al encender nuevamente la cámara, un despistado y honesto alumno dice: - Ya me aburrió la clase de hoy -, los mariachis callaron, hice como que no escuché y proseguí con mi excelsa (pero aburrida) cátedra. No me acostumbro todavía a no ver a mis alumnos físicamente, extraño el salón de clases, extraño ver a mis colegas maestros. Volverán las oscuras golondrinas sus nidos a colgar.

La labor financiera llevo unos meses que la realizo desde casa (home office, le dicen), pero tampoco me acostumbro, idolatro esas mañanas en las que participamos de la jungla vehicular mientras escuchamos por la radio las noticias del día, añoro esos burritos de 15 pesos de chicharrón en salsa verde, se requieren los compañeros para fastidiarlos cada que se pueda, extraño en demasía ese café tan sabroso que prepara mi estimada Ceci, cuya receta nunca presta. El mercado bursátil se mueve mucho y acá su valedor en el lugar de siempre y con la misma gente.

En la lata de sardinas que tenemos por casa, ya nos descontamos todas las series y películas, unas buenas y otras bastante chafas, ya me siento Cobra Kai, estudiante de Élite y ladrón de La casa de papel; en las andanzas televisivas descubrimos un canal de telenovelas y estamos por decidir si recetarnos “El extraño retorno de Diana Salazar” con Lucía Méndez o “Dos mujeres, un camino”, con la soberbia actuación de la Tesorito, de verdad sufro. De lunes a viernes mi consorte toma clases virtuales de zumba con unas aceleradas féminas y los domingos la misa la escuchamos por internet con el común denominador de que al igual que en el templo, también me duermo.

Mientras no se descubra la vacuna contra el Covid 19 el mundo tendrá que acostumbrarse a cambios radicales en la manera de vivir (sobrevivir), cambios que llevarán tiempo para visualizarlos como regulares dentro de esta llamada “nueva normalidad”; la cautela nos lleva a actuar de forma diferente y posiblemente algunas de estas modificaciones en nuestra vida permanecerán aun después de que se encuentre la cura de este virus de origen asiático que ya tiene en su haber miles de víctimas en todo el planeta y que puso al descubierto lo frágil del ser humano.

La incertidumbre que nos arroja la pregunta ¿cuándo terminará esto?, trae como consecuencia un trancazo emocional por el temor a ser contagiados y aunque sepamos que la mejor acción es quedarnos en casa no nos acostumbramos y no es precisamente porque no podamos, sino porque no queremos, nuestro interior nos dice que claro que tendrá que terminar esta crisis sanitaria, pero los días pasan y en lugar de observar alguna luz, frecuentemente nos enteramos de amigos o familiares que fueron portadores de este virus, algunos la han librado y otros lamentablemente fallecieron. Es difícil acostumbrarnos a una situación que nadie pidió vivir; duele, agobia y entristece. Nuestro carácter aguantador se enfrenta a la mayor prueba, no queremos acostumbrarnos, queremos abrazarnos y despertar de esta pesadilla. Aunque es difícil estimar cuándo lo lograremos.


“El problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que era”

- Paul Valéry -

Lunes por la tarde, clase virtual con mis pupilos universitarios, hasta ahorita la asistencia ha sido buena, primer descanso de cinco minutos, todos bloqueamos momentáneamente la cámara, a uno que otro se le olvida apagar el micrófono, a lo lejos se escucha el ladrido de un perro furioso y después a una madre regañona que no encuentra sus pantuflas. Al encender nuevamente la cámara, un despistado y honesto alumno dice: - Ya me aburrió la clase de hoy -, los mariachis callaron, hice como que no escuché y proseguí con mi excelsa (pero aburrida) cátedra. No me acostumbro todavía a no ver a mis alumnos físicamente, extraño el salón de clases, extraño ver a mis colegas maestros. Volverán las oscuras golondrinas sus nidos a colgar.

La labor financiera llevo unos meses que la realizo desde casa (home office, le dicen), pero tampoco me acostumbro, idolatro esas mañanas en las que participamos de la jungla vehicular mientras escuchamos por la radio las noticias del día, añoro esos burritos de 15 pesos de chicharrón en salsa verde, se requieren los compañeros para fastidiarlos cada que se pueda, extraño en demasía ese café tan sabroso que prepara mi estimada Ceci, cuya receta nunca presta. El mercado bursátil se mueve mucho y acá su valedor en el lugar de siempre y con la misma gente.

En la lata de sardinas que tenemos por casa, ya nos descontamos todas las series y películas, unas buenas y otras bastante chafas, ya me siento Cobra Kai, estudiante de Élite y ladrón de La casa de papel; en las andanzas televisivas descubrimos un canal de telenovelas y estamos por decidir si recetarnos “El extraño retorno de Diana Salazar” con Lucía Méndez o “Dos mujeres, un camino”, con la soberbia actuación de la Tesorito, de verdad sufro. De lunes a viernes mi consorte toma clases virtuales de zumba con unas aceleradas féminas y los domingos la misa la escuchamos por internet con el común denominador de que al igual que en el templo, también me duermo.

Mientras no se descubra la vacuna contra el Covid 19 el mundo tendrá que acostumbrarse a cambios radicales en la manera de vivir (sobrevivir), cambios que llevarán tiempo para visualizarlos como regulares dentro de esta llamada “nueva normalidad”; la cautela nos lleva a actuar de forma diferente y posiblemente algunas de estas modificaciones en nuestra vida permanecerán aun después de que se encuentre la cura de este virus de origen asiático que ya tiene en su haber miles de víctimas en todo el planeta y que puso al descubierto lo frágil del ser humano.

La incertidumbre que nos arroja la pregunta ¿cuándo terminará esto?, trae como consecuencia un trancazo emocional por el temor a ser contagiados y aunque sepamos que la mejor acción es quedarnos en casa no nos acostumbramos y no es precisamente porque no podamos, sino porque no queremos, nuestro interior nos dice que claro que tendrá que terminar esta crisis sanitaria, pero los días pasan y en lugar de observar alguna luz, frecuentemente nos enteramos de amigos o familiares que fueron portadores de este virus, algunos la han librado y otros lamentablemente fallecieron. Es difícil acostumbrarnos a una situación que nadie pidió vivir; duele, agobia y entristece. Nuestro carácter aguantador se enfrenta a la mayor prueba, no queremos acostumbrarnos, queremos abrazarnos y despertar de esta pesadilla. Aunque es difícil estimar cuándo lo lograremos.