/ jueves 21 de abril de 2022

Ahí vengo, voy por cigarros

Por: Roberta Cortazar

Muchos de ustedes de seguro han oído la anécdota de un señor que un día dice a su esposa y/o familia ¡Ahí vengo, voy por cigarros! Y resulta que nunca volvió. Pasaron los días, meses, años y nada, hasta que lo dieron por muerto.

Seguro salió de una historia verdadera, y ya se agarró de chascarrillo para describir a esos que se van y no vuelven y después se sabe que por ahí andan vivitos y coleando. Y habrá otras muchas últimas frases con las que se despiden los que se fugan sin el valor de cerrar círculos o enfrentar consecuencias. Por ejemplo en Mazatlán cuentan que hace muchos años un señor se puso traje de baño y tomó lo que regularmente llevaba a la playa y dijo: ¡Ahí vengo, voy a nadar! y no volvió, pero en este caso creyeron que se había ahogado porque varias de sus pertenencias estaban abandonadas en la playa, pensaron que quizá un infarto lo hundió en las profundidades, o cualquier otro mal lo imposibilitó a llegar a la orilla y las olas se cerraron para darle una solitaria sepultura. Con ese duelo difícil lo despidieron y sin el cuerpo inerte a la vista lo encomendaron a Dios, haciéndole una ceremonia para que descansara en paz en “el más allá”. Pero en este caso resulta que después de unos 20 años un día llegó muy quitado de la pena el desaparecido y entrando a su casa lo primero que dijo fue: “¿Qué hay de cenar?”.

Esa necesidad de desaparecer de la realidad es común cuando se llega a una situación límite (aquí en México políticos “se ausentan” y luego aparecen con la esperanza del olvido y la impunidad) y ante un escenario que ofrece soluciones duras y difíciles de aceptar, seduce la fuga ¿Pero y luego qué? ¿Acaso podemos fugarnos de nosotros mismos? ¿Se podrá empezar una vida nueva y feliz cuando se deja otra inconclusa?

Sólo una reflexión en un momento que quise decir: ¡Ahí vengo, voy por cigarros! pero resulta que no fumo, así que me falta crear una frase creíble para los abandonados. Jajaja. Y si me fugara creo que volvería como aquel que llegó a la hora de la cena, esperando que todo problema que dejó ya se hubiera solucionado y que los abandonados celebraran su aparición como un milagro jajaja. Pensando en esto recuerdo a mi madre, que pudo torear lo difícil de su vida con bromas con las que amortiguaba una realidad dura que muchas veces no estaba en sus manos solucionar. Su agilidad mental sacaba todo tipo de chascarrillos que recordamos a carcajadas.

La interpretación de la realidad es muy personal, la tolerancia a la frustración muy diferente en cada cual, a unos les pasa algo que para nosotros no es tan terrible y viceversa, pero lo importante en cualquier escenario es recordar que todo tiene solución, salida, remedio, menos la muerte.

Si te ha seducido decir ¡Ahí vengo, voy por cigarros! Como una despedida en la que tú sólo estás enterado, entiendo si tu vida corre peligro, pero de otra manera hay que entrarle a los problemas, porque no hay nada que dure toda la vida, ni quien lo aguante.


ROBERTA CORTAZAR B.


Por: Roberta Cortazar

Muchos de ustedes de seguro han oído la anécdota de un señor que un día dice a su esposa y/o familia ¡Ahí vengo, voy por cigarros! Y resulta que nunca volvió. Pasaron los días, meses, años y nada, hasta que lo dieron por muerto.

Seguro salió de una historia verdadera, y ya se agarró de chascarrillo para describir a esos que se van y no vuelven y después se sabe que por ahí andan vivitos y coleando. Y habrá otras muchas últimas frases con las que se despiden los que se fugan sin el valor de cerrar círculos o enfrentar consecuencias. Por ejemplo en Mazatlán cuentan que hace muchos años un señor se puso traje de baño y tomó lo que regularmente llevaba a la playa y dijo: ¡Ahí vengo, voy a nadar! y no volvió, pero en este caso creyeron que se había ahogado porque varias de sus pertenencias estaban abandonadas en la playa, pensaron que quizá un infarto lo hundió en las profundidades, o cualquier otro mal lo imposibilitó a llegar a la orilla y las olas se cerraron para darle una solitaria sepultura. Con ese duelo difícil lo despidieron y sin el cuerpo inerte a la vista lo encomendaron a Dios, haciéndole una ceremonia para que descansara en paz en “el más allá”. Pero en este caso resulta que después de unos 20 años un día llegó muy quitado de la pena el desaparecido y entrando a su casa lo primero que dijo fue: “¿Qué hay de cenar?”.

Esa necesidad de desaparecer de la realidad es común cuando se llega a una situación límite (aquí en México políticos “se ausentan” y luego aparecen con la esperanza del olvido y la impunidad) y ante un escenario que ofrece soluciones duras y difíciles de aceptar, seduce la fuga ¿Pero y luego qué? ¿Acaso podemos fugarnos de nosotros mismos? ¿Se podrá empezar una vida nueva y feliz cuando se deja otra inconclusa?

Sólo una reflexión en un momento que quise decir: ¡Ahí vengo, voy por cigarros! pero resulta que no fumo, así que me falta crear una frase creíble para los abandonados. Jajaja. Y si me fugara creo que volvería como aquel que llegó a la hora de la cena, esperando que todo problema que dejó ya se hubiera solucionado y que los abandonados celebraran su aparición como un milagro jajaja. Pensando en esto recuerdo a mi madre, que pudo torear lo difícil de su vida con bromas con las que amortiguaba una realidad dura que muchas veces no estaba en sus manos solucionar. Su agilidad mental sacaba todo tipo de chascarrillos que recordamos a carcajadas.

La interpretación de la realidad es muy personal, la tolerancia a la frustración muy diferente en cada cual, a unos les pasa algo que para nosotros no es tan terrible y viceversa, pero lo importante en cualquier escenario es recordar que todo tiene solución, salida, remedio, menos la muerte.

Si te ha seducido decir ¡Ahí vengo, voy por cigarros! Como una despedida en la que tú sólo estás enterado, entiendo si tu vida corre peligro, pero de otra manera hay que entrarle a los problemas, porque no hay nada que dure toda la vida, ni quien lo aguante.


ROBERTA CORTAZAR B.