/ lunes 22 de abril de 2024

Y cuando el lobo llegó, nadie creyó

El mundo cambió y es difícil aceptar, pero la posverdad se convirtió en una era donde la verdad es solo una sugerencia. Y si a este fenómeno le sumamos la época electoral, solo se potencializa la posibilidad de que la información que recibimos sea falsa y creada con el objetivo de influenciarnos de alguna manera.

Lo triste de esto es que la mayoría de los argumentos que actualmente circulan en las discusiones de la ciudadanía son totalmente falsos o sesgados, pero difícilmente correctos. Esto significa que emitiremos nuestro voto con información errónea. Los grupos políticos sobredimensionan o distorsionan la información que realmente es importante para la vida del país con el fin de quitar adeptos al contrincante o simplemente mantener contentos a los suyos diciéndoles lo que quieren escuchar. ¿Qué le pasaría a una empresa si toma decisiones con números que no son reales? ¿A dónde llegaría un avión si le dan coordenadas incorrectas?

Las personas ya comienzan a darse cuenta de esta situación y deciden no creer en cualquier cosa que se dice. Ese filtro que nos auto impusimos comienza a ser un verdadero peligro porque ahora nada nos interesa. Ahora nos pueden decir que nos quitarán las pensiones a todos y no hacemos nada porque ya sabemos que no es cierto. Aquí está lo peligroso: una sociedad que ya no se indigna con nada, le está dando un cheque en blanco a quien gobierne porque saben que no actuarán en consecuencia de nada.

Esto se debe a la irresponsabilidad de los liderazgos políticos, dirigentes de partidos, comunicadores vendidos, etc.; que con fines electorales son capaces de mentir a costa de nuestro y de su propio futuro. ¿A quién van a convencer cuando realmente estemos en una situación donde se necesite la presión social para lograr detener alguna iniciativa?

Lo más inverosímil es que esas estrategias basadas en la mentira o magnificación de un hecho no impactan en la sociedad. Ni como marketing electoral es rentable. Para lo que sí ha servido es para maximizar la polarización del país que ha provocado el presidente y que la oposición ha atizado con “fake news”.

¿Por dónde está la solución? Esa es la pregunta del millón. Los políticos no van a cambiar a menos que los obliguemos. Para ellos es mejor que todo permanezca constante porque ya saben cómo dominar la cancha con las reglas actuales y los únicos que pueden cambiar las reglas es la ciudadanía. Una solución es no votar por quien no lo merezca, no escuchar el medio que te mienta y no difundir aquello de lo que no estás seguro sea verdad. ¿Es autocensura? Posiblemente, pero solo así podemos aplicar un poco el filtro de la verdad que se perdió en esta era.

Tenemos que recuperar la credibilidad en nuestro sistema político. Es la única forma en que sabemos organizarnos como seres humanos. No podemos abandonar el reto, pero sí podemos ponernos más estrictos y evitar que nos estén mintiendo en nuestra cara para luego pedirnos el voto. No permitamos que llegue el lobo y ni cuenta nos demos.

El mundo cambió y es difícil aceptar, pero la posverdad se convirtió en una era donde la verdad es solo una sugerencia. Y si a este fenómeno le sumamos la época electoral, solo se potencializa la posibilidad de que la información que recibimos sea falsa y creada con el objetivo de influenciarnos de alguna manera.

Lo triste de esto es que la mayoría de los argumentos que actualmente circulan en las discusiones de la ciudadanía son totalmente falsos o sesgados, pero difícilmente correctos. Esto significa que emitiremos nuestro voto con información errónea. Los grupos políticos sobredimensionan o distorsionan la información que realmente es importante para la vida del país con el fin de quitar adeptos al contrincante o simplemente mantener contentos a los suyos diciéndoles lo que quieren escuchar. ¿Qué le pasaría a una empresa si toma decisiones con números que no son reales? ¿A dónde llegaría un avión si le dan coordenadas incorrectas?

Las personas ya comienzan a darse cuenta de esta situación y deciden no creer en cualquier cosa que se dice. Ese filtro que nos auto impusimos comienza a ser un verdadero peligro porque ahora nada nos interesa. Ahora nos pueden decir que nos quitarán las pensiones a todos y no hacemos nada porque ya sabemos que no es cierto. Aquí está lo peligroso: una sociedad que ya no se indigna con nada, le está dando un cheque en blanco a quien gobierne porque saben que no actuarán en consecuencia de nada.

Esto se debe a la irresponsabilidad de los liderazgos políticos, dirigentes de partidos, comunicadores vendidos, etc.; que con fines electorales son capaces de mentir a costa de nuestro y de su propio futuro. ¿A quién van a convencer cuando realmente estemos en una situación donde se necesite la presión social para lograr detener alguna iniciativa?

Lo más inverosímil es que esas estrategias basadas en la mentira o magnificación de un hecho no impactan en la sociedad. Ni como marketing electoral es rentable. Para lo que sí ha servido es para maximizar la polarización del país que ha provocado el presidente y que la oposición ha atizado con “fake news”.

¿Por dónde está la solución? Esa es la pregunta del millón. Los políticos no van a cambiar a menos que los obliguemos. Para ellos es mejor que todo permanezca constante porque ya saben cómo dominar la cancha con las reglas actuales y los únicos que pueden cambiar las reglas es la ciudadanía. Una solución es no votar por quien no lo merezca, no escuchar el medio que te mienta y no difundir aquello de lo que no estás seguro sea verdad. ¿Es autocensura? Posiblemente, pero solo así podemos aplicar un poco el filtro de la verdad que se perdió en esta era.

Tenemos que recuperar la credibilidad en nuestro sistema político. Es la única forma en que sabemos organizarnos como seres humanos. No podemos abandonar el reto, pero sí podemos ponernos más estrictos y evitar que nos estén mintiendo en nuestra cara para luego pedirnos el voto. No permitamos que llegue el lobo y ni cuenta nos demos.