/ jueves 14 de febrero de 2019

Perfil humano

¿Federalismo o centralismo?



El federalismo que debería existir en el país continúa siendo sólo un buen deseo plasmado en nuestra constitución política y en su lugar continúa prevaleciendo el centralismo.

Desde su fundación como nación independiente se ha pretendido que nuestra república sea democrática y federal, para lo cual se copió el sistema político del vecino país.

Sin embargo en casi dos siglos de existencia México es un país centralista en el cual los supuestos estados “soberanos” e “independientes” continúan siendo provincias regidas por las decisiones que se toman desde la capital de la república.

Un ejemplo reciente de tal centralismo es la cancelación del fondo constituido para realizar obras públicas en los municipios mineros. En el estado son 20 los afectados y por ello sus alcaldes se unieron con el gobernador para presentar una controversia constitucional.

La creciente dependencia política y económica de las entidades hacia el gobierno federal muestra que se requiere una verdadera transformación del actual régimen que ha prevalecido desde 1824.

En una federación se supone que los estados se unen para su beneficio y el de sus habitantes, pero en la práctica se les imponen condiciones desde el centro para distribuirles los ingresos que se captaron precisamente en ellos y se les otorga sólo una parte de acuerdo a los criterios personalistas o partidistas del presidente en turno.

No deja de ser vergonzoso que los gobernadores y presidentes municipales tengan que cabildear, si no es que mendigar, cada año en el congreso federal o ante el presidente la aprobación de mayores partidas presupuestales.

Una reforma fiscal es necesaria para que las entidades puedan disponer de los recursos públicos acorde a sus ingresos y no según lo que disponga la voluntad presidencial. Es por ello preocupante que no sea una de las propuestas prioritarias de la cuarta transformación y se pretenda continuar con el centralismo fiscal vigente desde la época colonial.

Los delegados especiales que fueron nombrados supuestamente para aligerar la costosa burocracia y controlar directamente los programas sociales son otra muestra de la política centralista.

Llamados “virreyes” por sus críticos, estos funcionarios tienen al parecer una misión electoral pues los beneficiarios reconocerán al presidente como el autor de los programas aunque sean financiados con recursos obtenidos de los estados.

La guardia nacional es otro ejemplo claro de centralismo, pues relegará a las policías estatales y municipales en sus funciones de seguridad pública. Si bien es cierto que se requiere una policía más eficaz y preparada para enfrentar al crimen organizado, también lo es que deben participar coordinadamente las autoridades estatales y municipales en su regulación y funcionamiento.

La tradicional dependencia de los estados al presidente de la república ha creado un presidencialismo que no sólo domina la escena política, sino que permea en las demás actividades, sobre todo en las económicas.

En el caso de la ilegal paralización de las vías del ferrocarril en el estado de Michoacán, no son los estados, sino sólo la Federación la que toma las medidas que considera convenientes, como el no desalojar a los profesores de la CNTE a pesar de la serias afectaciones económicas para las industrias estatales que se calculan en mil millones de pesos diarios.

La disyuntiva entre el federalismo y el centralismo sigue siendo una tarea pendiente que hasta la fecha no se han atrevido a encarar ninguno de los presidentes y menos la mayoría de los gobernadores. Centralizar es usualmente sinónimo de monopolizar el poder, lo cual desde luego no está contemplado en nuestra constitución política y por ende carece de legalidad.


¿Federalismo o centralismo?



El federalismo que debería existir en el país continúa siendo sólo un buen deseo plasmado en nuestra constitución política y en su lugar continúa prevaleciendo el centralismo.

Desde su fundación como nación independiente se ha pretendido que nuestra república sea democrática y federal, para lo cual se copió el sistema político del vecino país.

Sin embargo en casi dos siglos de existencia México es un país centralista en el cual los supuestos estados “soberanos” e “independientes” continúan siendo provincias regidas por las decisiones que se toman desde la capital de la república.

Un ejemplo reciente de tal centralismo es la cancelación del fondo constituido para realizar obras públicas en los municipios mineros. En el estado son 20 los afectados y por ello sus alcaldes se unieron con el gobernador para presentar una controversia constitucional.

La creciente dependencia política y económica de las entidades hacia el gobierno federal muestra que se requiere una verdadera transformación del actual régimen que ha prevalecido desde 1824.

En una federación se supone que los estados se unen para su beneficio y el de sus habitantes, pero en la práctica se les imponen condiciones desde el centro para distribuirles los ingresos que se captaron precisamente en ellos y se les otorga sólo una parte de acuerdo a los criterios personalistas o partidistas del presidente en turno.

No deja de ser vergonzoso que los gobernadores y presidentes municipales tengan que cabildear, si no es que mendigar, cada año en el congreso federal o ante el presidente la aprobación de mayores partidas presupuestales.

Una reforma fiscal es necesaria para que las entidades puedan disponer de los recursos públicos acorde a sus ingresos y no según lo que disponga la voluntad presidencial. Es por ello preocupante que no sea una de las propuestas prioritarias de la cuarta transformación y se pretenda continuar con el centralismo fiscal vigente desde la época colonial.

Los delegados especiales que fueron nombrados supuestamente para aligerar la costosa burocracia y controlar directamente los programas sociales son otra muestra de la política centralista.

Llamados “virreyes” por sus críticos, estos funcionarios tienen al parecer una misión electoral pues los beneficiarios reconocerán al presidente como el autor de los programas aunque sean financiados con recursos obtenidos de los estados.

La guardia nacional es otro ejemplo claro de centralismo, pues relegará a las policías estatales y municipales en sus funciones de seguridad pública. Si bien es cierto que se requiere una policía más eficaz y preparada para enfrentar al crimen organizado, también lo es que deben participar coordinadamente las autoridades estatales y municipales en su regulación y funcionamiento.

La tradicional dependencia de los estados al presidente de la república ha creado un presidencialismo que no sólo domina la escena política, sino que permea en las demás actividades, sobre todo en las económicas.

En el caso de la ilegal paralización de las vías del ferrocarril en el estado de Michoacán, no son los estados, sino sólo la Federación la que toma las medidas que considera convenientes, como el no desalojar a los profesores de la CNTE a pesar de la serias afectaciones económicas para las industrias estatales que se calculan en mil millones de pesos diarios.

La disyuntiva entre el federalismo y el centralismo sigue siendo una tarea pendiente que hasta la fecha no se han atrevido a encarar ninguno de los presidentes y menos la mayoría de los gobernadores. Centralizar es usualmente sinónimo de monopolizar el poder, lo cual desde luego no está contemplado en nuestra constitución política y por ende carece de legalidad.